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¿De tal palo tal astilla? Madres e hijas de riojanas con poder

¿De tal palo tal astilla? Madres e hijas de riojanas con poder

Diario LA RIOJA ha reunido a políticas de primera línea con sus madres y, según los casos, también con sus hijas, para desandar con ellas el camino hasta sus infancias y para otear su futuro. Eslabones de cuatro estirpes, Gamarra, Andreu, Manzanos y Moreno comparten generosamente con los lectores sus reflexiones, retazos de sus vidas, anécdotas íntimas y lo que es más importante, su tiempo

Viernes, 8 de marzo 2024

Cuca, Concha, Noemí y Henar. Son los nombres de las cuatro mujeres que protagonizan estas páginas, cuatro puntales de la política regional y nacional que posan con sus madres e hijas y hablan con LA RIOJA sobre los avances y los logros en favor de las mujeres que se han conseguido entre los años que median en tres generaciones.

Una lucha que se ha librado con el tiempo y con el esfuerzo de muchas mujeres en el pasado. Por fortuna, varias de las que han decidido compartir su experiencia con los lectores no han sentido el machismo en sus carnes, vivieron su infancia y su adolescencia sin cortapisas, sin obstáculos e incluso desde una atalaya privilegiada. Mayuca Martínez, madre de la diputada de IU Henar Moreno, gozó de esa ventaja. Hoy tiene 73 años y pudo hacer una carrera universitaria. El feminismo corría y corre por sus venas. El mismo que ha legado a su hija y a su nieta, Elena Ollero. Un ADN peleón como el de Conchita Ruiz-Clavijo, madre de Cuca Gamarra, que se pone el mundo por montera. De pequeña, en su casa, el trato de sus padres hacia sus cinco hermanos era diferente al que les profesaban a las cinco hermanas. Eso, reconoce, era «machismo». Ninguno hizo la cama, «las hacíamos nosotras».Con los años, cogió ritmo y ahora no para, todo se le hace poco. A su hija la ve más en las noticias, junto a Alberto Núñez Feijóo, que en persona. ¿Orgullosa? «Por supuesto».

A Carmen Rodríguez, madre de la expresidenta Concha Andreu, la maternidad le supuso el despido de su trabajo. Entonces no había bajas y se dedicó en cuerpo y alma a su marido y a sus tres hijas. Su ilusión no era estudiar, pero sí que lo hicieron sus tres hijas. Nunca tuvieron una negativa y mucho menos Lucía Bastida, nieta de Carmen.

Remedios Martínez, madre de la consejera Noemí Manzanos, vivió su infancia entre algodones. Sus hermanos no la dejaban trabajar en el campo y su padre tampoco. «Tú, aquí con nosotros», le decía el progenitor. No estudió porque entonces en los pueblos las mujeres estaban «a otras cosas», pero todo cambió cuando se casó.Nunca tuvo ningún obstáculo para hacer lo que quiso, tampoco se los puso a sus dos hijas. La mayor, Noemí Manzanos, aprendió joven el arte de bregar en la política. Primero, como alcaldesa de Rodezno durante 16 años y ahora, como consejera de Agricultura, un terreno en el que se mueve como pez en el agua, quizá por sus veinte años trabajando en Asaja «a pie de renque con los agricultores».

Concepción Ruiz-Clavijo y Cuca Gamarra Madre e hija

«Siempre he sido de las que pensaba: ¡¿Qué necesidad tengo de depender de mi marido?!»

La exalcaldesa de Logroño y secretaria general del PP, Cuca Gamarra, posa con su madre, Conchita Ruiz-Clavijo, en la plaza de México, un punto de encuentro de la familia. SONIA TERCERO

Conchita Ruiz-Clavijo y Cuca Gamarra son dos mujeres de armas tomar. De las que exprimen cada segundo. La primera es madre de la segunda y entre las dos median 24 años. Cuca es la primogénita de una saga de 'concepciones' de las que heredó su nombre oficial hasta que su tío empezó a llamarla Cuca.

Conchita, como así la llaman, vivió el «machismo» de la época. En casa de sus padres mandaban ellos y cuando dice ellos se refiere a su padre y a sus cinco hermanos varones. Eran los primeros en sentarse a la mesa y ellas, las cinco hermanas y la madre, tenían demasiadas obligaciones. «¿Hacer la cama? Mis hermanos no hacían la cama. Las hacíamos nosotras, ellos no sabían», ironiza. Sin embargo, el que quería podía estudiar, aunque en aquella época las mujeres hacían otras labores: «Que si cosíamos o hacíamos no sé qué, que si paseábamos...».

