El tío Pedro y el tío Miquel, dos parientes rumbosos. EFE
CRÓNICAS VENENOSAS

La paguita del tío Pedro

«Ningún hombre digno pedirá que se le agradezca aquello que nada le cuesta» (Terencio)

Pío García

Logroño

Domingo, 10 de octubre 2021, 02:00

Antiguamente, en algunas tribus africanas ribereñas del río Congo, para celebrar el rito del paso de la edad infantil a la adulta había que meterse en la selva con un taparrabos y una lanza, matar algunas bestias salvajes y demostrar de este modo que uno ... sabía sobrevivir en el mundo real a cuerpo gentil. En España, en el año 2022, nos proponemos recuperar aquellos viejos ritos, pero haciendo algo mucho más salvaje y expeditivo: arrojaremos a los jóvenes a la edad adulta con un cheque de cuatrocientos euros en el bolsillo para que se lo gasten en cosillas «culturales». Lo dijo Pedro Sánchez calándose bajo un paraguas en Eslovenia, que son un momento y un sitio extraños para dar estas noticias, así que supongo que tenía algo de prisa para anunciar la buena nueva a los mocetes. No le culpo. A ver si los chavales se despistan jugando al Fornite y terminan creyendo que estas rumbosidades se las deben a la tía Yolanda y no al tío Pedro y luego la liamos en las urnas.

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Los malpensados se han fijado en que esta paguita se da justo cuando los chavales cumplen 18 años y en vísperas de unas elecciones, sin entender que el tío Pedro no persigue ganar nuevos votantes con estas graciosas derramas, sino impulsar a nuestros jóvenes a que descubran gozosamente las complejidades de la música de Liszt, las sutilezas del último cine iraní o la agudísima prosa del tanzano Abdulrazak Gurnah. No descartemos que este sea el impulso definitivo que necesitan nuestros cachorros para bajar a la librería y comprarse El Quijote.

Además, esto del cheque cultural es algo que ya hacen en otros países europeos, con admirables resultados: el 50% del dinero entregado en Francia se ha invertido en comprar cómics manga japoneses y en Italia ha servido para despertar el talento empresarial de los beneficiarios, muchos de los cuales han decidido vender sus bonos en el mercado negro de internet para conseguir un montoncito de dinero real y así gastárselo en cosas menos culturales, aunque seguramente más líquidas.

El anuncio en Eslovenia le ha quedado muy chulo y ha tenido un gran impacto en los medios de comunicación, aunque quizá surja algún problemilla a la hora de ponerlo por escrito en el BOE. En un momento dado, alguien cogerá el bolígrafo, levantará la vista y preguntará en voz alta:

– ¿Y qué es cultura?

– Caramba –responderá un subsecretario–. Eso no lo habíamos pensado. Ahora llamo a Iceta.

Nadie pondrá reparos en que uno pueda gastarse el bono en el teatro, en la danza, en el cine y en una librería. También en la música, claro. En la mente feliz y soñadora de los gobernantes, los chavales cogerán su bono y acudirán en tropel a escuchar a Ismael Serrano o a Luis Pastor, pero los cenizos con hijos adolescentes intuimos que esa paguilla estatal probablemente acabará invirtiéndose en multitudinarios y efervescentes conciertos de Maluma, Bad Bunny o Becky G. Dará gloria ver cómo se gastan el dinero de nuestros impuestos mientras se mueven voluptuosamente, culturalmente, subsidiadamente, mientras cantan 'dame fuelte amol', 'quiero tatualme tu culo', 'chingan cuando yo les digo' y otros hermosos versos endecasílabos.

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Ya nos han aclarado que el bono no podrá usarse para ir a ver a Diego Urdiales, pero... ¿Y para hacerse abonado del Ciudad de Logroño de balonmano? ¿No habíamos quedado en que el deporte era cultura? ¿Y en cursos de idiomas? ¿Podrán gastárselo en viajes al extranjero, en cine porno, en Netflix, en libros de autoayuda? ¿Y en gastronomía? ¿Podrá uno coger el bono e irse a comer con la cuadrilla al Echaurren? Pero si se admite esto último como acto cultural, por la misma razón podrán los chavales ir tropecientas veces al Burger King a hamburguesa pagada...

De todos modos, todas estas cuestiones no tendrán ninguna relevancia si, como parece, el Gobierno apuesta por incluir los videojuegos entre los destinos posibles del bono cultural. Doscientos millones del Estado acabarán transformándose en electrizantes partidas al FIFA, al GTA o al Zombis contra Plantas mientras chavales y chavalas se convierten en futbolistas, francotiradores, ladrones o proxenetas virtuales, para mayor rédito de multinacionales como Sega o Nintendo. No sé si esto será muy cultural, pero puede que sea eficaz: después de dejarse los ojos en la pantalla, a la hora de votar por primera vez, se supone que recordarán a quién deben tan generosa contribución a su felicidad.

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El único pero a tanta magnanimidad podrían ponerlo los socialdemócratas de verdad –esos aguafiestas– que tendrían que reaccionar espantados ante la idea de pagarle lo mismo al hijo del parado que no tiene dinero ni para las tasas universitarias que al retoño de un multimillonario, ossea. Menos mal que a estas alturas ya casi no quedan socialdemócratas. Y menos en el PSOE.

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