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El gol de Iniesta partió en dos la vida de Luis María Díez Picazo. Estaba soltero, tenía 35 años, trabajaba con estructuras de hormigón, le gustaba ir de fiesta. El 11 de julio de 2010, cuando Íker Casillas alzó la Copa del Mundo al cielo ... de Johannesburgo, Luis María fue a celebrarlo a la fuente de Murrieta.
Resbaló. Cayó.
«Note que el cuerpo no se movía. Solo sentía un hormigueo». Lo llevaron al hospital San Pedro. Intuyó la gravedad de su estado al ver la cara de preocupación de los médicos. Lo trasladaron a Burgos. Apenas recuerda nada. «Estaba muy sedado. Me dijeron que me había roto el cuello. Yo pensé: pues que me lo arreglen y ya está». Cuando despertó del coma, supo que el remedio no era tan fácil. Los médicos le diagnosticaron una tetraplejia de grado C (parcial). De pecho para abajo no podía mover nada. Tampoco los dedos ni las muñecas. Solo los brazos. «Ahí comenzó una lucha interna para asimilar mi estado y comérmelo con patatas. Ahí empecé a darme cuenta de lo que importaba de verdad».
Postrado en la cama, a Díez Picazo se le cruzaron por la mente dos ideas. Dos ideas locas, insensatas quizá, pero que se le quedaron clavadas como objetivos vitales: quería hacer buceo; quería hacer paracaidismo. «Me lo prometí a mí mismo», recuerda. No parecían retos asumibles: en aquellos primeros meses necesitaba ayuda para lavarse los dientes, incluso para darse la vuelta en la cama cuando sufría espasmos y calambres.
Llevaron a Luis María al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Los primeros meses no consiguió levantarse de la cama. «Ahí he vivido los momentos más duros y más felices de mi vida», dice. «Llegas a Toledo desnudo, descolocado. Tu vida entera ha desaparecido. Y ves entonces a los niños pequeños que están ingresados... Eso es terrible». Pero recuerda, como un punto de inflexión, la visita que le hizo Diego, un chico de Murcia. «Llevaba dos o tres meses sin poder bajarme de la cama. Entonces apareció él y me dijo que perseverase, que ahora estaba escalando una cuesta muy difícil, muy oscura, pero que cuando llegase arriba tendría una vida entera por recorrer».
De repente, un día, Luis María comprobó que un dedo se le movía. Otro día, con un esfuerzo supremo, logró desplazar una pierna. Finalmente, tras horas y horas de fisioterapia, Luis María Díez Picazo consiguió ponerse en pie y dar tres pasitos. «Ese ha sido el día más feliz de mi vida. Miré a mi fisio y me puse a llorar. Llamé a mi familia, a mis amigos... Había conseguido mi objetivo: no quedarme tumbado en la cama para siempre».
En Toledo estuvo ocho meses. A Logroño regresó con dos ideas en la cabeza; esas dos ideas locas que se le habían cruzado por la mente en Burgos, cuando despertó del coma. Llamó a una empresa que organiza cursos de buceo en la capital riojana. Les explicó su caso, probó, le gustó: «Dentro del agua, el cuerpo no pesa y todo resulta más fácil. Te sientes libre». Luis María explica que el deporte y la fisioterapia son los aliados más estrechos de quienes padecen lesiones medulares; si uno se abandona, el cuerpo se atrofia y se van perdiendo una por una todas las batallas que se habían ganado. Su bautismo de mar fue en Castro Urdiales. «El primer día me quejé porque las bombonas solo me habían permitido bucear cinco minutos. ¡Entonces me dijeron que en realidad había estado media hora bajo el agua! Estaba tan feliz que el tiempo se me había ido volando».
Luis María aprobó el curso, siguió practicando y ahora, afincado en Valencia, ya tiene su propio equipo y bucea con frecuencia. «Me ayudan a montar en el barco y a tirarme al agua; pero en el mar soy casi completamente autónomo. ¡El mar está más adaptado para nosotros que la tierra! No hay bordillos, no hay coches mal aparcados...». Diez Picazo participa incluso en jornadas de limpieza de los océanos: «Es tan maravilloso el paisaje submarino que todos debemos evitar que se convierta en un vertedero de plásticos. Nos estamos cargando el mar y ese será nuestro final», advierte. En septiembre, Luis María volverá al CRMF de Lardero para completar en un curso de fotografía subacuática. Mientras tanto, practica otros deportes, cultiva su pasión y trata de extraer todo el jugo a la vida: «Cuando vives algo así te das cuenta de las chorradas que nos preocupan, del tiempo que pasamos absurdamente enfadados».
De momento, él ya ha cumplido sus dos ideas insensatas: en junio de 2015, se tiró en paracaídas sobre la playa del Grao, en Castellón. «Siendo exactos, no me tiré; me lanzaron. Pero fue una maravillosa sensación de libertad». Esa libertad que casi perdió el 10 de julio de 2010, cuando España consiguió su primera Copa del Mundo de fútbol.
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