Donde nunca pasaba nada
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«Quiero decir de todas las maneras / lo aburrido que estoy. / Todos ven en mi cara mi gran aburrimiento», Rafael Alberti ('El Aburrimiento)Secciones
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«Quiero decir de todas las maneras / lo aburrido que estoy. / Todos ven en mi cara mi gran aburrimiento», Rafael Alberti ('El Aburrimiento)Cuando, con cierta sorpresa, Jesús María García fue promovido por el Grupo Socialista en el Parlamento como nuevo presidente del Legislativo, sus compañeros (entre quienes entonces despertaba alguna simpatía superior a la actual, luego de su alineamiento con Concha Andreu en la crisis ... interna que divide al partido) justificaron su candidatura con un argumento que el paso del tiempo ha ido también desmintiendo, en proporción semejante a las antiguas afinidades: «Es la persona ideal para que esto cambie». Con «esto» se referían los defensores de su nominación al mustio estado de la vida parlamentaria, lastrada por una larga serie de condicionantes (por ejemplo, un reglamento impropio del siglo XXI, sólo entendible al servicio de las mayorías absolutas de aquel PP de Pedro Sanz) que impedían el tono vivificante que se debe exigir de tan alta institución. García, un político vehemente con propensión al autoritarismo que disponía de contados fans incluso entre los suyos, se distingue sin embargo por algún valioso atributo para que el encargo de revitalizar el Parlamento fructificase: no se le tenía por el tipo de diputado que se conforma con calentar la silla. Su discurso inaugural, cuando asumió el cargo, apuntaba en efecto en esa dirección: frente a la tendencia al inmovilismo de quienes le antecedieron, García parecía dispuesto incluso a enfrentarse a sus propias siglas si la ocasión lo merecía en defensa de perfeccionar la actividad legislativa. Milagro que sigue sin suceder. No está y, lo que es más grave, tampoco se le espera.
Porque un año y medio después de su nombramiento, el Parlamento que preside continúa allí donde estaba. Si hay alguna novedad destacable, a simple vista es imposible detectarla. Y los supuestos cambios deben buscarse con lupa. Por ejemplo, esta proeza: que la manía de rellenar los plenos con proposiciones no de ley, esas que a nada comprometen (véase los casos recientes del IER y de las competencias de transparencia: todo sigue igual), se haya mudado a las comisiones respectivas que abordan los distintos ámbitos competenciales. Se trata de un avance tan magro que en nada altera el pulso del administrado, en el improbable caso de que haya sido informado de tal hazaña. Y, de hecho, el orden del día de cada pleno sigue colonizado por las naderías de rigor, consecuencia de una escasa producción legislativa que ya dejó que desear en el mandato de José Ignacio Ceniceros y no tiene pinta de mejorar en dinamismo. El virus, esa excusa que todo lo tapa, sirve también como coartada para absolver a sus señorías de dos pecados: su inactividad y nuestro aburrimiento. Porque el otro pilar legislativo, la cuota de control del banco azul, se ejerce también con la atonía conocida, mediante ese sistema de preguntas al Gobierno para quienes el vulgo inventó hace tiempo aquello de qué hora es, manzanas traigo.
El politólogo riojano Pablo Simón suele animar en sus intervenciones, orales y escritas, a resolver los problemas que se presentan por oleadas y tienden a abrumar a los responsables de solucionarlos mediante el ardid de identificar aquellos que se pueden solucionar con mayor facilidad y lanzarse a su abordaje. Según esta lógica, el Parlamento, puesto que se ve incapaz de avanzar en la reforma del Estatuto (sí, aquel suceso histórico que llevó en peregrinaje a sus señorías hasta Yuso, se remitió a Madrid y nunca más se supo), y tampoco logra que prospere una nueva ley electoral (con la rebaja del umbral de entrada al 3%, garantía se supone de menor monotonía parlamentaria) podría mejorar la calidad del debate implantando otra promesa nunca materializada: la reforma de su reglamento. Para que las discusiones fueran eso, contraste de pareceres, esgrima ideológica, monumentos a la elocuencia... Tal vez entonces se sabría del Parlamento por el vigor de su vida interna, volcada en atender las inquietudes de los administrados en vez de preocuparse por masajear el ego de sus integrantes. De lo contrario, seguirá siendo ese sitio donde nunca pasa nada. O donde no pasaba: el sitio que deberá resignarse a ser noticia cuando su presidente cambie de coche.
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