Los papeles de Felipe González que acaban de salir del armario (léase los archivos de su Fundación) suscitan la curiosidad del investigador, despiertan el interés del historiador y animan el espíritu puramente cotilla de quien navegue por la hermosa web donde se aloja, teclee la ... palabra Rioja en su buscador y (ale hop) tropiece con unas cuantas referencias a esta tierra que pisó por primera vez en la campaña electoral de 1977 quien luego sería presidente del Gobierno. Son referencias menores, todas ellas gráficas, donde sin embargo salta la sorpresa: qué significa esa imagen donde, según detalla la propia Fundación, González se reúne en Moncloa con la ejecutiva riojana de su partido, con Ángel Martínez Sanjuán a su vera.
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Significa, oh decepción, que la Fundación se equivoca. Habla Martínez Sanjuán, otrora líder de los socialistas riojanos, hoy incombustible paseante por las calles de Logroño en su feliz papel de abuelo. «Me mandaron esa foto», explica, «pero ahí han fallado. No fue una reunión con la ejecutiva ni fue en Moncloa». Y corrige: «En realidad, eran reuniones que Felipe» (a quien sigue llamando por su nombre de pila) «tenía con los parlamentarios en Cortes para conocer por nosotros lo que se cocía en la calle». Así que González convocaba a sus diputados y senadores, a razón de una cita por mes, en el comedor del Congreso, pedía el menú del día y escuchaba. Escuchaba más que hablaba, según el relato de Sanjuán. «Así combatía eso que llamaban el síndrome de Moncloa», agrega, en relación al ensimismamiento que suele distinguir a quienes pasan demasiado tiempo aislados en el palacio sede de la Presidencia del Gobierno.
De modo que el expresidente combatía las arremetidas de aquella (supuesta) enfermedad citándose con sus compañeros de siglas. Eran charlas informales, que se organizaban por cercanía geográfica: en esa imagen que custodian hoy los archivos de la Fundación González, Sanjuán anota la presencia de dirigentes de Navarra y Aragón, además de sus conmilitantes del PSOE riojano (entonces, aún PSR) Ignacio Díez y Mario Fraile. «Se hablaba a calzón quitado», rememora, «porque Felipe era así. Encajaba bien y por lo tanto las reuniones también funcionaban bien».
¿Añora el exsecretario general de los socialistas riojanos esos días de gloria? Del tono con que contesta por teléfono al periodista puede deducirse algo parecido a la nostalgia, en efecto. Tal vez porque Sanjuán presume de una estrecha relación con su histórico líder de carácter personal. Con matices que escapan del puro vínculo político, siempre tan frío. Resulta que ambos se habían conocido mucho antes, en medio del fragor de la Transición. Eran los años 70, cuando Sanjuán residía aún en Bilbao y por allí apareció el camarada González, recién retirado su alias de la clandestinidad: ya no era Isidoro. Ya era Felipe, ese Felipe a quien Sanjuán recuerda de conferenciante en un acto público en la Universidad de Deusto, en medio de las convulsiones propias de la época. O poco más tarde, cuando coinciden en otro campus bilbaíno, el de Sarriko. Donde González protagoniza otro acalorado acto que acaba con sus huesos en el 127 que entonces pilotaba su compañero de fatigas: «Tuve que meterle en el coche y sacarlo de allí como pudimos porque el entorno de Batasuna intentó reventar su conferencia».
Ahí se forjó un vínculo que excede el ámbito político. Roza en realidad lo personal, porque cuando ambos fueron construyendo luego su propia trayectoria serían habituales más encuentros, así en Madrid como en La Rioja. Adonde, por cierto, González gustaba de escaparse en cuanto podía. Sigilosamente, con ese aire de clandestinidad a lo Isidoro, pedía a su servicio de seguridad que le alejara de Moncloa y le permitiera perderse por la sierra riojana... para estupefacción de los dirigentes locales del PSOE. «¿Pero cómo no nos avisas de que vienes?», le preguntaban. «Para no fastidiaros el fin de semana».
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Así que los Sanjuán y compañía sólo supieron de sus aventuras riojanas tiempo después, cuando González paseaba con José Ignacio Pérez por los jardines de Moncloa y le fue enseñando el elegante porte de algunos árboles, cuyos plantones procedían de Cameros. Nada menos: de aquellas excursiones de donde volvía a Madrid con ejemplares cuya denominación de origen se alojaba en Villoslada o en Ortigosa. «Es que voy mucho por La Rioja», le explicaba Felipe a un asombrado Pérez Sáenz. Y todavía se ríe Sanjuán ahora mientras recupera la vieja anécdota.
-Bueno, hemos coincidido en alguna cosa. Felipe es muy afectuoso y sigue teniendo buena memoria.
Esa memoria que acaba de salir del armario.
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