Hay cuestiones lógicas que, sin embargo, no dejan de ser discutidas. Uno se preguntaría por qué, de no ser obvio: cuando las cosas no se hacen según la lógica, es porque a alguien beneficia.

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Veamos. Lógico me parece pensar que las comunidades autónomas deben tener ... el dinero que necesitan para costear los servicios que prestan. E igual de lógico es que ese dinero debe corresponder al coste real que tienen esos servicios para cada región. Es decir, que no vale poner un tanto por persona y decir ancha es La Rioja: poner médico a 20.000 tipos en el centro de Madrid cuesta equis, pero ponérselo a 20.000 riojanos repartidos por la sierra de la Demanda en esos pueblos de Dios cuesta mucho más.

Ésa es la pelea en la que vivimos, y en la que toca bregarse. Decir que cada región debe tener el dinero que le corresponde según su población es una trampa aparentemente lógica, pero profundamente perversa. Eso solo consigue que la diferencia que ya existe entre los territorios A y los territorios B siga creciendo.

Porque nadie dude que esa diferencia está ahí. Las comunidades que este martes se han reunido en Santiago de Compostela tienen todas en común una etiqueta: son «las otras». O sea, las que sólo salen en el telediario si (ay) un maniaco mata a alguien. Son las comunidades cuyo peso político sólo se ve si dan con un líder gritón o con alguien que pueda acabar de ministro. Y claro, ninguna de las dos cosas duran tanto como para que a la gente le lleguen los beneficios.

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Que ocho comunidades de tres partidos se unan en un texto común es buena cosa, y tan inusual que algo debe tener detrás. La fuerza de la lógica, y también la necesidad de dar una batalla en la que se juegan más cada día.

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