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El líder del mundo libre. O algo así. Reuters
Lo que nos hace votar a un payaso

Un último repaso

Lo que nos hace votar a un payaso

El más democrático de los países puede acabar con un monstruo al frente

Pablo Álvarez

Logroño

Domingo, 28 de julio 2024, 08:28

Ningún país está libre de poner a un payaso en su sillón presidencial. O, peor aún, a un lunático, a un psicópata. Los alemanes de mediados del siglo XX eran uno de los pueblos más cultos y avanzados de su época. Y fíjense.

Aquello debería servirnos para recordar que, a veces, hasta el más democrático de los países puede acabar con un monstruo al frente. Los votantes son soberanos, aunque eso no les libra de estar equivocados individualmente y como mayoría. Pero, al menos hasta estos últimos años, uno estaba confiado en que el poder de los grandes números acabase tirando hacia el lado de la razón, y siempre había tenido la sensación de que el número de gente razonable sobrepasa al de irracionales.

Digo hasta estos últimos años porque ya no estoy tan seguro. Y no porque crea que los jóvenes vengan peor; me aburre sobremanera lo de «yo también fui a EGB» y esas monsergas. No: los jóvenes vienen como vienen, que es igual que siempre. O sea, por hacer, pero con ganas, piernas, cabeza y un porcentaje de sinsustancias entre ellos igual al que hubo en todo el resto de las generaciones. O incluso un poco menor, yo diría.

No, para mí la diferencia en los últimos años está en que a los terráqueos del XXI nos ha caído encima un poder para el que no estábamos preparados, como ocurre con todo lo que nace un poco por casualidad: la omnímoda y omnipresente fuerza del algoritmo. Es un poder que hiere de muerte la base principal de los sistemas democráticos, que es el contacto de la ciudadanía con la realidad. En las horas que pasamos con la vista en la pantalla recibimos más información de todo tipo que ninguna otra generación sobre la tierra, pero es una información terriblemente mediatizada con el único propósito de darnos la razón, de confirmar nuestros sesgos, sean estos los que sean. Y cuanto más violenta y tajantemente, mejor.

El efecto más perverso es convertir a los ciudadanos en creyentes. La fe no necesita contacto con el suelo, e incluso esa cercanía a la realidad le estorba. Sólo así se explica que, por ejemplo, un tipo como Donald Trump pueda no solo ser presidente sino incluso volver a serlo. Nada en él (ni carácter, ni conocimientos, ni siquiera saber que ya hizo el trabajo y fue un churro) le hace un candidato serio. Pero ahí está, rodeado de una cohorte de, en fin, creyentes.

No tengo ni idea de cómo es Kamala Harris. Pero cuando la veo pienso lo mismo que en cada cumpleaños. En fin, la alternativa era peor.

Jueves Cataluña

El temible acuerdo

Sánchez visita Barcelona, arrullando a ERC como un palomo que corteja a su novia. Nuestro presidente negocia, nuestro presidente promete. Lo primero no es fácil, lo segundo sí, porque sus promesas se pagan con el dinero de los no catalanes, lo cual le da igual: el PSOE ahora mismo no aspira a ganar elección alguna fuera de Cataluña y el País Vasco. Y estos últimos ya tienen toda la pasta que necesitan, al menos hasta mañana.

Así que ahí andan, dilucidando no si se va a ceder en los ingresos fiscales que el Estado reparte entre las comunidades menos ricas que Cataluña, porque eso, el qué, ya está más que decidido. Lo único que está en discusión es el cuánto.

Cómo casa eso con el ideal de redistribución que está en el mismo núcleo del ser de izquierdas es un misterio al que ya hace mucho que hemos renunciado a dar respuesta. En realidad, qué importa: cuando la supervivencia está en juego, no hay ideas que valgan.

Sábado Magaldi

Bendita locura

Yo no sé si Fernando Magaldi está bien de la cabeza. Desde luego, lo que hace no es de cuerdo. Recaudar dinero y conseguir visibilidad para la gente con discapacidad es santo. Hacerlo por el procedimiento de correr mil kilómetros en quince días (dividan, ya verán lo que les sale cada día) es una locura. Pero bendita locura. En esas piernas y ese corazón hay mucho de lo que nos hace, pese a todo, una especie que merece la pena conservar. Ayer terminó su (pen)último reto. Grande Fernando.

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