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En 1986, parecía que el Gobierno socialista iba a ser eterno. Felipe González se encontraba en el apogeo de su popularidad. Durante sus primeros cuatro años en Moncloa no se le observaban graves defectos a su gestión, sobre todo por incompetencia (o incomparecencia) de ... la oposición. Era el tiempo de las mayorías absolutas, cuando los miembros del banco azul aplicaban su rodillo y no perdían tiempo ni recursos en justificar sus decisiones, una disfunción donde con probabilidad se situaba el germen de los pecados que el socialismo cometería años más tardes. González, como tanto César después de ganar sus batallas, se creía inmortal en el ejercicio del poder. Y a su alrededor florecían los miembros de aquel concepto bautizado como 'beautiful people'. El llamado socialismo caviar, que tenía a sus inspiradores en la Francia de otro socialista, Mitterrand. En La Rioja se notó en que de repente los socialistas empezaron a entender de vinos, mediante un método muy sencillo: cuando se sentaban a la mesa, elegían siempre los más caros.
De entonces data en La Rioja el último triunfo del PSOE en unas generales. Como bien observa alguno de sus dirigentes actuales, durante todo ese duradero periodo no han vuelto a ganar nunca en La Rioja, aunque hubiera socialistas en Moncloa. El propio González, que duró hasta 1996. O José Luis Rodríguez Zapatero. O ahora Pedro Sánchez. Pero ha dado lo mismo: La Rioja viró hacia el PP y prolongó durante treinta años su idilio con las urnas a despecho de que a nivel nacional hubiera una marea favorable o desfavorable. Fue un granero fiel al gran partido de la derecha española, donde mediada esa treintena de años empezaron a detectarse los síntomas de la misma enfermedad que acabó con el mandato de González e hirió de gravedad al socialismo. El PP de Sanz pensó que su dominio iba a estirarse hasta el infinito. Una ingenuidad. O una temeridad.
La encuesta que hoy publica Diario LA RIOJA sirve para explicar esta deriva del mapa político regional. Es sólo eso, una encuesta. Una estimación de hacia dónde orientan los electores sus votos, que se suma a otras desveladas días atrás que caminan en la misma trayectoria: abren la puerta a una nueva victoria del PSOE en las generales del domingo. De hecho, ése es su vaticinio: que el socialismo riojano puede convertirse en la fuerza más votada. Sería una novedad extraordinaria, pero es sólo eso, de momento: un augurio. La voz decisiva en estos trances es la del votante y queda todavía una semana para conocer cuáles son sus opiniones. Así que no hay nada definitivo, por supuesto, como advertían los propios dirigentes socialistas que el viernes acompañaban a su jefe máximo durante su paseo por Logroño.
Lo advertían de palabra, pero su lenguaje corporal viajaba en otra dirección. Aunque el proceso de selección de líderes y candidatos, desde las elecciones para relevar a César Luena al proceso más reciente de elaboración de listas municipales y regionales, ha dejado unos cuantos caídos en desgracia por el camino (y alguno incluso proclama que jamás de los jamases contará con su voto su partido de toda la vida), sus caras son el espejo de la íntima satisfacción que lucen sus almas ocultas. Sonrisas de oreja a oreja que esta vez no parecen fingidas.
De donde se deduce que tal vez las encuestas señalan en la dirección correcta. Al PSOE, como le sucedió al PP con la irrupción de Podemos, le ha venido a rescatar (o le ayuda a levantarse de la lona, al menos) el auge de Vox. Que moviliza al votante socialista como al desencantado simpatizante del PP le movilizaba la idea de ver a Pablo Iglesias y compañía en Moncloa. El resultado de las elecciones andaluzas contribuye a visibilizar entre los potenciales electores del PSOE los efectos de quedarse en casa, salvadas sean las diferencias que pueden observarse entre el conjunto de España y el escenario de Andalucía, otro territorio donde el socialismo amenazaba con prolongarse hasta el infinito. Y donde se detectó en el contraste con la realidad la misma tendencia que anuncian las encuestas: el trasvase de votos desde el PP a Vox.
Una deriva que puede certificar en términos matemáticos. Es decir, que la pérdida de apoyos del PP equivale al número de electores que gana Vox. Las ventajas de vivir en un sitio de tamaño tan magro como La Rioja, y en una ciudad tan pequeña como Logroño, es que casi todo se sabe. Apenas unas horas después de que un dirigente del PP pida la baja en el partido y anuncie que se marcha a Vox, acompañado por toda su familia, vuelan los mensajes por telefonía móvil. Y entre sus antiguos compañeros de formación prende algo parecido a la desolación. Cierto abatimiento. Que atribuyen a lo de siempre: al desafecto que nace cuando demasiada ambición alimentada interesadamente por los líderes del partido para alcanzar sus pretensiones deja de satisfacerse. Es entonces cuando los afectados comprueban cuánta razón llevaba el mandato bíblico: muchos son los llamados. Los elegidos, no tantos.
Lo cual tiene alguna ventaja. Los partidos aprovechan para limpiarse, en un proceso de regeneración similar al que sigue todo organismo vivo cuando ha cometido ciertos excesos y necesita volver a su auténtico ser. En el actual PP pueden encontrar algún consuelo si preguntan al viejo PSOE cómo dilucidaban estas corrientes de infidelidad. Y por Martínez Zaporta les dirían que dejar que los problemas se enquisten, permitiendo que maduren para que se curen por sí solos, es una mala idea. Porque no maduran: los problemas, directamente, se pudren.
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