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david González
Oyón
Lunes, 19 de noviembre 2018
Esta es una historia triste que todavía puede cerrarse con un desenlace agradable. Es la historia de Mariela, que nació en Argentina allá por 1948 bajo el nombre oficial de Olga Ester Bouchard. Vecina de Oyón, bajaba a diario al Hogar ... del Jubilado, donde no perdonaba un cigarrillo negro con el café. «Era coqueta, siempre salía arreglada», describen quienes la conocían. Un cuidado moño era su seña de identidad. El 6 de junio del año pasado, una amiga, al echarla de menos, la encontró ahorcada en el piso donde vivía 'de prestado'. Iban a desahuciarla en una semana. Los siguientes 16 meses los ha pasado en la cámara frigorífica del Instituto Anatómico Forense de Vitoria, a veinte grados bajo cero.
Nadie la reclamó en todo este tiempo. Hace unos pocos días, tras agotarse las vías legales, el Juzgado de Instrucción número 1 autorizó su incineración. Es el trámite habitual con los cadáveres sin familiares conocidos. El Ayuntamiento de la localidad riojanoalavesa, donde estaba empadronada pese a carecer de papeles, abonó la factura de 3.500 euros. Y sus cenizas reposan en una funeraria vitoriana que en breve deberá deshacerse de ellas, como marca el protocolo vigente.
«Es la gran olvidada de Oyón», considera su amiga Sara, «sin dinero» para costearle una despedida digna. Parece que sólo ella y otras tres vecinas de Rioja Alavesa y de La Rioja llamadas Esperanza, Ruth y Obdulia se acuerdan de esta argentina a la que la vida deparó demasiados sinsabores. Tras cruzar el 'charco' con veinte primaveras, y dejando atrás a su única hija biológica, el sueño europeo pronto se le tiznó. Mariela acabó ejerciendo la prostitución.
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El amor le apartó de aquel mundo. De la mano de ese compañero sentimental encauzó su camino. Empezó a limpiar casas. Pero también le falló la fortuna ahí. Se le murió su pareja. Tiempo después lograría recomponer su corazón al emparejarse con un vecino de Rioja Alavesa. «Sin embargo, también falleció y los últimos años siguió en el piso de él que, como no se casaron, lo heredaron los familiares directos», desgranan quienes la conocían. Durante esa última etapa, su única fuente de ingresos fueron «las ayudas sociales».
Jamás obtuvo la doble nacionalidad. A pesar de tener madre española, a pesar de vivir la mayor parte de su vida en España. Sin esa condición, un trámite sencillo y natural entre el contingente latinoamericano, unido a su situación irregular, hasta la identificación de su cadáver se torció. Mariela en Oyón, Olga Ester para la Administración. Desde el Palacio de Justicia enviaron sus huellas dactilares al consulado general de Argentina en Madrid para confirmar su identidad real. Y de paso probaron si con esta comunicación alguien en su país natal la echaba en falta. Una vez más tampoco hubo suerte.
¿Cómo es posible que alguien con la vida asentada en una localidad de 3.300 almas con un círculo de amistades sólido no encuentre quien le entierre? Lo explica su amiga Sara. Fue quien halló a Mariela. Se puso en contacto con Stop Desahucios. También acudió al Ayuntamiento de Oyón «en busca de respuestas, porque siempre hemos querido despedirnos de ella». En el Consistorio le solicitaron que fuera paciente, que había que aguardar a que algún familiar directo diera un paso al frente. Jamás ocurrió.
Las amigas de Mariela se enteraron de la incineración por el diario El Correo. «Nadie nos había avisado, nos hemos quedado de piedra», puntualiza Sara. «En vida nadie ha hecho nada por ella. Nos gustaría devolverle todo lo bueno que hizo con una despedida digna, por eso solicitamos públicamente al Ayuntamiento que nos ceda las cenizas», reclama. En privado también se ha producido esta solicitud. «Sin ese permiso expreso, la funeraria acabará deshaciéndose de las cenizas como marca la ley», advierten fuentes judiciales.
Se sabe que su única hija biológica reside en algún lugar de Argentina. Nada más. «Habrán pasado más de 40 años de la última vez que se vieron». Probablemente desconozca el triste final de su madre. «No tenían relación». Ese final abrupto duele a sus pocas amigas. «Se preocupaba mucho por los demás. Me acompañaba a Vitoria cuando tenía que ir al especialista», rememora Sara. ¿Qué adjetivos la definirían? «Alegre, trabajadora y cariñosa. Te ayudaba y jamás pedía algo a cambio, no era interesada», sintetiza su entorno.
En las catacumbas del Palacio de Justicia de Álava, sede del Instituto Anatómico Forense, guardan con celo los cadáveres que llegan. Son fallecidos en circunstancias abruptas; accidentes, suicidios y -los menos- asesinatos. La mayoría de los cuerpos enseguida encuentran acomodo. Sólo un puñado se eterniza en el depósito. Mariela ha sido de las que más tiempo ha estado.
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