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A veces en los ojos de Francis, incluso en la comisura de sus labios cuando hace alguno de esos gestos que no se controlan, asoma la mirada de Marisa, esa dulzura irrepetible, y también el genio que hizo que desde niña tomara las riendas de ... la vida con absoluta determinación. Marisa Sánchez pasará a los anales de la historia de la gastronomía por ser una cocinera absolutamente esencial para el devenir de la cocina contemporánea española por su protagonismo para refinar y dotar de clase, finura y suavidad a una cocina sabrosa pero demasiado primaria como era el acervo gastronómico riojano cuando ella tomó los mandos del Echaurren siendo apenas una niña.
Miró de frente al porvenir, se metió a la cocina, salió al comedor, a las calles, bajó a Logroño para conocer las maravillas que hacía Lorenzo Cañas en su primer restaurante y también sintió la necesidad de ir a San Sebastián porque sabía perfectamente de la revolución de los vascos y su nueva cocina: Pedro Subijana y Arzak la adoran. Mujer perita en lunas, como escribió Miguel Hernández; señora de la cocina riojana que no olvidó ni por un segundo que era madre, una madre extraordinaria que fue madre de sus hijos y de cuantos aprendices de cocinero pasaron por la sala de máquinas del templo ezcarayense.
La señora Marisa, como la llamaban ahí dentro, cuando con el mítico grupo de aquellas mujeres guisanderas del Echaurren elevaron la cocina natural de las casas a lo sobrenatural de los manteles sin la más mínima afectación de lo sobreactuado. Marisa ponía nombre a cada mesa del restaurante: «Allí se sentaba el señor tal, que venía todos los veranos desde Fuenterrabía; en ésta un médico de Burgos y en la de la esquina unos señores que vienen todos los domingos a comer desde Logroño».
El Echaurren es una familia y Marisa, con su inseparable Félix al lado, el foco que ha irradiado una forma de hacer las cosas definidas por la elegancia, la naturalidad y la lealtad a las personas, al estilo, a como hay que ser en la vida. Mucho más allá de su Premio Nacional de Gastronomía, más allá de cualquiera de sus extraordinarios e irrepetibles recetas, de las insuperables croquetas, está su figura, el ejemplo de entrega absoluta a su casa, a su marido, a sus hijos y a todos los que han pasado por un restaurante que hunde su memoria varios siglos atrás pero que tendrá en su ejemplo una fuente constante e insustituible de inspiración.
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