Debajo de estos cachorros

Como señal aterradora, lo de la 'manada' de Logroño es de lo peor que he visto. Seis chicos menores de edad deciden engañar a dos chicas de 13, llevárselas a unos trasteros inmundos y violarlas en grupo, turnándose. Dos de los violadores (los que llevaron a las crías hasta allí, además) son, para más terror, inimputables: o sea, niños para la ley, que no han cumplido ni los 14.

La sociedad no perderá la esperanza con estos chavales: les ha puesto penas de internamiento en un centro especial para ellos, intentará recuperarlos y enseñarles la verdadera cara de lo que hicieron en aquellos trasteros. Esperemos que haya también esperanza para las dos chiquillas, una vida lo mejor posible.

Lo que da verdadero miedo no es lo que hicieron estos cachorros de Satanás, sino el hecho de que cada vez haya más, (menores y mayores, pero muy jóvenes) que cometen actos semejantes en España. Debajo hay algo muy feo. Igual estamos demasiado cerca para verlo, pero ahí está. Todo el mundo señala hacia el porno, o hacia un tipo muy específico de porno: ese que normaliza comportamientos que nunca lo son, violencias, noes que significan síes, sexo grupal asalvajado. Algo deberíamos hacer, sí, contra el tipo de contenido en las redes. Que no es mojigatería, sino simple autodefensa, o defensa de las cabezas que se están pudriendo al olor de semejante basura omnipresente.

Pero no es solo porno, no puede serlo. Hay otro componente debajo del comportamiento de estos y de otros depredadores: la despersonalización de su víctima, el entenderla como algo subsidiario a ti mismo.

Es el machismo cerril y antiguo, combinado con lo peor que nos han traído las nuevas tecnologías y con unos brochazos de una especie de «reacción antifeminista» que ha calado en algunos jóvenes machos como si fuera un veneno.

Recuerdo aquella bochornosa rueda de prensa que un líder nacional y dos regionales de Vox dieron delante del portal de los horrores. Hablaba el ínclito Buxadé entonces de «violencia importada» al referirse a lo que había pasado allí. No, los condenados son españoles y bien españoles. La enfermedad es española y bien española, y tardamos en reconocerla y actuar.

Déjenme que les cuente una cuita de periodista. Cada año se suicidan en España unas 4.000 personas. Unos 30 en La Rioja. Nosotros no se lo contamos: agarrados por un miedo atávico y por unos códigos de conducta bienintencionados pero muy poco útiles, la tragedia brutal que es esto pasa desapercibida. Porque la consigna acaba siendo muy cercana al «no lo cuentes». No des detalles, no digas, todo está mal, no sumes casos, vas a hacer más daño que bien.

Curiosamente, esos mismos códigos nos dicen lo contrario de las víctimas de violencia de género. Y para bien, creo yo: cuéntalo, señala la raíz del problema, sal a la calle, protesta, da datos, números, visibiliza. Provoca el necesario escándalo.

Mi sensación con los años es que los periodistas contribuimos así a la realidad incuestionable de que no se hace lo suficiente para luchar contra el suicidio. Porque no nos escandaliza. Porque no nos enteramos. Porque no lo contamos.

Es difícil comprar la postura del Ayuntamiento de Logroño en esto de los carriles bici. El problema de su reforma-destrucción de lo hecho por Hermoso es que detrás no hay ninguna razón técnica. Lo que ha hecho, sencillamente, no mejora nada, no contribuye a nada. Y aunque sea una «decisión política», hasta esas decisiones deberían estar motivadas por una necesidad técnica, no por un prejuicio anticiclista. No tienen al Ministerio a favor, cierto. Pero todo se reduce a que las cosas hay que hacerlas por algún motivo válido.