El país de Oz, en el Alto Najerilla
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Llegaron con la luna llena y se irán con la nueva, aseguran los 150 'hermanos' reunidos en el valle del Portilla en un encuentro espiritual, naturista y ajeno a la realidadSecciones
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Llegaron con la luna llena y se irán con la nueva, aseguran los 150 'hermanos' reunidos en el valle del Portilla en un encuentro espiritual, naturista y ajeno a la realidadEstoy bien, todo está bien, cada célula de mi cuerpo está bien. Es el mantra que cantan alrededor del fuego sagrado, antes de comer y de pasar 'El Sombrero Mágico' a modo de cepillo, como una reunión. Así se juntan las 150 personas que están acampadas en Villar, el paraje de Mansilla de la Sierra, al fondo del valle del río Portilla, y que forman la Familia Arcoíris, un encuentro lunar que comenzó a celebrarse hace 49 años en América del Norte y que florece periódicamente en distintas partes del mundo, tanto a nivel nacional, europeo, mundial... Hay quien vive de encuentro en encuentro, como los 'hippies' de los 60, y quien, simplemente, se une desde Logroño para vivir la experiencia.
En una de las primeras tiendas de acampada diseminadas por toda la explanada se encuentran Gerardo y Estrella, cubano y húngara, respectivamente. Reciben a los nuevos miembros de la familia ('hermanos' se llaman) con abrazos, como si se conocieran de toda la vida. Hasta allí ha acudido una pareja de Ibiza que desconocía este movimiento. «Esta es una experiencia de cómo el ser humano debería vivir», expone Estrella. Y Gerardo profundiza: «Conocemos la naturaleza espiritual de la vida. El mundo te dice que tienes que acumular, competir, aprender para ser competitivo, pasar por encima de la gente... y de eso no somos aquí».
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Ciertamente, para llegar hasta allí hay que desear ir. Son dos horas de viaje en coche, más otros tantos kilómetros por pista forestal pasado el dique del embalse de Mansilla. Después, si no conoces el atajo sobre ruedas, más de una hora andando por un agradable sendero, verdaderamente hermoso. Entre robles y hayas, entre margaritas y aulagas, escuchando cantar a los petirrojos y los zorzales en perfecta sinfonía, observando volar con delicadeza a las mariposas y con las pozas del Portilla invitando continuamente al baño llegas al barranco de la Capellanía, a los pies del Cabeza Herrera (2.002 metros de altitud) y, de pronto, se abre un mundo paralelo, un país de Oz lleno de jóvenes, la mayoría desnudos o semidesnudos, por supuesto, sin mascarillas porque la mayoría se declara negacionista, y viviendo un sueño.
Moya | Cubano
Estrella | Húngara
En las distancias cortas, de tú a tú, hay personas amables, agradables, que comparten sentimientos verdaderos, llenos de realidad. Como Omar, un joven de Vic que confiesa: «Cuántas veces has estado en un sitio bonito y has pensado en poder estar ahí con tu gente». «Lo que hemos fabricado es lo que genera dolor y este lugar sana», añade Omar, quien, ya en confianza, se abre más: «Mucha gente confunde el amor con algo sexual».
Otros, en cambio, quizá animados por la atención del grupo, sintiéndose importantes por expresar su insustancial opinión, sueltan un discurso impostado con vaguedades superficiales (eso sí, muy rimbombantes) y con un tono de voz anestesiado que más parece un discurso de secta que una declaración real de principios. Es lo mismo que sucede con la lectura de runas puesta en común, como las premoniciones de Nostradamus, soportan casi cualquier interpretación: «No quedarse con nada, compartir lo vivido. Aprender a conectar con nuestro lado más salvaje».
Hay gente de todo tipo, familias con niños muy pequeños que corretean en pelotas con una libertad absoluta, gente más mayor, jóvenes que hacen juegos malabares y, sobre todo, asambleas, muchas asambleas en forma de círculo, a veces círculos para decidir si hay círculo y que se convierten en un desesperante laberinto, en una escalera de Escher. Allí, advierten, el tiempo toma otra dimensión. Llegaron con la luna llena y se irán mañana, con la nueva. Mientras tanto, no hay días ni horas. Excepto para Toni, quien afirma haber pasado por el albergue municipal de Logroño y contabiliza, en referencia a la pandemia: «Llevo aquí veinte días y no me he puesto malo».
De hecho, no se permiten aparatos electrónicos ni llegar a motor, tampoco las transacciones económicas, solo trueques. No se oye una palabra más alta que otra, todo parece suceder en paz y armonía. Intentan ser lo más orgánicos y ecologistas posible, consumiendo en los mercados locales, sobre todo fruta, frutos secos y arroz. Y no hay viagra ni se practica sexo al aire libre, no al menos de forma indiscriminada. «No hay sexo al aire libre continuamente, eso es pura falacia. Lo que cada uno haga en su tienda es como si lo hace en su apartamento. Una cosa es la desnudez y otra, el sexo. Hemos tenido problemas con eso porque han venido personas confundidas», se explaya Jota.
Jota viste una camiseta personalizada de La Cueva del Jazz de Zamora y pasaría por un montañero más, incluso con sus rastas y su paraguas parapetado en su mochila, si no fuera por su discurso. «Para mí, que sea legal o ilegal acampar no está por encima de mi ley moral», sentencia. Al hablar del COVID-19 se pone más serio: «Intentamos guardar las distancias pero no voy a preguntar ni sé si mi vecino está vacunado». Conoce la Familia Arcoíris y la explica con paciencia e interés: «Es la forma de vida de mucha gente. Pedimos empatía. A mí los encuentros no me han cambiado la vida pero la han hecho mejor».
La Guardia Civil ha realizado en los últimos días labores para controlar la situación y disuadir a más personas de acudir a acampar. Personados en el paraje, ha abierto expedientes sancionadores por vía administrativa por acampar de forma irregular, realizar fuego en un lugar prohibido y circular por pistas forestales sin permiso. También se ha multado a quien no tenía los papeles del vehículo en regla. Sin una orden judicial, que no se ha producido, no pueden desalojar a la Familia Arcoíris. Sin embargo, los vecinos de la zona parecen encantados con la situación. Felipe, cuya ganadería es la más cercana, afirma que «no han dado ninguna guerra, al contrario, molesta más el revuelo creado». Y un senderista que pasa por allí declara: «Ya se podrían quedar aquí todo el año, así por lo menos esto se repoblaría».
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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