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Convoca el Consejo Regulador a la prensa el viernes para seguir diciendo más o menos lo que viene manteniendo en los últimos tiempos. O sea, ... que todo se ha hecho genial en Rioja, y que lo que pasa es que el mercado se confabula contra nosotros, pobrecitos. Que igual tienen razón, óiganme, ojalá estemos en el mejor de los mundos posibles y acabemos creciendo un 20% en ventas el año que viene. Que las bodegas naden en oro en lugar de en vino que nadie quiere comprar, y que el kilo de uva se pague a dos euros.
Pero por si acaso las cosas no se enderezan así de fácil y en Rioja acabamos teniendo que tomarnos en serio eso de producir menos uva y menos vino, convendría que fuéramos tomando algunas cosas en cuenta.
Una, que eso del dinero público sirve para lo que sirve. O sea, para momentos excepcionales. Bien hizo el Gobierno de La Rioja en pagar para que se destruyera vino, pero uno diría que no ha servido para mucho. Al final hemos acabado produciendo lo mismo, y no es que la pasta pública haya servido para subir los precios; más de dos viticultores han palmado dinero este año.
Y qué quieren que les diga: aunque tengan todo el derecho, eso de darle 2,6 millones de los riojanos a una multinacional que ganó el año pasado más de 2.200 millones de euros para que limpie su stock me da algo de rabia. Llámenme raro.
En otra cosa que tenemos que pensar es en la posibilidad de que acabemos no siendo más listos que los de Burdeos, que andan arrancando cepas porque también les sobra vino. Si eso llega, tiemblo ante las decisiones que tomen algunas cabezas. Por ejemplo, la del que tenga que decidir entre un viñedo sinsorgo pero superproductivo y otro de cien años que tiene por ahí. Sobre todo si al final le acaban pagando 70 céntimos por la uva tanto del uno como del otro.
Al inicio de la vendimia se me partía el corazón con un vídeo que compartíamos por aquí. En él, un bodeguero con conciencia paseaba desolado entre cepas centenarias que ni siquiera se iban a vendimiar este año.
Por supuesto, si lo que queremos es hacer crianzas de supermercado de dos euros, nos quedamos con las espalderas y la maquinaria. Pero si queremos tener un futuro que merezca la pena, igual habría que pensar en que eso es un patrimonio que debe ser protegido, primado, acunado. O sea. Que igual tendríamos que empezar a pensar en que el futuro depende de preservar cada gramo de carácter propio que nos quede. Eso, o que el cambio climático haga que acabemos plantando solo patatas en la Sonsierra. Que igual nos lo merecemos.
Publicamos el jueves la última queja de los pueblos pequeños de La Rioja: que ahora el correo ya no les llega en el día. Cosas tontas, como que ya no les dejan ni recibir el periódico del día, sino que tendrán que leer el del día anterior.
Digo la última, pero sin duda soy optimista. Será la penúltima, porque siempre hay más. Esta misma semana recordábamos cómo 125 de los 174 municipios riojanos no tienen ni una sucursal bancaria. Y terminábamos con que en los Cameros estaban, otra vez, sin cobertura de móvil por culpa de una racha de viento.
Qué quieren que les diga, desde mi confort de urbanita (aunque sea de Logroño, que tampoco es guasintón) me parece que resistir viviendo en esos pueblos en los que cada poco te ponen un palico en las ruedas es propio de héroes.
Como igual los 'indepes' catalanes acaban poniéndose tan tontos que sobrepasen las tragaderas de Sánchez (que ya es superar) es posible que tengamos elecciones en unos meses. Si es así, volveremos a oír hablar de la despoblación y de lo importante que es luchar contra ella. Igual en la sierra se han vuelto a quedar sin cobertura y, por lo menos, se evitan el trago.
No creo que jugar en un equipo de Primera RFEF como la SDL se pueda considerar un fracaso. Cuántos quisieran. Pero sin duda las expectativas de un joven prometedor que sueña con el infinito son traicioneras: el autobús al Olimpo tiene muy pocas plazas. Leo la historia de Óscar Fernández, futbolero que pasó por muchas curvas antes de aprenderse a llevarse bien consigo mismo y con su carrera de obrero del fútbol. Yme maravilla que haya decidido, cosa rara, escribir un libro para ayudar a otros a aceptar eso que, al fin y al cabo, es el pan de cada día de la mayoría de los aspirantes a deportistas: la posibilidad del fracaso.
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