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Ramón Cabrera y Baldomero Espartero. En grande, la custodia. BNE / Museo de Historia de Madrid / L.R.
Morella pedirá a Cenicero el botín de guerra de Espartero
Patrimonio

Morella pedirá a Cenicero el botín de guerra de Espartero

El Ayuntamiento y la diócesis de Tortosa pretenden que el obispado riojano devuelva una custodia y otras piezas religiosas incautadas en la I Guerra Carlista

Domingo, 6 de octubre 2024, 08:31

El Ayuntamiento de Morella y la diócesis de Tortosa ultiman la reclamación a la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño para que devuelva varias piezas religiosas –sobre todo una custodia–, que Espartero regaló a la parroquia de San Martín de Cenicero hace 186 años, fruto de un botín de guerra incautado en la citada localidad del Maestrazgo.

Todo comenzó el 21 de octubre de 1834, con España inmersa en la I Guerra Carlista (1833-1840), cuando Tomás Zumalacárregui, al mando de 5.000 boinas rojas, intentó rendir la entonces villa de Cenicero. El general en jefe del ejército rebelde se apoderó del casco urbano, penetró, expolió y destrozó el interior del templo, pero no logró, sin embargo, doblegar a los 70 urbanos –voluntarios del bando liberal–, que defendieron durante 26 horas la torre de la iglesia. Temeroso de que las fuerzas isabelinas llegaran al rescate, levantó Zumalacárregui el cerco y siguió su ruta. «Bien merecen esos valientes ser premiados, si cosa mía fuera, no echaría en olvido su heroísmo», afirmó el líder carlista.

Y, en efecto, fueron premiados. Primero por la reina Isabel II, con medallas y otras prebendas, y, mucho más tarde, con la erección de una estatua de la libertad a escala reducida, así como con un bajo relieve en honor a los urbanos, obra de Dalmati-Narvaiza, en los muros de la parroquia.

El Tigre del Maestrazgo

Pese al acuerdo de paz alcanzado en el Convenio de Vergara en 1839, el general Ramón Cabrera, que dirigía desde su plaza fuerte de Morella (Castellón) a miles de soldados carlistas, no acató el armisticio y mantuvo la contienda fratricida bastantes meses más. Fue entonces cuando Baldomero Espartero, al frente de un nutrido contingente militar, avanzó hacia Aragón y Valencia para apagar los últimos rescoldos de la insurgencia, hasta que el denominado Tigre del Maestrazgo se vio obligado a huir a Francia.

Como en todas las contiendas, y más en las civiles, las huestes que apoyaban a Isabel II expoliaron lo que de valor encontraban a su paso, para compensar las rapiñas causadas por el enemigo en sus territorios. En realidad, el término 'botín de guerra' es el eufemismo que define un saqueo sin contemplaciones, hábito considerado un derecho en la época y practicado por todos los bandos. En el Maestrazgo, los liberales se incautaron del llamado 'tesoro de Morella', el 30 de mayo de 1840, un lote de piezas religiosas entre las que destacaba una custodia de un metro, que cada año salía en procesión por la festividad del Corpus Christi.

Pocos meses después, y por petición expresa de su esposa, Jacinta Martínez de Sicilia, la duquesa de la Victoria, ordenó Espartero entregar dichas alhajas a la parroquia cenicerense de San Martín, como compensación por los destrozos y el saqueo causados por Zumalacárregui. En un solemne acto, el 5 de septiembre de 1840 se entregó del botín en la entonces plaza de la Constitución de Cenicero, para ser después depositado en la iglesia.

Del acontecimiento histórico, este rotativo publicó en 2010, con motivo de su 170 aniversario, un reportaje en torno a la custodia compartida, escrito al alimón por quien firma este artículo y por el corresponsal en Cenicero José Ramón Frías.

Según consta en el Boletín Oficial de septiembre de 1840, el 'tesoro' incluía las siguientes piezas: «Custodia dorada con diferentes labores, diez y seis cabecillas de ángel sembradas en los rayos, dos santos en el pie, dos angelitos sueltos, cuyo peso total asciende a treinta y seis libras y media castellanas. Un incensario compuesto de tres piezas unidas con tres cadenas, de peso de tres libras una onza y media castellanas. Una bandeja hecha a martillo, de tres libras cinco y una y media onzas castellanas. Una naveta o navecilla (vaso incensario) labrada con su cuchara para poner incienso, de peso de una libra y catorce onzas. Un cáliz de plata sobredorada, labrado, de una libra y catorce onzas castellanas. Otro idéntico de una libra y diez onzas y media. Otro idéntico de una libra once onzas y media. Una patena y una cucharilla, de tres onzas y media. Un copón labrado con su caja y cubierta dentro, suelta, y la cruz de la Trinidad con un Cristo, todo de plata, de tres libras y once onzas y media. Una caja labrada para los santos óleos, sobredorada, con su cruz metida en su correspondiente bolsa, de una libra y tres onzas castellanas». Una libra de la época equivale a 16 onzas castellanas, 460,093 gramos, por lo que cada onza tiene u peso de 28,755 gramos.

