El patrimonio de todo un pueblo

Orgullosos del reconocimiento, los vecinos de San Millán creen que podría explotarse más y mejor para aupar el valle

Teri Sáenz

San Millán de la Cogolla

Sábado, 3 de diciembre 2022, 21:10

Paquita Camprovín recuerda como si fuera hoy aquel 4 de diciembre de hace un cuarto de siglo en que los monasterios del pueblo donde nació y no ha abandonado en 60 años fueron declarados Patrimonio de la Humanidad. «Mi padre subió de la huerta gritando ' ... ya somos patrimonio, ya somos patrimonio' y los niños salieron de la escuela con una pancarta enorme que habían dibujado ellos mismos dando brincos y pegando gritos de alegría sin saber muy bien qué significaba aquel guirigay», rememora recién llegada del paseo que disfruta cada mañana hasta Villaverde, ahora en otoño, y Lugar del Río en verano, cuando el frío aprieta menos. «Hubo una ilusión enorme, y en el puente que llegó a continuación aparecieron turistas como nunca habíamos visto aquí», reconoce con la mochilita aún al hombro y la cremallera del polar bien cerrada para no resfriarse. «Sin embargo, cuando pasó el tiempo...», dice dejando en suspenso la frase que completa Juan Antonio Lerena, otro fiel al pueblo que hace 28 años tomó las riendas de la tienda de alimentación y suvenires aledaña a Yuso y que ejerce de atalaya, tanto para los que vienen de paso como para los siempre están. «...Con el tiempo las expectativas se desinflaron un poco», reconoce. «Al final todo el trasiego se concentró aquí, junto al monasterio, y como el aparcamiento se derivó abajo, a la Huerta del Convento, el resto de pueblo se quedó como aislado, aunque está aquí mismo», matiza rodeado de ristras de chorizo, botes de miel, botellas de vino y tentadoras cajas de fardejelos que los turistas que desembarcan delante de la puerta cargan en sus maletas antes de marchar. «Se podría haber hecho mucho más para dotar al valle de más atractivos para, sobre todo, rejuvenecerlo», reflexiona. «Y vivir de continuo aquí», completa Paquita. «Que el censo oficial dice que somos 220 y en verano esto parece otra cosa, pero que yo, las noches de invierno que estoy metida en la cama y no puedo dormir, me dedico a contar uno a uno cuántos estamos a esas horas en el pueblo y casi no llegamos a 60», asegura.

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Un paseo por la calle mayor que está a la vuelta de la esquina visibiliza esa especie de grieta que separa el monasterio del caso urbano. Las casas que jalonan la avenida principal visten lustrosas, huele a pimiento asado y a madera húmeda. Cada pocos metros un hito detalla algunas singularidades de la zona para ilustrar al turista y en las fachadas cuelgan cartelones con los apellidos de las familias propietarias escritos con caligrafía pinturera. Delgado Dulce, Sancha Manzanares, Reinares Llanos...

Arriba, Juan Antonio Lerena, en su tienda junto a Paquita Camprovín. Abajao, Sara Savatier en el museo de la fábrica de harinas 'La Gloria' y la alcaldesa desde 2015, Raquel Fernández

La placa que asoma en la esquina con la plaza Tarsicio Lejárraga es más discreta: Licenciado J. Doménech Llorente, farmacéutico. «A mí me gusta más la palabra boticario», matiza Javier Doménech mientras invita a entrar en el local, uno de los centros neurálgicos de la localidad, por el que a cada rato llega algún vecino reclamando algún medicamento, quizás unas cremas, de su nutrido almacén. «La inmensa mayoría es gente mayor», hace ver. «Hay un bache demográfico enorme, porque siguen faltando servicios básicos», argumenta. «Como en la mayoría del mundo rural, sí, pero es que aquí con la impronta de Patrimonio de la Humanidad se podría haber impulsado mucho más el valle, dotarlo de más recursos, no caer en la dejadez...» Llegado de Valladolid al poco de terminar la carrera –«siempre seré forastero, aunque llevo 26 años viviendo y trabajando aquí», sonríe– , Javier no oculta su insatisfacción por cómo se ha gestionado el sello internacional concedido. «Se echa en falta un proyecto técnico serio asociado al proyecto político que llevó a la declaración; un plan claro a corto, medio y largo plazo que genere alicientes para que venga gente y se asiente como hicimos algunos en los 90», resume apuntando que solo «algún valiente» ha dado del paso de emprender.

Una de esas heroicidades más recientes es la que ha protagonizado Raúl Vázquez junto a su prima Sara Savatier. Después de una vida entera lejos geográfica y laboralmente de su pueblo, han reconducido su destino hacia sus raíces y la antigua fábrica de harinas a orillas del río Cárdenas que se inauguró en 1925 y el paso del tiempo había arrumbado. Las piedras que amenazaban ruina y la madera asediada por la carcoma han mutado en un complejo integrado por un restaurante, una casa rural y un restaurante que abre a diario y que en verano, fiestas y fines de semana casi no da abasto. «Raúl se decidió hace cinco años a embarcarse en esta aventura por el legado familiar y por no perder un patrimonio emocional importantísimo, aunque claro que influyó también el tirón de los monasterios», confirma Eva, quien con 27 años y después de estudiar turismo y estar trabajando en una cadena hotelera de postín en Madrid, se puso a buscar empleo en Noruega o Suecia sin sospechar que su futuro estaba, precisamente, en su propia casa. «Quién me lo iba a decir», se dice mientras muestra la imponente maquinaria restaurada de la fábrica que abre a los turistas, como un estímulo más de la visita obligada a Yuso y Suso. «Apenas llevamos un año, pero ya hemos generado diez puestos de trabajo que, además, son gente tanto de aquí como de Berceo y Santo Domingo», explica.

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Javier Doménech a las puertas de su farmacia Justo Rodríguez

Mucho tiempo antes, cuando el pueblo ya era la cuna del castellano pero la UNESCO aún no la había 'bendecido', Raquel Fernández abrió un bar-restaurante junto al monasterio. «San Millán ya estaba entonces en el mapa como cuna del castellano, pero es cierto que la declaración le dio un impulso, aunque más a los monasterios que al pueblo en sí», reflexiona quien ahora también es alcaldesa de un pueblo que vive con los pros y contras de la condición ganada hace 25 años. «Sí, llegaron más turistas y abrió algún negocio de hostelería nuevo, pero las casas subieron de precio, cada reforma se hizo más complicada burocráticamente y no recibimos más dinero para mejoras de la localidad aunque hay más desgaste y necesidades», expone Raquel confiada, como el resto de vecinos, en que el proyecto 'Valle de la Lengua' aterrice de lo teórico y suponga un nuevo y determinante empuje a San Millán.

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