Jueves | Glosas

Déjenos verlo

Es jueves, y el presi Capellán se va a los madriles a rodearse de académicos. Su destino: un edificio de ladrillo viejo y de curioso nombre, la Casa del Nuevo Rezado. Un caserón más lujoso por dentro que por fuera, sobre todo si uno tiene suerte y puede echar un vistazo, debajo de todo, a una caja fuerte que casi nadie ha podido ver. Uno se la imagina como una de ésas que reventaban en las pelis de vaqueros con cartuchos de dinamita. Aunque seguramente no tendrá tanta poesía, lo que hay dentro vale más que aquellos sacos con el símbolo del dólar. Ahí está el 'códice 60' de San Millán de la Cogolla, un librucho no muy grande ni muy historiado, pero en el que un señor escribió hace mil años las primeras frases con sentido y gramática que se pueden llamar sin miedo a equivocarse romance. O sea, castellano. O sea, esta lengua que usamos usted y yo.

Capellán estaba allí, aparte de para tragarse un acto un tanto plomo, presentar un sesudo estudio y una preciosa reproducción facsímil del 60, para seguir trabajándose a la tal academia. En el buen sentido: anda empeñado el presi en que la venerable institución nos preste ... el librito de marras. Quiere el gobierno montar a su alrededor una magna expo en Yuso, allí donde fue escrito, para que luego toda esa fanfarria se quede allí, honrando el lugar, cuando el códice ya haya regresado a su caja fuerte del Rezado.

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La ilustre historiadora Carmen Iglesias, que preside la Academia, defendía el jueves que las glosas del 60 están bien donde están: que la institución tiene todo el derecho a custodiarlas. Cosa de la que nadie duda, a estas alturas. Pero de lo de prestárnoslo un ratito (unos meses, en fin) todavía ni mú. Que lo andan estudiando.

Nos gustaría verlo, señora directora. No pedimos que lo devuelva, fíjese. Pero todos los riojanos llevamos oyendo hablar del librico en cuestión, y de esas palabras tan pías («Cono aiutorio de nuestro dueno dueno christo dueno salbatore...») desde que pisamos la escuela. Nos han enseñado a estar orgullosos de algo tan lírico como una lengua, ya ve, y no me negará que tiene mérito que al menos una esquina de España lo esté.

Es cosa del corazón, señora directora. A mi al menos me gustaría verlo una vez en la vida. No puedo negar que me hace especial ilusión, y no soy el único. Más de uno se emocionará en este pueblo al echarle un vistazo a una esquina de una página de un libro del siglo IX.

Somos así de raros, ya ve. Dénos el gusto. Déjenos verlo.

Sábado | Salud

Ahora vigilemos

Se acabó el asunto de los TAC. O eso esperamos. Por si no tienen el serial en mente, permítame recordárselo.

Salud tuvo subcontratada durante años la interpretación de pruebas como resonancias magnéticas o TAC. Asunto serio, no me negarán. En la furia internalizadora del anterior ejecutivo ese servicio recayó en los médicos del San Pedro. Con un problema: no había suficientes para hacerlo. Así que a prisa, corriendo y sin publicidad la cosa se volvió a sacar a una empresa privada, que resultó ser un desastre. Las quejas fueron internas entre el personal sanitario durante meses, hasta que por aquí tiramos un poco del hilo. Salud reconoce que hubo al menos 44 diagnósticos erróneos, aunque hay quien eleva ese número.

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Ahora cambiamos de empresa, y es de esperar que habiendo aprendido la lección: ya que no podemos hacerlo nosotros, vigilemos a quien contratamos para que lo haga. Es un asunto de vida o muerte. Literalmente.

Horriblemente mal

Cuando pasan cosas como la del malhadado edificio de Valencia hay varias reacciones casi obligatorias. Horror y piedad, claro, pero también algo de indignación y una curiosidad sana. Algo tan extraordinario no suele pasar por una buena razón: porque la mayoría de las cosas están bien hechas. Cuando algo así sucede, por tanto, es que algo se ha hecho horriblemente mal. Es imperativo saber qué, no tanto para castigar al culpable (que también) como para evitar que se repita. Los accidentes ocurren, pero las negligencias también.

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