Conchita sí estudió, incluso ejerció de auxiliar de Enfermería en una clínica antes de casarse. Cuando se quedó embarazada de Cuca, su primogénita, dejó de trabajar. «¡Qué cosas, no pensábamos en la baja!». Pero cuando nació el mediano de los tres hijos con los que completó su familia, retomó la vida laboral en turnos de mañana, tarde y noche. Su vida emprendió un ritmo frenético conforme cambiaban los tiempos, y a los 40 años se sacó el carné de conducir. «He sido de las que pensaba: '¡¿Qué necesidad tengo de depender de mi marido'?!, que si me lleva que si me trae». Cogía su coche para ir a la universidad y homologar su título de grados sociales. Se apuntó al Divino Maestro a hacer taquigrafía, a gimnasia... el día no tenía horas suficientes para ella.

Cuca, al igual que sus hermanos, no tuvo problema en estudiar lo que quiso. Era una estudiante modelo y contemplaba el ritmo de su madre con estupefacción. Ella tampoco paró, estudió Derecho e hizo un posgrado en la Universidad de Deusto, pero la política corría por sus venas. Se forjó dentro del PP, primero en Nuevas Generaciones, y poco a poco se hizo un hueco en el municipalismo. En 2011 encabezó la lista y se convirtió con un respaldo mayoritario en la primera alcaldesa de Logroño. Pionera no sólo por ser mujer, sino también por ser el regidor/a más joven. Tenía 36 años. De Logroño dio el salto a Madrid y ahora, como secretaria general del PP, se sienta en Génova a la derecha de Feijóo.

En todo este camino, su condición de mujer no ha supuesto ningún obstáculo, aunque reconoce que «ser la primera mujer alcaldesa marcó una meta alcanzada por todas las mujeres». Nunca la trataron de manera distinta, aunque sí hubo detalles. En una ocasión, una organización le entregó una corbata como regalo institucional porque nunca se habían planteado que fuera una mujer. «Le di las gracias y como me acompañaba un concejal, le dije: 'No se preocupe que se lo voy a dar a él'». En el Congreso siguió la misma senda, normalidad. Allí «eso está totalmente superado». «Creo que son otros entornos donde hay más dificultades, como la conciliación, hay más desigualdad y eso es lo que todavía hay que corregir, pero no creo que sean barreras».

¿Orgullosa de su hija?, le preguntamos a Conchita. «Bueno, sí me da orgullo, pero me gustaría que no tuviera tanto trabajo y tanta responsabilidad, ¡pero ¿qué necesidad?!».

Lucía Bastida, Concha Andreu y Carmen Rodríguez Hija, madre y abuela

«En la familia parecía que el patriarca era él, pero sin duda la que tenía las ideas claras era ella»

La expresidenta de La Rioja, Concha Andreu, junto a su hija, Lucía Bastida, y su madre,Carmen Rodríguez. SONIA TERCERO

Más de 60 años es la diferencia de edad entre Carmen Rodríguez y su nieta Lucía Bastida. Entre ambas, la hija de la primera y madre de la segunda, Concha Andreu. Son tres mujeres de una misma familia, pero de generaciones distintas. Nada se parece la vida que llevaba la matriarca a sus 21 años, los que ahora tiene su nieta, a la que vive Lucía. Ni siquiera se asemeja a cuando los tuvo la senadora y expresidenta de La Rioja.

Carmen se casó «con 23 años». A los 25 tuvo a su primera hija, Ana Carmen, y después Concha y Sonia completaron la familia. «En el embarazo de la primera tuve que dejar de trabajar y ya no me incorporé», recuerda Carmen. Se dedicó «a mi marido y a criar a mis tres hijas». No volvió a la fabrica de zapatillas Aguirre «porque entonces no había bajas como ahora. Te despedían». Allí había empezado a los 14 años y aún no ha olvidado las condiciones. «Te veían mover la boca porque estabas comiendo un caramelo y te descontaban una hora», recuerda. Antes de entrar en la fábrica, una tía suya le ofreció la posibilidad de estudiar mecanografía y taquigrafía, aunque «yo no tuve ilusión por estudiar, pero sí por que mis hijas lo hicieran», afirma. «El empeño de mi madre por encima de todo era ese. Y en este caso, mi padre, lo que dijera mi madre», añade Concha, que admite haberse criado en «una familia matriarcal», pero «con apariencia de que el patriarca era él... Sin lugar a dudas, la que tenía las ideas claras era ella».

