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Cuando hace cien años comenzó la revolución rusa, quizá el hito histórico más importante del siglo XX, en el Beti Jai echaban, en doble sesión, tres películas: Paisajes de Cataluña, El tren incendiado y A la vejez viruelas. Se avecinaban unas ardientes ... elecciones municipales y algunos candidatos pedían el voto con anuncios de tamaño colosal: «Logroñeses, ¿queréis que haya más higiene en el Ayuntamiento? Votad al doctor Loyola». Las casas farmacéuticas prometían remedios milagrosos contra «la grippe» y la gente se atizaba sin miramientos: un hombre medio borracho mató a un tabernero en Islallana por un quítame allá esas pajas y una tremebunda reyerta había acabado en un triple asesinato en Baños de Ebro.
Aquellos diez días que estremecieron al mundo, según tituló su libro/reportaje el periodista americano John Reed, no debieron estremecer tanto al lector riojano. En plena guerra mundial, los alarmantes despachos que llegaban de París, Londres o Estocolmo se mezclaban en las páginas -aún sin fotografías- del Diario LA RIOJA y componían un relato confuso y a veces contradictorio de lo que estaba sucediendo en Rusia. El propio periódico, con una honestidad ejemplar, lo reconocía en un titular del 15 de noviembre de 1917: «Los sucesos de Rusia. Nadie sabe lo que pasa». Luego se interrogaba: «¿Ha sido (el gobierno) derrotado?» y se hacía eco de «un radiograma oficial de Rusia» que comunicaba que, «cerca de Tzarskoiselo y tras empeñado combate, el ejército revolucionario derrotó completamente a las fuerzas de Kerensky que atacaron juntas».
Cinco días más tarde, sin embargo, el triunfo de los revolucionarios parecía ya claro: «El poder ha pasado a los maximalistas», resumía el periódico. Y cabe imaginarse a los lectores logroñeses debatiendo estupefactos, quizá mientras tomaban café en Los Leones, sobre las primeras medidas de esos «maximalistas» (a veces llamados «bolcheviki» o «volcheviks»), dirigidos por un tal «Lenine», que en apenas diez días habían tomado el palacio de invierno, impuesto la revolución, ofrecido un armisticio y decretado la reforma agraria. Aunque Rusia pillaba lejos y seguramente los contertulios prefirieran reírse un poco del doctor Loyola, que, pese a sus esfuerzos publicitarios y a su preocupación por la higiene, no consiguió rascar bola en aquellas elecciones municipales.
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