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El mundo de los despachos es definitivamente un universo aparte: los hay enormes y oscuros, recubiertos de maderas nobles, como sacados de algún castillo británico; pero también sobrios y lineales, austeros, limpios; algunos aprovechan difíciles esquinas y otros se asoman a fachadas palaciegas. Los consejeros ... del Gobierno riojano conocen estos días sus lugares de trabajo para los próximos cuatro años: sus mesas, sus vistas, sus estanterías. Y no todos son iguales.
José Ignacio Castresana se asoma al balcón de su despacho, ubicado en un edificio histórico de la calle Portales, frente al Palacio de los Chapiteles.
Quizá José Ignacio Castresana, consejero de Desarrollo Autonómico, haya sido uno de los más afortunados. Ha heredado un despacho modesto pero sonriente, optimista incluso, en el que la luz de la calle Portales entra a chorros por las ventanas. Sobre las estanterías se alinean unos pocos libros de lomos amarillos y nombres inapelables: Adam Smith, David Ricardo, John Maynard Keynes, John Stuart Mill. Biblias cuyos versículos recitan, con irritación o devoción, los economistas.
El despacho de Eva Hita como consejera de Agricultura, Ganadería, Mundo Rural, Territorio y Población se ubica en las instalaciones de este departamento en Avenida de la Paz.
En comparación, su compañera Eva Hita, consejera de Agricultura, vive en penumbra. A su despacho, en el cuarto piso de un inmueble situado en Avenida de la Paz, se llega tras atravesar un dédalo de pasillos y una selva de escritorios. Hay unas estanterías de maderas oscuras, demasiado graves, y también un cuadro de Blanco Lac con unas cepas desnudas, invernales, tristes. Tal vez doña Eva ni siquiera haya reparado aún en la extrema seriedad del despacho que le ha caído en suerte: con un gesto abrumado señala que lleva una semana de aúpa.
Francisco Ocón, en el despacho que ya ocupa como consejero de Gobernanza Pública. Está situado en el tercer palacete, en la esquina en la que confluyen Vara de Rey y Duquesa de la Victoria.
A la entrada del nuevo despacho de Francisco Ocón, consejero de Gobernanza Pública, hay un cartel con un nombre: Alfonso Domínguez. Su antecesor. Estos carteles, que pronto cambiarán, adquieren en estos momentos un simbolismo profundo: representan la fugacidad de la política y el aviso de un final abrupto que también llegará a los hoy triunfadores, como esos esclavos que marchaban detrás de los generales victoriosos en la Antigua Roma para bajarles los humos y recordarles, en la cima de su fama, que ellos también eran mortales. Ocón entra a su despacho y confiesa que lleva unos días frenéticos y casi no lo ha pisado todavía. Hay una mesa desnuda y unos sillones al fondo. Todavía no tiene ordenador y tampoco televisión. Pero todo el mundo intuye que desde este despacho casi vacío, emplazado en una esquina del tercer palacete, se van a manejar muchos hilos de la administración.
Celso González, en el despacho de la Consejería de Hacienda, en Portales. El consejero no solo se muda de trabajo, sino también de ciudad. Hasta ahora vivía en Madrid, pero se confiesa encantado con el tamaño de Logroño.
El consejero, José Luis Rubio, en el despacho que de momento ocupa, en La Bene.
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