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Sucede a menudo en todas las ciudades. Los comercios clásicos van cerrando por la falta de relevo generacional, por la fuerte competencia de internet y por la presión del turismo y la hostelería. Las tradicionales calles comerciales van rindiéndose a las franquicias, a las grandes ... marcas, a los bares y restaurantes. Una calle del centro de una ciudad puede ser ya la avenida de cualquier ciudad porque se repiten las grandes marcas. Son los comercios, como los monumentos, los que distinguen una ciudad. Tiendas como Dulín, Curtidos Domínguez, Cafés El Pato, La Golosina, Cerezo, Santos Ochoa... en Logroño.
Solo en la capital riojana una nueva remesa de comercios emblemáticos está a punto de cerrar, como son Casa Azul y Confecciones El Barato en pleno casco antiguo y Pajarería Osés en la calle Chile o la librería Escobés en Calahorra. Otras cuelgan el cartel de traspaso o alquiler, intentando alargar el negocio, como Foto Pasaje, Textiles Isabella, Rómulo... Y también otras, como el videoclub Arizona y Húchame, se han rendido definitivamente.
«El cierre de comercios emblemáticos resta carisma a una ciudad, hay que intentar que perduren este tipo de empresas que aportan vitalidad y alegría a nuestra calles», declara Adelaida Alútiz, secretaria general de Comercio de la Federación de Empresarios de La Rioja. «El relevo generacional es muy importante, hay que poner en valor la profesión del comerciante, su experiencia y cercanía. Los clientes queremos tener a mano lo que necesitamos pero para eso tenemos que hacer que estos comercios no desaparezcan», advierte Alútiz.
«El cierre de comercios, en general, es una mala noticia y si esos comercios son emblemáticos y singulares la noticia es peor. Los comercios emblemáticos tienen una historia y un significado cultural profundo para un barrio, una generación o una ciudad. Hay que recordar que estos comercios actúan como puntos de encuentro, crean vínculos comunitarios, generan empleo y, en algunas ocasiones se convierten en atracciones turísticas», subraya Cristina Olarte, directora de la Cátedra de Comercio de la Universidad de La Rioja. «La revitalización de zonas urbanas pasa por la preservación y renovación de comercios emblemáticos», considera Cristina Olarte.
Fotos El Pasaje Carlos Calavia y Luisa Taboada
Qué logroñés no se ha fotografiado en Fotos El Pasaje para el DNI o el simple carné de la piscina. Carlos Calavia y Luisa Taboada, a sus 72 y 70 años, respectivamente, desean jubilarse y traspasan sus negocios. «No hemos ganado mucho dinero pero hemos hecho algo peculiar, sobre todo antes, cuando los fotógrafos éramos muy demandados por la sociedad», explica Carlos Calavia, que se ha dedicado también a la fotografía industrial. «Si antes había 30 fotógrafos en Logroño, ahora quedamos cuatro y la gente sigue necesitando hacerse fotos para los carnés», asegura Calavia. «De repente nos hemos visto muy mayores. Me da mucha pena y me gustaría no cerrar, mantenerlo, que se preste servicio», confiesa Calavia.
Confecciones El Barato Olga Díez
Olga Díez lleva nueve años al frente de Confecciones El Barato, tienda con 76 años de historia en el casco antiguo logroñés. Con el cartel de liquidación ya colgado, permanecerá abierta hasta fin de año. «He estirado bastante el chicle porque quería jubilarme aquí y todavía me quedan muchos años, pero esto ha cambiado mucho y para mal», admite Olga. A pesar de que hace arreglos de ropa y se ha establecido como punto de recogida de paquetería, su principal ingreso, la venta, ha caído mucho. Su marcha, además, dejará sola a La Galería en la plaza del Mercado frente a la hostelería. «Me he visto abocada al cierre y porque me han abierto los ojos porque yo no lo quería ver, aunque no es un disgusto sino una etapa que paso», reconoce Olga.
Pajarería Osés Cristina y Ricardo Osés
Pajarería Osés llegó a contar con tres tiendas en Logroño y la única que queda, en la calle Chile, se traspasa tras medio siglo como pionera en la venta de animales. Su cierre, antes de la entrada en vigor de la Ley de Bienestar Animal, se produce, sobre todo, por la competencia de internet y la conversión de la calle en vía preferente, que prohibe el estacionamiento. «Venir a comprar aquí es mortal porque no se puede ni parar», señala Cristina. «Y el mayor problema, los precios de internet; no hemos tenido protección por parte de los proveedores», añade Ricardo. «También nos ha afectado la ley, no ha habido información y la gente no compra por miedo», concluye Cristina.
Librería Escobés | Calahorra Damián Escobés
El apellido Escobés es sinónimo en Calahorra de libros, folios y lapiceros, después de que la librería que en el año 1956 fundase, en la calle Doctor Fleming, Samuel Escobés se haya mantenido en el tiempo como uno de los comercios referentes de la ciudad. «Allí empezó mi abuelo con un taller de imprenta y librería. En aquella tienda se vendía muy bien, porque estaba cerca del colegio Teresianas», recuerda Damián Escobés, nieto del fundador de la librería, regentada también por su padre Jesús. Alrededor de los años 90, «y ante la expansión de Calahorra, se decidió pasar la librería a Gallarza», explica Damián, que el próximo 24 de agosto echará el cierre de manera definitiva. Traspasar el negocio, que ha ido diversificándose con la venta de prensa, cupones de la ONCE y punto de paquetería, no ha sido posible. «Nadie se atreve a trabajar todos los días, de lunes a domingo», dice medio en broma.
Casa Azul Elena Jiménez
Casa Azul, tienda centenaria de moda infantil de la calle Portales, también baja la persiana. Ascensión Ibáñez, recientemente fallecida, se hizo cargo del comercio hace medio siglo y con ella trabajó su hija, Elena Jiménez, y posteriormente la sobrina de esta, Mónica Larrieta. De ser una mercería que vendía guantes, paraguas y, sobe todo lanas, pasaron a especializarse en ropa de niños. «Yo ya he cumplido 68, Mónica no va a continuar porque tiene otros proyectos, y aunque hemos seguido porque nos gusta nuestro trabajo, ya es hora. No es una pena porque es natural, pero sí por las clientas», describe Elena. La pandemia lo cambió todo, afirma Elena, aunque también cree que a la gente que le gusta el comercio físico. «En el casco antiguo hay mucho turismo. La zona de los porches va cambiando y cuando abre una nueva tienda nos da una alegría. Nunca ha sido fácil, en tiempos de mi madre había otros problemas», cuenta Elena.
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