Lluvia de mentiras

Pero hay cosas que, aunque la tragedia sea enorme, sí eran esperables. Era esperable una respuesta insuficiente de las autoridades, y muy difícil estar a la altura. También era previsible esa ola de solidaridad sin guía, que siempre es la más conmovedora: la de la gente que quiere ayudar, aportar, estar con.

Y era perfectamente esperable, en fin, la aparición de lo peorcito del personal. Que siempre será una parte minoritaria, amplificada eso sí por la propia tragedia, que le sirve de megáfono.

Tiene nombres mil la vileza de estos momentos. La del pillaje y el saqueo es tan vieja como la humanidad, aunque da asco igual: unos buscan gente a la que salvar en los coches anegados, otros televisores que llevarse de un escaparate. La de los que cobraban 5 euros por medio litro de agua embotellada: ley de oferta y demanda que ojalá sus vecinos recuerden cuando vuelva la normalidad, que volverá. La vileza del rival político que no sabe dejarse de tonterías ni durante un día. Y de esa ha habido, ay, en todas partes. Qué desconsuelo para nuestra democracia.

La vileza que más me preocupa es, sin embargo, la que más abunda últimamente: la de las mentiras. Desde el minuto uno, los bulos han volado en todas las direcciones. No, en realidad no en todas. Como si de una flecha se tratara, todos apuntaban en el mismo sentido de provocar más caos, más desconfianza, más miedo. Más sensación aún de que el Estado no sirve, de que nos mienten y nos engañan y nos abandonan.

Me gustaría poder decir que esos bulos son una cuestión de tontos o desinformados o irresponsables, pero lo cierto es que no. Se reproducen en todas partes, en todas las catástrofes o situaciones de tensión. Hay un movimiento universal de orígenes difusos pero clara tendencia única que busca socavar nuestro modo de vida democrático a través de la simpar herramienta que proporcionan las redes sociales y el poder ubicuo del algoritmo. Estas catástrofes en las que todo, en fin, va mal son simplemente su campo de aterrizaje favorito. Agárrense pues: llueven mentiras aunque la DANA haya pasado.

Ese poder del algoritmo del que les hablaba más arriba (esa fuerza imparable que solo nos pone ante los ojos lo que queremos ver y nos niega el acceso a la realidad) es lo único que explica lo que esta pasando en Estados Unidos: que sea posible que un tipo como Donald Trump, tan despreciable en todos los sentidos de la palabra, aspire con seriedad a volver a ser presidente del país más poderoso del mundo. Será partir del martes, aunque tardaremos días en saberlo porque, en fin, el recuento por allá es cosa de locos. En cualquier caso, sólo será una etapa más de una lucha que vamos perdiendo centímetro a centímetro quienes consideramos que, pese a sus problemas, la democracia liberal occidental de la segunda mitad del siglo XX es lo mejor que le ha pasado a la humanidad. No tengo grandes esperanzas en que haya buenas perspectivas en esa pelea: los incentivos, sobre todo económicos, en nuestra contra son demasiado fuertes.

Qué cosa, esto del fútbol. Esta semana mis dos equipos favoritos me dieron una ración de lo mejor y otra de lo peor. El Real Madrid fue el que me recordó lo de ridículo, fatuo y absurdo que tienen algunos futboleros y sus fanboys. Qué vergüencita y qué desaliento tener que desear que ganen tipos así. El otro, la UD Logroñés, me dio un alegrón de esos que llenan el corazón: eliminar a un equipo dos categorías por encima tras jugar bien, marcando un gol en la prórroga que encima hace un debutante. Viva el fútbol, sí, pese a todo.