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En la redacción del periódico, la del jueves 28 de octubre era una noche más en tiempo de pandemia. Desde que los periodistas volvimos al trabajo presencial después de San Mateo, las jornadas se concentran en mañanas intensas y tardes recargadas delante del ordenador por minimizar la convivencia y sortear contagios. Así que aquella, cuando poco después de las nueve en la sección de Deportes se recogía una llamada que anunciaba que algo muy grave estaba pasando en Lardero, fuimos pocos los que pudimos oír el comentario de nuestro compañero. Y los que lo hicimos, seguramente pensamos que sería una más entre tantas alarmas que al final son más ruido que nueces. Y seguimos a lo nuestro. Pero el protocolo periodístico arrancó y solo unos minutos más tarde, el compañero de Cierre Víctor Soto ya estaba camino del barrio de Entre Ríos, en Lardero, una vez había confirmado que, en efecto, algo muy grave estaba pasando. O mejor dicho, había pasado ya.
'Lo que había pasado' era el atroz asesinato del niño de nueve años Álex Martínez a manos de Francisco Javier Almeida, protagonista de alguna de las páginas más truculentas de la reciente historia negra de La Rioja.
Le ahorro al lector a estas alturas, por ya conocidos, cualquier detalle de la noticia que marcará con luto indeleble esta memoria profesional del año, por encima de tantos titulares nacionales e internacionales, dramáticos unos y esperanzadores otros, que dejaron de tener sentido aquel 28 de octubre.
Fui testigo de cómo esa muerte cruel y sinsentido, como no dejan de serlo todos los crímenes y toda violencia contra un niño, que nos golpeó cuando el 2021 enfilaba sus últimas rampas, logró lo que ninguna otra noticia: consumió súbitamente las reservas de resistencia que aún nos quedaban en el morral a quienes llevamos casi dos años persiguiendo una curva de enfermedad y muerte e informando sobre una pandemia agotadora. Aquella noche dormí anormalmente intranquilo. Luego supe que no fui el único entre mis colegas. En los días siguientes vi compañeros derrotados. Alguno bien curtido reconoció, incluso, lágrimas de dolor o de impotencia. Mas no solo los periodistas. Como pocas veces, en la calle sentí la presencia densa de la indignación y de la pena. Aquella muerte en aquellas circunstancias, el solo recuerdo de los padres y la familia de Álex, era demasiada angustia añadida a una sociedad que llevaba demasiados meses atormentada por otros miedos, distintos, pero miedos al cabo.
En larioja.com
Irene Martínez Zapata
Irene Martínez Zapata
Irene Martínez Zapata
Irene Martínez Zapata
Antes de llegar a aquel día nefasto, 2021 había cundido, para mal las más de las veces. O al menos para mal en casi todas las ocasiones que merecen unas líneas en esta evocación en primera persona de lo que periodísticamente ha dado de sí este año, segundo de pandemia, que empezaba con la tercera ola en cuarto creciente (¡la tercera ola!), restricciones y un tal Mario Herrera, alto cargo podemita que fue del Gobierno de La Rioja, estrellando su BMW contra un árbol inoportuno. Un suceso incruento para abrir enero del que poco más se supo más allá de que significó el final de la trayectoria política de aquel castellano-manchego en La Rioja.
De febrero emerge el inicio de la vacunación a los mayores no residentes en centros de mayores. La vacuna era el milagro de la ciencia. Que empezara a generalizarse, una dosis de alivio y de ánimo para la población. Concha Andreu aprovechó para eso tan suyo de hacer cambios en su Gabinete y los riojanos nos dimos, por fin, un semáforo COVID con el que conducir nuestras vidas.
Durante marzo comenzaron los cierres perimetrales y los pueblos de La Rioja Baja ganaron casi siempre por goleada. El virus seguía mandando, aunque en Salud, por lo visto, no lo tenían muy previsto y una noche se quedaron sin efectivos para el servicio de Urgencias del Carpa y hasta les tocó cerrar la puerta.
Abril nos heló de arranque con el asesinato del joven Isam Haddour en el parque del Ebro, presuntamente a manos de media docena de chavales, dos de ellos menores. Otro horror sin explicaciones posibles para un año horroroso.
En mayo parecía que empezaba a salir el sol e incluso nos lo creímos. Tanto que Concha Andreu llegaba a anunciar solemnemente el principio del fin de la pandemia y acababan por fin los toques de queda, los cierres perimetrales y casi toda la ingeniería defensiva de pandemia. Un gozo efímero. Tanto como el tiempo en que otro equipo de fútbol de Logroño, la UD Logroñés, paseó por el fútbol profesional de la Segunda División el año en que la afición no pudo pisar los estadios para celebrar victorias ni para compartir desconsuelos.
