«Aunque ahora ya se medicalicen, he visto la mano de Dios en todos los partos»
María Ángeles López Velasco | Matrona jubilada y cooperante ·
Después de estar en cuidados intensivos, y ver «la muerte», decidió opositar a matronaSecciones
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María Ángeles López Velasco | Matrona jubilada y cooperante ·
Después de estar en cuidados intensivos, y ver «la muerte», decidió opositar a matronaEl pasado 5 de mayo se conmemoró el Día Internacional de la Matrona, una efeméride que este año ha sido doblemente especial ya que la OMS declaró el 2020 como el Año Internacional de la Enfermera y la Matrona. La profesión tiene en La Rioja a una de las matronas más queridas y apreciadas por sus compañeras, la ya jubilada María Ángeles López Velasco.
María Ángeles se hizo matrona en parte por azar y en parte por convicción personal. Natural de Huércanos, donde actualmente reside, desde muy joven supo lo que era ganarse el pan con el sudor de su frente. Quinta de ocho hermanos, con 14 años dejó su pueblo para poner rumbo a Madrid y estudiar enfermería en una clínica oncológica. Inquieta y trabajadora infatigable, su sueño de especializarse en neurocirugía la llevó a Montpellier (Francia) para, un par de años después en 1966, recalar en Barcelona, donde opositó y logró plaza en el Hospital del Mar. «Entonces ese centro era municipal y allí mandaban a todos los enfermos que recogían de las calles», evoca. A ella la ubicaron en Cuidados Intensivos, atendiendo los casos más graves. «Todos los días fallecían 3 o 4 personas», recuerda. Ver morir la marcó tan profundamente que determinó el cambio que definiría su vida. «La muerte me pareció tan triste que oposité a matrona porque quería ver vivir», afirma.
Sin embargo, fue otro fallecimiento el que provocó un nuevo viraje en su vida. Tras la pérdida de su madre, María Ángeles tuvo que regresar a Huércanos y se estableció definitivamente en su tierra, La Rioja.
En 1974 comenzó a trabajar en al antiguo hospital San Millán de Logroño y durante 44 años ha ejercido como matrona en el San Millán-San Pedro, 23 de ellos como supervisora. «Ha sido la profesión de mi vida», resume. En el 2008 se jubiló después de décadas volcada en «hacer que las madres vivieran el parto». Algo que no cambió, pese a que la forma de dar a luz ha evolucionado mucho desde que comenzó en la profesión hasta su última época: de parir en casa sin casi instrumental a hacerlo primero con anestesia local y, finalmente, con epidural. «Aunque estuvieran medicalizados, en todos los partos he visto la mano de Dios», declara.
Casada y con tres hijos, perdió a su marido y a un hijo en el intervalo de dos años. Ya jubilada, sintió que debía hacer algo porque donde más feliz había sido era trabajando. A través de un amigo sacerdote, contactó con la Delegación de Misiones en La Rioja, que le ofreció ayudar durante varios meses cada año en la maternidad y la consulta de la misión en Fo-Bouré (Benín).
«La primera vez que entré en la maternidad pensaba que me caía redonda al ver cómo daban a luz allí: en el suelo, sobre un pareo y sin una gasa», ilustra. Durante los siete años que ha marchado a Benín, ha formado al personal de allí y les ha proporcionado innumerable material. Este verano, no sabe si el coronavirus le permitirá seguir cooperando, esta vez en Guatemala. Pero si de algo está orgullosa de esta faceta es que, gracias a su ayuda, «la maternidad de Benín ha mejorado muchísimo».
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