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C uando escuché a Iván Redondo anunciar la creación de una NASA española recordé esa canción de Los Gandules que ya no suelen tocar en sus conciertos porque acabaron hartos de la melodía machacona y de su éxito. En el Biribay la cantamos alguna noche ... con la mirada lejana y épica, la cerveza en alto y las voces espantosas: «Algún cacharro va con un perro con casco, y miran a ver si se muere, o vuelve con algún amigo del espacio exterior, ¡exterior!»; leído pierde la gracia.
Una NASA española, que suena un poco a Mortadelo y Filemón, bien podría instalarse en La Rioja porque en la Reserva de la Biosfera tenemos el mejor cielo para contemplar estrellas. Alguien vino, miró al firmamento (sería una noche sin nubes), certificó eso y debemos aprovecharlo. Además en algunos pueblos llamamos satélites a los chavales que son muy movidos, y por si fuera poco estamos locos por lanzar cohetes después de un año sin fiestas; no hay más que hablar.
En realidad es terrible verle tan rápido el lado cómico al anuncio de Redondo, porque el humor camufla la concepción triste y acomplejada que tenemos los españoles sobre la ciencia y la investigación en nuestro país. Uno debería estar orgulloso de los logros que ha producido España a lo largo de los siglos, pero el último suspiro de nuestra Historia es un quiero y no puedo, un ir siempre detrás de los que saben, de los que innovan y hacen que el mundo progrese. Quedan ya muy pocas líneas, estoy en la cabina y suena la cuenta atrás, así que mientras vibra el cohete antes de despegar tengo que escribir dos cosas: que España ya tiene una NASA, el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, y que nuestra inversión en ciencia y tecnología es ridícula en comparación con países del entorno. Aquí no lanzamos vehículos a Marte ni astronautas españoles al espacio, sino talento extraordinario que tiene que hacer las maletas y buscarse fuera el porvenir que no encuentra en su país. El anuncio de Redondo es lo que queda en Cabo Cañaveral cuando el cohete se pierde de vista en el cielo: un precioso nubarrón de humo.
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