Las tres hermanas consiguieron lo que ansiaban. Concha, por ejemplo, estudió Biología en Salamanca gracias en parte a que su hermana mayor ya trabajaba. Y aunque cuando ella fue madre todo era más fácil que en la época de Carmen, reconoce que «sin mi madre y mi suegra no hubiera podido con el trabajo y menos con la carrera política». A pesar de la ayuda tuvo que descartar tener un tercer hijo. «Lo comenté con mi madre, mi suegra y mi marido y me dijeron: 'Ni se te ocurra'», rememora. La duda queda sobre si con un hijo más hubiera llegado a ser presidenta, algo de lo que su madre asegura que «ya más orgullosa no se puede estar».

La sociedad ha ido dando pasos hacia la igualdad, aunque queda camino por recorrer. Uno de los aspectos básicos es, para ellas, la conciliación. «En la política ponen reuniones a las siete, cenas... y nosotras nos dejamos llevar», indica la senadora, que tiene claro que «hemos avanzado mucho en el aspecto de la conciliación, pero no lo suficiente».

Ni tampoco en el de la igualdad. Lucía admite que ella ha podido elegir qué estudiar y dónde, pero sigue viendo diferencias porque «hay chicos que no lo pillan». En su propio entorno ha comprobado que «algunos no entienden el feminismo como es, creen que ataca a los hombres». A veces, por una cuestión de educación, como le sucedió con una amiga y su familia. «Son cubanos y no entendían el feminismo como me lo habían dicho a mí. Hace unas semanas estuve explicándoselo».

Incluso cree que algunos jóvenes han dado pasos atrás. «Sí, tengo esa 'vibra'», admite Lucía, que reitera que «puede influir la educación que han recibido». Y como ejemplo, una anécdota de su abuelo, que «estaba orgulloso de llevar a sus nietos en el coche», recuerda Carmen, pero con sus hijas «estaba como mal visto».

Remedios Martínez y Noemí Manzanos Madre e hija

«Mi abuela siempre nos daba 25 pesetas a las chicas y a los chicos, 50 para que nos invitaran»

Remedios Martínez y su hija Noemí Manzanos posan en el portón de la casa de Rodezno en la que nació la consejera de Agricultura. JUSTO RODRÍGUEZ

Ni Noemí Manzanos ni su madre, Remedios Martínez, Reme, como insiste en que la llame, han sentido el machismo en sus carnes. Lo más cercano, pero era más «una cuestión de costumbre» que de trato desigual, lo vivió con su abuela. Era la madre de su padre y «a los chicos –sus primos– les daba 50 pesetas y a las chicas, 25. Yo le preguntaba el porqué y ella respondía que porque los chicos tienen que invitar a las chicas, así que luego decíamos: ¡Primo, invita!».

Reme, de 69 años, tuvo una infancia feliz en su Villalba natal. Era la pequeña de ocho hermanos y reconoce que siempre la tuvieron en palmitas. Sus hermanos no le dejaban ir al campo, le decían: «Nosotros madrugamos un poco más, tú tranquila». Y su padre nunca la dejó trabajar: «No hija no, trabajar tú, no. Aquí con nosotros. Me tenían como a una señorita». Nunca estudió porque «en aquellos tiempos no se estudiaba en los pueblos, eso ha evolucionado y ahora igual más en los pueblos que en la capital». Con 17 años y medio conoció a su actual marido y empezó una relación de noviazgo. A los tres se casó y se trasladó a Rodezno, el pueblo de su esposo. «Mi marido jamás ha sido machista, siempre me ha dejado hacer todo lo que he querido».Prueba de ello es que Reme no se pierde ni una cita con sus amigas, ni el pinchopote, ni los paseos saludables, ni zumba.... la lista es interminable. Él es más casero.

Nunca trabajó fuera de casa, salvo una temporada, en la cocina en el Señorío de Briñas. Una amiga la animó a ello. Sus dos hijas se habían ido de casa a estudiar y «me entraba mucha angustia». Fueron años plenos. Sus hijas seguían su vida y ella nunca les puso una pega, y su marido, menos. Cuando eran pequeñas «él las peinaba, las bañaba y las cuidaba en aquel entonces».

Noemí Manzanos estudió ingeniería técnica agrícola en Zaragoza. Allí conoció a su pareja, con la que lleva más de 20 años. Se llama Zigor y es ella la que le arrastró a él a Rodezno. A la política no entró de sopetón. Empezó con el asociacionismo y en Nuevas Generaciones del PP hasta que le propusieron encabezar una lista en su pueblo. El viento soplaba a favor de los populares y ganó. Se convirtió en la primera mujer alcaldesa y del PP. Era 2007 y hasta entonces, salvo la primera legislatura que gobernó UCD, el resto fue PSOE. A Reme no le sorprendió porque también a ella le gusta la política y ¿qué sintió? «Mucho orgullo», dice.

