Sonríe y sus ojos se iluminan mientras se atropellan las palabras en su garganta. Apenas le da tiempo a coger aire, pero no deja de hablar, la emoción le impide parar, necesita soltar, sin que se le olvide nada, todos los recuerdos de unas navidades « ... mágicas» en Zambia.
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Riojana de cuna –nació en Logroño en febrero de 2012–, Elvia Gómez Troya es todavía casi una niña, pero arrasa desde su cuenta de Instagram @elvialarastreadora, donde acumula ya casi 30.000 seguidores, con sus mensajes en favor de la naturaleza y los animales y en contra de la caza furtiva.
De casta le viene al galgo. De la mano de su padre, el segoviano Fernando Gómez Velasco, un experto rastreador profesional internacional y creador de SERAFO (Servicio de Rastreo Forestal); y de su madre, la riojana Paloma Troya Santamaría, rastreadora y docente, Elvia ha crecido fascinada por la fauna hasta convertirla en una pasión que, además de en las redes, también ha dejado ya huella en el mundo real. El año pasado la menor publicó su primer libro, titulado 'Cosas que me flipan de los animales', cuyas ventas han contribuido a financiar su sueño del reciente viaje familiar, un retorno al continente africano que ya la marcó hace dos años, cuando convivió en Tanzania con la tribu nómada Hadzabe.
Sus mochilas todavía huelen a Zambia, desde donde la familia partió el pasado 6 de enero para regresar a la localidad navarra de Egüés para que Elvia se reincorporase a sus clases en el instituto Pedro de Atarrabia de Villalba el 7, sin roscón de Reyes ni juguetes o regalos materiales, pero con el corazón feliz. «Hemos estado 16 días en total y aunque han sido unas navidades totalmente distintas a lo habitual, que me encantan, yo no lo cambio por nada, ni por regalos ni por turrón ni por un árbol y adornos», admite la menor que ha llenado su equipaje de miedo, sustos, tristeza, pero también de alegrías, ilusión y esperanza. «Ha habido tiempo para todo, pero me quedo con la emoción, porque África sorprende, no sé cómo explicarlo, es magia, no hay palabras», asevera convencida.
«En vez de coleccionar cromos, colecciono experiencias y momentos especiales», asegura sin tener siquiera que consultar otro de sus tesoros, un pequeño cuaderno, «mi diario africano para saber qué hice, cuándo y cómo y dejar escritos un poco mis sentimientos».
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Desde muy pequeñita, sus padres le han enseñado a rastrear en todo tipo de entornos -Francia, Portugal, Bulgaria, en zonas frías como Finlandia-, pero ella no duda en quedarse con África, «un continente precioso, con fauna chulísima y que tiene algo especial. Nos encanta rastrear allí y, sobre todo, también ayudar porque allí las condiciones de vida no son muy buenas, sobre todo para los más peques. Pero pese a que aparentemente no tienen nada, son felices mientras nosotros nos preocupamos o nos ponemos tristes si no tenemos wifi o conexión a internet. La alegría de los niños fue lo que más me ha impactado. Aunque no tenían regalos, ni siquiera zapatos, siempre estaban sonriendo y buscando jugar conmigo».
No se olvida tampoco del principal objetivo del viaje, la formación de personas de la zona en la lucha contra la batalla furtiva, «enseñarles a rastrear y a quitar trampas para evitar que mueran animales», concreta la pequeña.
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Al poco de llegar, Fernando Gómez Velasco, el padre de Elvia, adiestró en rastreo técnico de fauna y humanos aplicado a la lucha antifurtivos a un equipo zambiano de la Asociación NJOVU African Wildlife Conservation, encargada de esta tarea en el Parque Nacional Mosi oa Tunya. En los días siguientes, con la ayuda de guardaparques armados, Elvia, sus padres y el equipo de búsqueda de trampas de NJOVU recorrieron el paraje protegido y los alrededores en busca de trampas mortales y solo en una jornada lograron desactivar 15 y muchas más el resto de los días.
Fueron jornadas tan agotadoras como emocionantes. «Nos solíamos levantar a las 06.45 horas, algunos días hacíamos rastreo durante dos o tres horas y luego retirábamos trampas, y otros nos dedicábamos a otras actividades, como la colocación de cámaras de fototrampeo para estudiar a los animales. Llegabas a dormir tarde y agotado, pero el despertar era flipante, porque al amanecer oías un montón de sonidos de pájaros distintos», relata Elvia, que tuvo que acostumbrarse a una vida muy distinta a la habitual: «Comíamos arroz, algo de carne y también el Nshima, una pasta tradicional preparada con harina de maíz; nos duchábamos con agua fría porque no hay electricidad y teníamos que andar con linternas, pero bueno hay que pensar en positivo y adaptarte».
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La experiencia no estuvo exenta de algunos riesgos. «Además de la presencia de los cazadores furtivos, hay que tener mucho cuidado con los animales, en primer lugar los mamíferos, los más peligrosos son el búfalo cafre, que es muy agresivo y peligroso por la cornamenta que tiene; también el hipopótamo, porque es muy agresivo y tiene una boca enorme; y el elefante africano, que es muy territorial, sobre todo en la época de cría», recita, para, a continuación, atender al siguiente capítulo de peligros: «Pero lo peor son los más pequeños, los que no se ven tan fácil. Por ejemplo en mi habitación me encontré debajo de un sobre un escorpión, también fuera una tarántula súperpeluda que era alucinante y que en el momento que se te acerca se te encoge el corazón», admite, para destacar también las serpientes, «como la víbora bufadora, con un color idéntico al de las hojas de los bosques de mopane o mopani, cuyas hojas tienen forma de alas de mariposa; o la cobra escupidora de Mozambique. Hay que estar muy vigilante y más en mi caso que me encanta coger cosas del suelo», confiesa.
Sumergida de nuevo en su educación escolar, Elvia, que no descuida su cuenta de Instagram @elvialarastreadora ni su recién creada comunidad Wildlife Lovers (WILDERS), ya sueña con nuevos retos, que no tardarán en llegar: «En marzo nos volvemos a ir, de hecho ya tenemos los billetes cogidos para viajar a Marruecos para rastrear y ya estoy deseando, me hace muchísima ilusión porque sigue siendo África, vamos al Sáhara. Pero tampoco me olvido de Zambia y poder volver a ayudar a la gente en lo que sea posible, tanto formando como enseñando o donando cosas», se despide la menuda rastreadora.
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