Por fin en Luezas... cien años después

En Argentina, trabajó como tratante de ganado, elaborador de chorizos, comerciante de frutas... Hasta que la muerte le sorprendió demasiado joven, en 1944, cuando su hijo menor, Eleuterio, apenas tenía 2 años. «No recuerdo la imagen de mi padre –rememora Eleuterio– pero siempre estaba en mi cabeza. Sentía su ausencia y desde que tuve uso de razón quise volver a Luezas, sentirme más cerca de él».

Hace unos días, con 80 años, pudo cumplir ese sueño de infancia. «Estoy feliz por haber conocido la tierra de mi padre, la mía, porque al ver Luezas me he sentido en casa», dice emocionado.

Porque el nombre de Luezas y su lejana presencia siempre se han mantenido vivos en casa de los Herrero, al igual que el recuerdo de Pablo. Como una pulsión, el anhelo ha pasado de generación en generación. «La sangre es fuerte, tira mucho», recalca Eleuterio.

En 2013, Rosa Mabel Guy, recibía la ciudadanía española gracias al pasaporte de su abuelo Pablo. En el viceconsulado de la ciudad argentina de Concordia, con los documentos que la acreditaban como española ya en la mano, solo tuvo un pensamiento: «El día que me jubile voy a pisar la tierra de mi abuelo».

Su retiro le llegó hace un año y entonces comenzó a tomar forma el deseo compartido de Eleuterio y Rosa Mabel. «A través de las redes sociales nos pusimos en contacto con la Asociación de Amigos de Luezas y ha sido maravilloso», explica.

José Miguel Terroba, que se convirtió en el cicerone de la familia Herrero en su retorno a la aldea, y Víctor Celorrio, historiador del pueblo y que reveló a la familia su árbol genealógico, fueron parte de los lueceños que se volcaron con Eleuterio, Rosa Mabel, María del Rosario (otra de las nietas) y Yolanda (hermana por parte de madre de Eleuterio) en una jornada inolvidable para todos.

En Luezas, José Miguel les enseñó la casa familiar, la iglesia de la Asunción donde bautizaron a su abuelo, el cementerio, la fuente... Y les regaló una sorpresa: conocer a tres primos de los que no tenían noticia: Julia, Benita y Pablo.

«En mi cabeza yo calculaba que, por edad, algún primo tenía que haber. Pero no me imaginaba encontrarlos. Ha sido maravilloso. Fue la emoción más grande. Son ya parte de mi familia, son personas excepcionales, como José Miguel. ¡Ha sido tan grande abrazarlos y conocerlos!», explica Eleuterio al borde de las lágrimas.

Para Mabel, poner cara a su nueva familia ha sido «espectacular», un plus a un viaje que ella emprendió con el objetivo de que «no se perdiese ningún recuerdo». «Yo quería tocar todo lo que había visto en fotos: la iglesia, las casas... Hasta la tierra. Me llevo un frasquito de esta tierra, de mi tierra, a Argentina», remarca.

Ese frasquito reposará muy cerca de la imagen de Santa Teresita que acompañó a Pablo en su travesía marítima hacia la incertidumbre y que Mabel guarda con devoción en su casa. Por fin, casi un siglo después, la sangre de los Herrero ha vuelto a Luezas.