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Impresiona el aviso que preside el contacto telefónico de Alfredo Pérez Rubalcaba: «Última vez, ayer a las 14.33 horas». Ayer es el miércoles, día 8. A esa hora dejó de utilizar su móvil el exministro socialista, que se lo había facilitado a este ... periodista a través de un amigo hace un par de años, para contactar con él. El motivo, entrevistarle con motivo de las bodas de plata de la Universidad de La Rioja, el campus público que, junto con un reducido número de personalidades, prácticamente creó de la nada. Se la inventó, puede afirmarse. Desde entonces mantenía con la Universidad de La Rioja, con sus equipos rectores y su profesorado, una estrecha y cálida relación. Y con la misma calidez se confesaba ante el periodista: «Si es para hablar de la UR, que me llamen cuando sea. Es de las cosas más bonitas que me pasó en el Ministerio».
Y este periódico le llamó, claro. Al día siguiente de la charla, a través de ese teléfono que dejó de latir esta semana, Rubalcaba se reconocía algo agobiado, pero sobre todo ilusionado, de nuevo como un miembro más de la Facultad de Químicas de la Complutense. Había retomado su carrera docente y suspiraba de alivio. Esa sensación de gozo, tantas veces aplazado por su intensa dedicación a la política, se reflejaba en la información publicada en Diario LA RIOJA el día 15 de mayo del 2017, donde restaba importancia a las dificultades con que tropezó el Ministerio para que naciera la UR. «No lo recuerdo complicado», señalaba a la periodista María Casado. Aunque a continuación, añadía: «Había tensiones entre quienes no veían claro que se creara una universidad en La Rioja y decían que ya había un colegio universitario y que se podían ir a Zaragoza».
Unas opiniones que no prosperaron. La UR se materializó hace veinticinco años y Rubalcaba, que apuntaba aquel éxito como un logro colectivo, lo corroboraba con esta reflexión:«Nadie puede decir que no sea una universidad de calidad». Un punto de vista al que aportaba otro de mayor calado:«Queríamos (en el Gobierno del PSOE) que nadie se quedara sin acceder a la universidad en razón de su origen social, económico o geográfico». De donde nacía una pregunta que reconoció que tantos años después se seguía haciendo: «Cuántos de esos chavales que ves por los pasillos no habrían estudiado si esa universidad no hubiera existido».
Para Pedro Campos, que coincidió con el dirigente desaparecido en su doble condición de rector de la UR, y por lo tanto cercanísimo a Pérez Rubalcaba cuando nació el campus público de La Rioja, y de profesional de la Química, la muerte del antiguo ministro de Educación que contribuyó a la creación de la Universidad riojana representaba un doble varapalo. «Estábamos muy unidos; de hecho, este verano estaba invitado a dar una conferencia en la UR», señalaba, antes de detenerse en reflexionar sobre aquella experiencia compartida. «Fue decisivo no sólo para la UR sino para el cambio del modelo de investigación en la universidad española. Se ocupó de la Ley de Universidades y puso en marcha por ejemplo la evaluación del profesorado», relataba.
«Con él de ministro asistimos al despegue de la Universidad española», agregaba. «Una pena», confesaba Campos, coetáneo por cierto de Rubalcaba y muy unido también a su viuda, Pilar Goya, frecuente invitada también del campus riojano como destacada profesional de la investigación química a nivel nacional. «Alfredo tenía muy buena cabeza», proseguía, «porque yo creo que su formación científica se transmitía al ejercicio de la política». Además de resaltar su elevada capacidad oratoria, Campos tenía unas palabras de reconocimiento para el amigo desaparecido: «Ahora por fin hablarán bien de él quienes le acusaban de tantas maldades».
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