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La sensación de las personas ciegas al subir una montaña es que se nos olvida que no vemos», confiesa José Luis Tovar tras ascender al San Lorenzo (2.271 metros de altitud) y al Cabeza Parda (2.016). El día ha amanecido claro en la ... Sierra de la Demanda, a diferencia de la boina de niebla que se cierne sobre el valle del Ebro. Luce un agradable sol y sobrevuela el cielo una rapaz. Desde la cima más alta de La Rioja se ve el techo de Burgos, el pico San Millán, y los vecinos Salineros, Gatón, La Cuña, Torocuervo, El Hombre... El paisaje empieza a tornarse otoñal, con las hayas enrojeciendo el bosque. Es difícil, no explicar sino entender, si un invidente es capaz de apreciar lo que no ve. Pero a juzgar por el jolgorio al coronar las cimas parece que sí.
Una expedición de una cuarentena de personas, entre ellas ocho deficientes visuales y otros ocho invidentes del grupo Montañeros Amigos Unidos (MAU) de la ONCE, formado por miembros de Barcelona y Madrid con cinco perros guía, volvió a ascender ayer al San Lorenzo, como hicieron en 2022 e intentaron en 2023, cuando el fuerte viento abortó el recorrido. En la agradable mañana no hubo ningún contratiempo. Al contrario, se cumplió con el programa previsto para alegría no solo de los ciegos, también de los guías, voluntarios riojanos que en algunos casos se estrenaban en una expedición así.
El maestro logroñés Rubén Crespo conoció el grupo el año pasado. «Me aportan más a mí que yo a ellos, me enseñan a disfrutar de la vida desde otro punto de vista, y tienen mucho sentido del humor», declara Rubén Crespo tras completar la ruta. El trazado, de unos diez kilómetros y alrededor de mil metros de desnivel, tuvo como salida y meta la estación de esquí Valdezcaray. Crespo ha formado parte de una de las barras direccionales, con la que, confiesa, «al principio tienes un poco de miedo, pero te das cuenta de que es muy fácil, ellos confían en ti y tú lo haces con todo el cariño».
José Luis Tovar
Coordinador de MAU
Raquel Canals ha subido hasta el Kilimanjaro (5.149 metros) y asegura que le gusta la montaña porque le aporta «una gran satisfacción». Ella ha sido atleta de 800 metros lisos y a punto estuvo, por unas centésimas, de clasificarse para unos juegos paralímpicos. «Arriba se respira aire puro, se nota una gran amplitud», reconoce Canals.
José Luis Tovar, coordinador de MAU, «un grupo pequeño que ahora tenemos el reto de superar los 3.000 metros», señala que perciben la altitud por el viento cada vez más fuerte. También supone un disfrute para los perros guía, sueltos todo el tiempo: «Intentamos darles todo el ocio posible y esto es un caramelo para ellos». «Esto supone libertad. Llega un momento en que te olvidas de que no ves y eso, para nosotros, es lo más bonito que se puede pedir», afirma Tovar.
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