La diócesis: no sabe, no contesta

Hace años que se inició en Morella un movimiento reivindicativo para que el 'tesoro' pudiera regresar y formar parte del Museo Diocesano. Varias décadas atrás, el canónigo Josep Alanyà i Roig comenzó a indagar sobre el suceso y lleva tiempo reclamando la devolución de los joyas, petición a la que se unieron varios expertos, como la investigadora cultural y periodista Conxa Rodríguez, y ahora también el Ayuntamiento de la localidad .

Fuentes solventes han informado a Diario LA RIOJA que, si bien la diócesis de Tortosa aún continúa estudiando la posibilidad de reclamar el 'tesoro' a su homóloga de Calahorra y La Calzada-Logroño, el Consistorio parece decidido a dar un paso al frente, así como el grupo de expertos que lleva tiempo detrás del 'tesoro', si bien es verdad que todavía no se ha llevado a cabo ninguna gestión oficial.

Monumento en honor a los urbanos, que defendieron la torre de Cenicero en 1834 (Izq.). Estatua de la Libertad. Sonia Tercero /
Imagen secundaria 1 - Monumento en honor a los urbanos, que defendieron la torre de Cenicero en 1834 (Izq.). Estatua de la Libertad.
Imagen secundaria 2 - Monumento en honor a los urbanos, que defendieron la torre de Cenicero en 1834 (Izq.). Estatua de la Libertad.

Personado Diario LA RIOJA en la iglesia de San Martín, el párroco de Cenicero no permitió tomar imágenes de la custodia ni facilitar información alguna sobre si el 'tesoro' permanece completo, ya que no está expuesto a los feligreses sino guardado en la sacristía. El sacerdote se escudó en que antes era necesario pedir permiso al obispado.

Sin embargo, los responsables de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño tampoco accedieron a que se fotografiaran las alhajas ni quisieron facilitar ninguna otra noticia al respecto, hasta que no diera su visto bueno la Comisión de Patrimonio.

Así las cosas, este diario ha podido saber que de la relación de joyas religiosas citada en 1840, y publicada un siglo después en el Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura (1947), aún permanecen en la sacristía, además de la valiosa custodia, el incensario de plata, la naveta de plata, la bandeja de plata, y dos cálices casi gemelos, también de plata. Hasta que el obispado no tenga a bien hacer inventario y publicarlo, se desconoce si están o no el resto de las piezas.

Abrir otro melón de discordia

El siglo XIX español fue de lo más ingrato. Además de la francesada contra Napoleón Bonaparte, sufrió la nación tres guerras civiles, denominadas carlistas, que segaron miles y miles de vidas y sumieron al país en un marasmo económico y social. La I Guerra Carlista fue especialmente sanguinaria —no hay nada peor que una contienda entre hermanos—, donde los expolios y las razias de todo tipo fueron habituales tanto por parte del bando liberal como del carlista. Unos y otros tomaban botines de guerra, no solo con total impunidad, sino con la convicción de que hacían algo legal; una especie de ojo por ojo, diente por diente. Si durante la Guerra de la Independencia el ejército galo rapiñó innumerables obras de arte, el hecho de que se tratara de dos naciones diferentes permitió que, parte del alijo, regresara a España, si bien hoy en día muchos museos del mundo lucen joyas españolas que jamás regresaron. El mismo planteamiento lleva décadas debatiéndose en cuanto a la devolución del patrimonio que el primer mundo se incautó en países entonces menos desarrollados: las esculturas de Fidias del Partenón ateniense en el Museo Británico, la Venus de Milo en el Louvre u otras maravillas que la metrópoli española se llevó de sus colonias americanas. Al tratarse, sin embargo, de expolios o botines de guerra en la misma nación, el dilema se complica. Lleva La Rioja décadas luchando por recuperar el 'patrimonio ausente' —las Glosas Emilianenses son el ejemplo ahora más en boga—, sin embargo es tal la cifra de piezas trajinadas, durante siglos, de unas regiones a otras, o las circunstancias que rodearon los cambalaches, que este planteamiento abriría un nuevo melón de la discordia, ahora patrimonial, como si ya no tuviera España bastante polarización y conflictos por restañar.

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