En junio llegaron la EBAU con mascarilla y el final de un curso que alumnos, docentes y administración superaron con salud y un impensable sobresaliente en convivencia con el virus. También llegaron unos jipis naturistas a andar en pelotas en las Viniegras y el jodido granizo, que hizo de las suyas por Santo Domingo, Fuenmayor y Navarrete. Con el principio del verano nacía un proyecto de Plan de Atención Continuada y de Urgencias de La Rioja que reventó el contenedor de la paciencia de los muchos ciudadanos y de algunos alcaldes de zonas rurales. Explotó también el caso Gali desatado un mes antes por el ingreso del líder del Frente Polisario en el Hospital San Pedro en circunstancias y formas aún pendientes de aclarar y que trascendieron la actualidad regional.
Ya en julio, se levantaron en pie de queja los que se sentían afectados. Y en los despachos del Servicio Riojano de Salud algunos altos cargos y responsables intermedios se veían atacados por una epidemia de 'motivos personales', esa afección que se alega cuando uno está mayormente hasta las partes pudendas, y hacían mutis por el foro. La temperatura subió en toda la región y en el seno del Gobierno regional alcanzaban zona roja las tensiones siempre negadas entre la consejera de Salud, Sara Alba, y la presidenta Andreu.
Agosto fue ciclotímico. O los bipolares fuimos los ciudadanos que jugamos a convivir con cierta normalidad las vacaciones con el goteo incesante de muertes COVID. Fue en ese mes cuando se resolvió incluir en el universo de inoculables a los púberes de 12 y 13 años a la carrera, antes de que volviesen a ocupar las aulas. Y llegó para quedarse la tercera dosis, la del recuerdo. Como llegaron las llamas a su cita aniquiladora con los montes de la Demanda. Murió en agosto el riojano que habitó entre papas, monseñor Eduardo Martínez Somalo y no quiso dejar para septiembre Francisco Ocón la asignatura más difícil de su carrera: confirmar que no optaría a la reelección como secretario general del PSOE de La Rioja.
Septiembre cumplió como mes casi vacío que va saliendo del soporcillo estival pero se resiste a recuperar una frecuencia cardíaca normal antes de los sanmateos logroñeses. El virus nos dio cuartelillo y nos dejó leer otras cosas. Por ejemplo, la magnífica información de Luis Javier Ruiz sobre el cambio de dos bebés en el paritorio del Hospital San Millán ocurrida en 2002 y ahora descubierta. O la fugaz visita del rey Felipe VI a Logroño para conmemorar el V Centenario más tristemente celebrado de la historia. Y se consumaron, al fin, las inexistentes diferencias entre Concha Andreu y Sara Alba en forma de un mutuo acuerdo para que la segunda dejase la portavocía del Gobierno en boca del novel consejero Álex Dorado.
Octubre fue el mes terrible del crimen de Álex. No sé si queda espacio en la memoria para más. Acaso para recordar el final de una vendimia que no fue fácil al principio pero que terminó por coger el carril de las buenas expectativas para los viticultores y bodegueros. Como para la esperanza quedaba el apoyo del Gobierno central al proyecto del Valle de la Lengua, uno de los tractores del Plan de Transformación de La Rioja. Otro de esos motores, el Centro del Envase y el Embalaje, se anunciaba ya con una dotación de más de 40 millones de euros que, como se sabría solo unas semanas más tarde, recaerá en Calahorra como el Gordo de Navidad.
Noviembre rompió una racha positiva de los datos COVID al volver a sumar un fallecimiento después de 44 días. Los casos subían y el Ejecutivo regional empezaba a pensar en poner en marcha el pasaporte de vacunación, mientras se eternizaban las listas de espera en los centros de salud.
También en este penúltimo mes, el PNV abría una guerra con el Consejo Regulador de la DOc Rioja a la sombra de la negociación de los Presupuestos del Estado con esa cosa tan nacionalista de sacar cacho a la que salta. El Gobierno respondió con artillería gruesa y el sueño de los de Urkullu quedó... aparcado a la espera de mejor oportunidad.
Diciembre ha sido mal tiempo en forma de lluvia, nieve y niebla. Crecidas del Ebro que han vuelto a poner de manifiesto el poder de la naturaleza cuando se desata sobre cientos de hectáreas anegadas en La Rioja Baja. Pedro Sánchez, atento, visitó ese lodazal. Ocho minutos y voló. Y otra vez el virus, en su última evolución bautizada Ómicron, que fue anunciando su llegada, avisando hasta a los más ciegos. Los gobiernos fueron los últimas en advertirlo, quizás por ver de salvar otra Navidad que, velis nolis, se nos ha acabado torciendo con miles de contagiados, las UCI casi llenas y otra vez con las cifras de los muertos en el pan nuestro de cada día. Y otra Nochevieja, la de hoy, sin cotillones ni más fiesta que la de la casa de cada cual.
Bien pensado, el mejor motivo que el año nos deja para celebrar es que se ha acabado. Eso de que tanta paz lleve como descanso deja.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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