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En la víspera de Nochebuena, Jorge llevaba tres días pidiendo en la calle. Lo justifica porque, dice, no le queda más remedio. Cuenta que vive en una caravana estacionada en Ausejo, aunque realmente es de Tudela. Allí trabajaba como albañil en la construcción hasta ... que se quedó en paro. Tras unos meses sin poder hacer frente a la hipoteca, fue desahuciado y le quedó una deuda de unos 40.000 euros. Reconoce que no es demasiado, al menos en comparación con otros casos, pero no pudo saldar esa deuda que a él y a su familia les dejó en la calle hace tres años.
«Si fuera por mí, a mí ya me da igual... Lo hago por mis hijos», asegura, algo avergonzado por la situación. Afirma ser padre de dos niños de 6 y 8 años, de los que cuida su madre mientras él ejerce la mendicidad. En plena Gran Vía de Logroño, en medio de la opulencia de las compras navideñas, a las puertas del Gran Casino Logroñés, en el escaparate de un local vacío, despliega una gran pancarta contando su historia: «Vivo en la calle, en una caravana sin agua y sin luz, con mucha miseria y hambre [...] Ojalá que nunca se vean en la misma situación [...] No se lo deseo a nadie», pide ataviado con la ropa y el casco de peón de obra. Con cierta frecuencia los transeúntes le arrojan unas monedas y a todos da las gracias. Apenas nadie se detiene a leer íntegro su mensaje, mucho más largo de lo habitual, escrito con letras mayúsculas a lo largo de toda una sábana, como deseando dar unas explicaciones que nadie le ha reclamado. En menos de un minuto se puede leer su pancarta, pero todos tenemos prisa.
«Con lo que me da la gente podemos comer cada día», afirma Jorge, y reconoce que también recibe ayuda por parte de los servicios sociales, sobre todo galletas y leche para sus hijos. Además de limosna, acepta comida. Reconoce que se queda en Ausejo porque «de vez en cuando me contrata un hombre para podar, pero solo tres o cuatro días. En la construcción no sale nada, está muy mal el sector ahora, no hay nada», explica escuetamente, si bien la parquedad inicial de sus palabras va dando paso, poco a poco, quizá por haber generado cierto grado de confianza, a argumentos más hilvanados.
Pasan las 21 horas, se echa el frío, los comercios cierran y el flujo de gente disminuye considerablemente. Es hora de recoger los bártulos y regresar a su caravana.
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