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A Pascual de Gayangos y Arce (Sevilla, 1809-Londres, 1897) le volvían loco «las antigüedades» y los idiomas. De familia militar, nacido en plena Guerra de la Independencia, desde niño a Gayangos le tiraban más las letras que las armas. Sabía inglés, francés, latín y griego, pero su lengua predilecta acabó siendo el árabe. Estudió en París, en la École Spéciale de Langues Orientales, y en sus años jóvenes sirvió en la Oficina de Interpretación de Lenguas, enMadrid. Tras una vida con muchos giros –se casó con una inglesa y residió mucho tiempo en Londres– acabó siendo catedrático de árabe en la Universidad Central de Madrid y miembro de la Real Academia de la Historia (RAH).
Pascual de Gayangos llega a San Millán en el año 1851. La RAH había organizado una 'Comisión para la búsqueda y recopilación de documentos históricos procedentes de monasterios y conventos suprimidos' y durante siete años Gayangos se embarcó en ocho «viajes literarios» a la caza de manuscritos, incunables y otras pìezas de valor. «No fueron solo viajes de investigación, sino que derivaron sobre todo de ese proceso de centralización y modernización en la administración cultural y científica del Estado», señala Santiago Santiño en su biografía sobre Pascual de Gayangos. Su tarea era seleccionar «aquellos papeles que por su antigüedad e interés histórico deben conservarse en la Real Academia de la Historia».
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Su correspondencia privada durante aquellos años ofrece un jugoso retrato de sus excursiones por toda la península e incluso por las Islas Baleares a la caza de códices. Cuando visitó San Millán de la Cogolla su sorpresa debió ser mayúscula. Emparedados en una habitación contigua a la biblioteca monástica, encontró «64 volúmenes manuscritos de la mayor antigüedad, la mayor parte iluminados». Gayangos se lo contó al director de la RAH, Luis López Ballesteros, en una carta fechada en Briviesca el 10 de enero de 1851. La carta figura en los archivos de la RAH y fue publicada en un libro sobre los viajes literarios de Gayangos, editado en el año 2007 por Miguel Ángel Álvarez Ramos y Cristina Álvarez Millán. En su reciente investigación sobre el archivo emilianense, Javier García Turza cita ese libro, reproduce la misiva y la considera una prueba de que las Glosas aún estaban en el monasterio en 1851, lo que desmontaría el relato hasta hoy vigente.
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Pascual de Gayangos reconoce que, para cumplir con la legalidad, hubiera debido dar parte de su hallazgo al gobernador civil de Logroño y al legítimo propietario del monasterio, el obispo de Calahorra. No lo hizo. «Dispuse que se pusieran en sacos y se llevasen a Nájera en caballerías», dice en la carta, para remitirlas desde ahí a la Dirección General de Fincas, en Madrid. Asegura Gayangos que actúo así para que el gobernador «no les echara mano» y para «salvar a todo riesgo esta interesante colección de códices, la más antigua y mejor de España». El presidente del Gobierno de La Rioja, Gonzalo Capellán, catedrático de Historia Contemporánea. considera que este documento prueba que la salida de las Glosas y de otros 63 manuscritos se hizo «sin respetar los cauces legales».
Pascual de Gayangos llevó una vida viajera, ajetreada. Miembro de la Royal Asiatic Society y de organismos científicos en Estados Unidos, Suecia, Noruega, Francia y Portugal, asistió a la inaguración del canal de Suez, invitado por el virrey de Egipto. Murió en Londres a los 88 años, arrollado por un caballo. No solo había contribuido a nutrir los fondos de la Real Academia de la Historia, sino que había ido construyendo una formidable biblioteca particular.
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Años después de su muerte, algunos especialistas comenzaron a discutir sus métodos, según recoge Santiño en su biografía. Para unos fue un erudito empeñado en la noble tarea de rescatar libros antiguos, pero otros censuraron gravemente sus «cacerías documentales» poco ortodoxas y llegaron a calificarlo de «bibliopirata».
En el currículum de Pascual de Gayangos que recoge la RAH figura que fue socio fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País de Logroño en 1836, cuando todavía era solo un funcionario veinteañero de la Oficina deInterpretación de Lenguas. Al parecer, según indica su biógrafo, Santiago Santiño, el honor se lo concedió otro colega arabista –y entonces amigo–, Serafín Estébanez Calderón, jefe político de la provincia de Logroño entre 1835 y 1837. Estébanez Calderón no solo compartía con Gayangos su pasión por el idioma arábigo; también era, según García Turza, «un coleccionista compulsivo de libros». En la fabulosa biblioteca privada de Estébanez Calderón acabaron –no se sabe cómo– al menos cinco manuscritos emilianenses, entre ellos el Beato que hoy se custodia en la Biblioteca Nacional de España.
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