«Noté más cambio por ser del PP que por ser mujer. Ellos estaban encantados de que les mandara». Aunque con el tiempo –repitió como regidora 16 años– «ya no notabas ni lo uno ni lo otro».

En la actualidad dirige la Consejería de Agricultura, un sector que, dice, «es cero machista». Quizá algo tiene que ver que trabajó 20 años en Asaja «a pie de renque con los agricultores».

¿Hay machismo? «A quien no le permiten elegir, ahí está el machismo, pero si eliges tú es respetable». La vida, sostiene, es cuestión de decisiones y tú decides si quieres ser madre o si quiere tener una vida profesional plena. Poderte dedicar al 100% a tus hijos con un trabajo es imposible, y al revés, lo mismo para un hombre, porque hay hombres que renuncian a sus trabajos para ocuparse de sus hijos».

Elena Ollero, Mayuca Martínez y Henar Moreno Nieta, abuela e hija

«Mi madre me leía cuentos feministas desde pequeñita; siempre lo he tenido muy presente»

La diputada regional de IU, Henar Moreno, junto a su hija, Elena Ollero, y su madre, Mayuca Martínez Flórez. IRENE JADRAQUE

«Mi madre me leía cuentos feministas desde muy pequeñita». La frase la pronuncia Elena Ollero, pero exactamente las mismas palabras las podría haber dicho su progenitora, Henar Moreno. Esos cuentos «preciosos» ya se los leía a ella Mayuca Martínez, la abuela de Elena. A ella y a sus dos hijos. «Los guardo y en algunos pone Pepe», dice la diputada regional de Izquierda Unida. Sirve el ejemplo para ratificar que «vivía en una casa muy comprometida con el feminismo». De hecho, la bisabuela, Elena Flórez, «era feminista total. Pero estalló la guerra y ya solo pudieron estudiar los chicos».

Sin embargo, «yo tuve una suerte impresionante, tengo 73 años y pude hacer una carrera universitaria», continúa Mayuca, que reconoce que «en mi casa tenían dinero». La solvencia económica, unida a la obsesión de su madre por que estudiara una carrera, le permitió disfrutar de «un sueldo» que le pusieron sus padres mientras hacía Económicas. Eso facilitaba las cosas, aunque había que mantener las formas, como se hacía «en el colegio de Madrid al que nos mandaron. Era mixto, aunque estaba prohibido. Si venía un inspector, mezclaban a las chicas de 4º y 5º para separarlas de los chicos».

En una familia en la que el feminismo forma casi parte de sus genes, Elena se implicó desde pequeña. «Y eso que los psicólogos nos decían que hubiera sido normal que se fuera al otro lado», aclara su madre, que recuerda con una sonrisa cuando en el colegio, con unos cuatro años, «les preguntaron qué podían hacer con un tubo de papel de cocina. Algunas pensaron en un catalejo y ella dijo 'un megáfono para las manifestaciones'».

Ahí ha seguido, sin dejar de pelear mientras estudia Historia por la mañana y Arte Dramático por la tarde. Ese activismo le da una visión clara de la situación: «En una juventud poco implicada políticamente, en las manifestaciones del 8M es donde más jóvenes hay. Y también chicos, aunque falta mucho por conseguir». Porque según su abuela, «los hombres no se implican, acompañan, que es otra cosa. Estarán a favor, pero sentirlo como tal...».

Además de la regresión que se produce en algunos colectivos masculinos «con el resurgimiento de la extrema derecha», existe cierta desunión en el feminismo. «La unidad es muy importante y eso mi generación lo tiene muy claro», asegura Elena. Porque en ocasiones, las mujeres son sus propias enemigas. O porque sigue siendo intrínseco el pensar que las cuidadoras deben ser ellas. «No hay un hombre que coja un contrato a tiempo parcial o una excedencia para eso», comenta Henar. «El mayor reto que debemos abordar es la revolución de los cuidados». Y no es cuestión de que «ellos hagan lo que hemos hecho nosotras, sino de tejer una red de cuidados».

Ese es uno de los objetivos pendientes de desterrar, lo que Moreno denomina «la genética social», y también la «discriminación física. Nosotras tenemos que tener el mejor tipo, estar más guapas, maquillarnos». Las más jóvenes «estamos intentado romper con esos estereotipos, con ese estigma de lo físico», añade Elena, que destaca «la importancia de que en las redes existan referentes con cuerpos diferentes que transmitan una ideología de izquierda y feminista».

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