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Juan Cuatrecasas dice que ya no tiene miedo. Lo perdió hace tiempo, cuando aún vivía en Bilbao, cuando tenía a sus hijos matriculados en el colegio Gaztelueta de Lejona (Opus Dei) y un numerario de Logroño, José María Martínez Sanz, abusó sexualmente de uno ... de ellos entre los años 2008 y el 2010. El último atisbo de esa incontrolable emoción lo notó en Bilbao, donde residía con su familia. Ya había denunciado el ataque sexual y lo único que recibió fueron reproches. En la obra no sentó bien aquella acusación y las amenazas que recibió fueron tan reales y el acoso tan intenso, que metió a su familia en el coche y se los llevó a Haro, donde comenzaron una nueva vida.
Experto en Derecho Financiero y Tributario, con una larga experiencia en la asesoría fiscal, contable y laboral y apasionado de los vinos con alma (se define como escritor, divulgador y comunicador enológico), abandonó su anonimato a raíz del ataque a su hijo. Movió tierra y cielo (con más fortuna en la primera que en el segundo) para intentar hacer justicia. Su lucha, la de su familia, ha durado una década en la que se ha encontrado con demasiadas piedras, muchas palmadas hipócritas en la espalda y una puerta cerrada a cal y canto, la de la Iglesia Católica.
Le pidió cuentas al Papa y consiguió que Roma abriera una investigación que había sido cerrada por la Doctrina para la Fe. Y el Papa le respondió pero los «fontaneros del Vaticano», dice siempre, le engañaron y la investigación acabó en agua de borrajas. «El Villarejo de la Iglesia [Silverio Nieto], un personaje tóxico, el que más daño nos hizo en el caso Gaztelueta», dice que fue el responsable.
Lo que la Iglesia le negó se lo dio la justicia terrenal y poco después de que la Audiencia Provincial de Vizcaya condenara al profesor de Gaztelueta a 11 años de prisión (sentencia que está recurrida y que, a la espera del Supremo, ha frenado el ingreso de Martínez Sanz en la cárcel) fundó la Asociación Infancia Robada para ofrecer a las víctimas el acompañamiento y el asesoramiento que él y su familia no tuvo. Hace unas semanas, Cuatrecasas estuvo en Roma, en la cumbre de la Iglesia contra la Pederastia y su asociación formó parte del reducido grupo de víctimas (12) que se reunieron con el investigador del Papa y arzobispo de Malta, Charles Scicluna. Sus limitadas expectativas se vieron confirmadas.
Tras esa década de sufrimiento, cuando Cuatrecasas habla lo hace con una serenidad sorprendente, con un discurso duro y contundente, sin medias tintas, eufemismos o circunloquios innecesarios, lo que refuerza su autoridad. Y sin rencor. Sigue siendo creyente, no ha perdido la fe pero quiere acabar con la lacra de la Iglesia Católica. «No criticamos a la Iglesia, sino los casos de pederastia», dice cuando tiene delante un micrófono. Ese trabajo en la sombra, esa persistencia en sus reivindicaciones han fructificado diez años después hasta conseguir abrir la única puerta que ha permanecido cerrada a cal y canto, la de la Conferencia Episcopal Española. El próximo 14 de marzo se reunirá con su presidente, Ricardo Blázquez. Diez años de trabajo para una reunión.
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