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«Mantén cerca a tus amigos; a tus enemigos, más aún», CITA DE SUN TZU (SERIE 'BORGEN' CAPÍTULO II PRIMERA TEMPORADA)
Dice que durmió estupendamente el jueves, su primera noche como presidenta. Que al día siguiente encontró un hueco para picotear algo durante el almuerzo ... pero que no pudo echarse el sueñecito reparador en el sofá familiar con que fantaseaba. Parece cansada. En realidad, lo está. Porque en realidad, tiene motivos para estarlo. Cuando este viernes ingresó en el Palacete para la jornada inaugural de su etapa como presidenta, Concha Andreu culminaba un exhausto verano, muy rico en sonrisas pero también en contratiempos. La clase de obstáculos que minan la energía de un líder pero que pueden contribuir a agregar una cuota adicional de carácter a quien, como ella, parece que lleva media preparando este momento y lo quiere saborear. Porque mientras ingresa en la estancia para recibir a los periodistas, la primera mujer en presidir La Rioja también holla una cumbre muy particular. El ambicioso objetivo que alguna vez se propuso. Ahora lo disfruta mediante ese lenguaje corporal que demuestra que, en efecto, sólo ha necesitado unos minutos en su despacho para sentirse por completo dueña de la situación. Andreu ya está donde quería.
Pero aún le falta algo. Le falta la voz. Eso que llaman los politólogos la voz presidencial. Que se lleva adherida en el ADN o nace fruto de la constancia, en el entrenamiento diario. Andreu parece inclinarse por esta segunda opción. Así que no. No va en serio su saludo inicial («Esto es lo que yo quería ser», se ríe con esa media sonrisa afilada tan suya), la primera broma que se permite durante hora y media de entrevista que, a diferencia de sus antecesores, concede a Diario LA RIOJA en su propio nido. Este despacho decorado todavía según el criterio de su predecesor, cuya huella se detecta en varios detalles. Un tristón retrato de los Reyes y tres grandes lienzos (una vista panorámica de Logroño, un paisaje de cepas y una estampa de San Millán) decoran las imponentes paredes de la sala, a los que se añade un venerable mapita de la antigua provincia de la provincia y un artefacto extraño, que choca a los visitantes: un galán de noche, que aguarda desnudo en un rincón y suscita otra broma de la presidenta. Quien pronto deja de permitirse licencias: con todos ustedes, otra Andreu. La Andreu presidenta.
Esta nueva Andreu se presenta ante la prensa a través de un par de detalles. El primero, una breve caminata por la estancia procurando atinar con el mejor enfoque para ser inmortalizada por las cámaras. Corretea por el despacho, titubea y se acaba situando junto a un balcón. «Como en 'Borgen'», apunta. ¿Borgen? ¿La presidenta de La Rioja es adicta a la serie 'Borgen', que narraba las tribulaciones de otra presidenta de ficción, una presidenta por accidente que se sorprendió nadando por donde no quería, entre en las enrevesadas aguas del parlamentarismo danés? Sí, Andreu se confiesa fan de las peripecias de aquella imaginaria primera ministra de Dinamarca que compartía sus desdichas (y algún momento de gloria) con los espectadores de medio mundo. «Luego me explico», promete. Porque de repente tiene prisa: quiere retirar de la mesa donde va a transcurrir la entrevista unos botellines de plástico. Otra imagen evitada. El agua fluye directamente hacia las copas. ¿Será una metáfora?
O un símbolo. Pronto despejará de qué iba ese misterioso mensaje en la botella: es cuando, mediada la entrevista, Andreu coge carrerilla. Pronuncia esa palabra mágica (agua) y sale de su ensimismamiento inicial, anclada en su papel de opositora ejemplar cantando la lección a su entrenador, para dotarse de ese bien tan preciado que no terminaba de aparecer. La voz. La voz presidencial. Que brota aunque balbuceante mientras despliega su acabado programa de Gobierno, donde a las antiguas prioridades quiere sumar una aportación propia. La lucha en favor de un mañana más sostenible. Suena convincente recalcando la palabra agua con esa voz recién adquirida que aspira a la posteridad. Y que precisa del auxilio de la libreta roja y el rotulador azul que hasta entonces dormían ajenos a su discurso, la libreta que abre por una página al azar para subrayar el argumento oculto de su mensaje. El genuino. Que no está de paso en el Palacete. Ese propósito que proclaman por si cupiera alguna duda sus manos. Que suben al cielo, luego se sumergen y de nuevo reaparecer para apuntar hacia el mismo punto donde dirige en realidad cada palabra. Hacia el porvenir.
El mismo territorio al que también dirigían sus pasos los anteriores inquilinos del Palacete. ¿Cuál es la diferencia entre ellos y Andreu? Una pregunta prematura cuya respuesta exige lo que Andreu no tiene. Tiempo. Acaba ya la entrevista abandonada de nuevo a alguna otra chanza, porque sus colaboradores le meten prisa: la cita se ha alargado más de la cuenta («Es que me enrollo mucho», admite) y mientras inicia su preparación mental para las cinco horas de procesión que aguardan al día siguiente en Calahorra, en esta nueva Andreu dispuesta a ejercer como solía en el Parlamento de Doña Perfecta sin mojarse apenas se observa ya un nuevo perfil, más afilado. Por supuesto, una energía superior a su antecesor, al menos ante la prensa. Y la sensación de que, en efecto, se había preparado para esta misión. Ya no necesita disimular sus ambiciones.
Así que Andreu acompaña a los periodistas al recibidor y se somete a la última tanda de fotos como si desde luego hubiera ocupado hace un siglo estas paredes que también merecen su propia entrevista. Sonríe de nuevo pero es una sonrisa fugaz. La presidenta está cansada. Y olvidadiza, como sus interlocutores. Que abandonan su despacho sin descifrar el enigma inicial. El secreto de la heroína de 'Borgen'. Esa presidenta de mentirijillas que estaba donde no quería.
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