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Nadia Las Heras, de 26 años, lleva tres años subiéndose a la torreta de Cabimonteros, el punto más alto de Sierra La Hez, desde donde otea el horizonte en busca de algún fuego por insignificante que sea. A más de 1.400 metros de altitud, en un entorno de pinares, disfruta de un privilegiado 'balcón' con vistas de postal a sierras y valles de La Rioja, pero también a territorios de Soria, Aragón, Navarra y algo de Álava. Su visibilidad es perfecta a un radio de más de ochenta kilómetros, lo que permite ver en días claros los Pirineos.
La joven bióloga arnedana, con formación en flora y fauna en León, es uno de las treinta vigilantes que integran el operativo dispuesto por el Gobierno riojano y coordinado o por la empresa Tragsa para vigilar que no haya incendios. Están repartidos en quince torretas por toda La Rioja, en lugares con un campo visual muy amplio y también lugares muy bellos. Son el primer eslabón en la detección precoz del fuego. Su papel es clave pues deben ser capaces no solo de detectar el humo, sino de interpretarlo. «Te puede dar mucha información por la densidad, el color..., te puede decir qué tipo de vegetación se está quemando, la distancia...»
Su función es dar el aviso al SOS-Rioja de la aparición del fuego para que no se descontrole y desencadene en algo peor, como ocurrió recientemente en Navarra. Ella fue testigo de los cuatro fuegos declarados en el territorio vecino. «Vi los cuatro a la vez, el de Las Bardenas, Los Arcos, El Perdón y por San Martín de Unx... Eran enormes y daba mucha pena la verdad», afirma con resignación esta vigilante.
Su torreta, a la que se accede desde Las Ruedas de Ocón por una pista forestal, está en mitad de la nada o, mejor dicho, rodeada por los aerogeneradores del parque eólico de La Hez, a «un palmo» de la cabina que corona la estructura vertical metálica, de veinte metros de altura. La calma sería absoluta si no fuera por el ruido de las aspas de los molinos, al que, sin embargo, los vigilantes acaban acostrumbrándose. De hecho es su única compañía en los turnos de diez horas de vigilancia, incluida la noche. «La visibilidad del humo se pierde, pero, claro, las llamas son más visibles», señala Nadia. Y, en su caso, añade «el problema del frío» que siempre hace en la cima del Cabimonteros. Ni en la ola de calor le sobra la chaqueta.
A la labor de vigilancia desde las torretas se ha sumado en los últimos tiempos la colaboración desinteresada de la ciudadanía. Según explica Óscar Hervías, responsable de la red de telecomunicaciones y vigilancia forestal del Gobierno de La Rioja, la sociedad riojana está muy sensibilizada, sobre todo por los últimos incendios. «En SOS-Rioja –dice– se reciben últimamente muchos avisos por parte de particulares». No siempre se confirma el fuego, pero afirma que la información que reciben puede llegar a ser muy útil en un momento determinado.
De día, de noche, da igual, la función de Nadia es mirar sistemáticamente con sus prismáticos para que no se le escape ningún humo. «A veces se confunde con el polvo de los tractores, incluso con alguna nube fugaz». Pero lo peor, como añade Óscar Hervías, responsable de Vigilancia Forestal, es la calima: «Llevamos unos días muy malos, es como una cortina que se pone delante y nos quita visibilidad».
El año pasado esta torre tuvo un papel fundamental en el avistamiento del incendio de Yerga. Aunque le quedaba algo lejos, fue desde este punto desde donde se divisó la primera señal de fuego. «Se dio el aviso y gracias a la rápida intervención, el fuego no fue mayor». Este verano, e momento está teniendo unos primeros días de campaña tranquilos, aunque no baja la guardia consciente de que La Rioja está en situación de máximo riesgo. Tienen, además, instrucciones expresas para ello. «Tenemos muy claro que somos como los ojos del monte», señala Nadia convencida de la trascendencia del papel de los vigilantes, que han de pasar antes por una formación.
Ni drones, ni cámaras térmicas. «Están bien como complemento, pero la labor de una persona es insustituible», dice y subraya la necesidad de que se siga apostando por este método como una oportunidad laboral para los vecinos de las zonas donde se hace esta vigilancia. «¡Qué mejor que ellos para asumir este trabajo! Nadie va a conocer mejor el territorio y lo va a defender con más interés», señala destacando también que es una forma de combatir la despoblación.
El perfil de los vigilantes es muy dispar; muchos son vecinos de la zona que conocen al dedillo el territorio, entre ellos hay pastores y agricultores, pero también personal de las pistas de Valdezcaray que complementa su trabajo del invierno con esta campaña de verano. Y estudiantes, la mayoría de ciclos de Formación Forestal.
Si no hay novedad, cada hora Nadia, que también es educadora medioambiental, da el parte de situación. «Informamos si hay visibilidad o no, qué tiempo hace y de paso confirmamos que seguimos bien».
La niebla suele ser el peor obstáculo porque impide la visión. Cuando esto ocurre entran en funcionamiento las torres situadas en el valle. Lo bueno de la niebla es que es señal de que no hay peligro
Después de tres años suma tantas horas de observación que Nadia sabría reproducir el paisaje con los ojos cerrados. «Al norte está el valle del Ebro, se ve Logroño. Luego hacia el este, Calahorra, Pradejón, Rincón, Alfaro... el Cidacos, el puerto de Oncala en Soria... Y si miras al Oeste, está la zona del Jubera y a lo lejos San Lorenzo», enumera Nadia, a la que se le nota entusiasmada con su trabajo.
De momento no ha pasado ningún momento de peligro, aunque una vez un rayo cercano le pilló en lo alto de la torreta sin darle tiempo a bajar al refugio que hay junto a la instalación y que sirve de guarida en días de tormenta, más habituales de lo que se piensa. «El fogonazo de luz y el estruendo fue impresionante, pero hay que mantenerse sereno porque después hay que ver dónde ha caído por si aparece humo...».
Por contra, también menciona las magníficas noches estrelladas que le ofrece este paraje, territorio de la Reserva de la Biosfera. «Se ven estrellas fugaces, cometas... Es un privilegio, la verdad».
Las quince torretas que integran la red de vigilancia tienen refugio. El de Cabimonteros tiene suministro eléctrico, el único junto al de Yerga. El resto funcionan con placas solares y baterías. Estas mini construcciones cuentan con lo básico: dos camas, una mesa y chimenea, que viene bien cuando empieza a hacer frío, por septiembre y octubre cuando se da por concluida la campaña contraincendios.
Cada una de las torretas y refugios habilitados tienen una estética muy singular. Y no es por casualidad. Ha sido tradición quecada ingeniero de Montes dejara su impronta encargando una de estas instalaciones con un diseño innovador. Entre las más llamativas está la torreta-faro de Ezcaray, la tienda de campaña india-refugio de Moncalvillo o la torreta caracol de La Fonfría.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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