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Boris llegó al periódico y a nuestras vida en 1993. Antes de la era digital, cuando los móviles no se habían popularizado y los teléfonos ... echaban humo tras el mostrador desde el que dirigía, como un director de orquesta, toda aquella gran infraestructura que requería el periodismo impreso de esa época. En este repaso no podía faltar nuestro vigilante de seguridad hasta hace diez años, quien cumplió un rol de vital importancia en una época intensa, de cambios en la sociedad, en la política, y también en prensa.... Así, en más de una ocasión le tocó cubrirnos las espaldas, el Boris amable se volvía implacable. «Me di cuenta de que es muy complicado ser periodista y que no están suficientemente valorados. Para mí es una profesión difícil desde el momento que te presionan uno y otro..., y claro nunca vas a gustar a todos. Yo en el periódico sólo he visto buenos profesionales y trabajadores cien por cien. Me gustaba subir a la Redacción, siempre en ebullición, los veías reunidos, cada uno con su tema en el ordenador, uno que salía, otro que entraba .... Era algo digno de ver. La gente de fuera tendría que ver el periodismo desde dentro y conocer al periodista como persona, es un oficio que requiere grandes renuncias, personales y familiares», se extiende del tirón Boris (ahora en otro destino) llevado por los recuerdos que atesora con cariño.
Trabajó los tres turnos, en cualquier orden, pero sus tiempos gozosos fueron por la noche. Pura adrenalina. «La rotativa era Dios. ¿Tú sabes lo que era que de madrugada se estropeara una pieza?». Por suerte, recuerda, cuando ocurría alguna emergencia ahí estaban los hermanos Fernández. «Hacían magia. Fuera lo que fuera lo arreglaban en el momento. Recuerdo el día que José Antonio cogió dos gomas, las unió, no sé cómo, y aquello arrancó..., Luego, cuando terminaba la tirada del periódico, se metía en su cuarto y reconstruía la pieza. Era momentáneo y rápido. Chusmari era igual, pero en lo eléctrico. Le pusieras lo que le pusieras, te lo arreglaba». Aún recuerda el olor de las tintas, las planchas y el buen ambiente de trabajo cuando, por ejemplo, tocaba encartar los suplementos en el periódico o cuando los lectores más madrugadores acudían allí mismo a por el ejemplar del día y, de paso, se tiraban un rato de charleta en el mostrador. «El periódico ha sido mi familia, una parte de mí se quedó allí», repite Boris, hijo de padre ruso y madre de Cantabria, donde vivió hasta los 30. Aunque es en Logroño donde ha enraizado y tiene decidido quedarse . Es fácil verlo caminando por la ciudad («me encanta que, a diferencia de Santander, es muy llano») y resulta inevitable revivir viejas anécdotas.
Desde su garita ha visto pasar muchas caras de la cultura y la política... Son muchas, no recuerda todas, pero no olvida por ejemplo la visita de Rajoy: «Vino hacia mí y me dio la mano...». Rubalcaba, su paisano, también le dejó un buen recuerdo. «En las distancias cortas todos ganan». En su recordatorio no podía faltar Ortega Lara. El periódico vivió el secuestro en primera línea y, tras su liberación se organizó una recogida de Riojas para entregárselas personalmente. «Aquello se desbordó y no hacían mas que llegar botellas y botellas». Pero trabajar en Diario LA RIOJA también le ha aportado muchos momentos divertidos a Boris. Él rescata, por ejemplo, el vivido con Pepe Viyuela, que sorprendió a la Redacción con uno de sus desternillantes números.
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