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Me gustan los toros desde que tengo recuerdo consciente de que me guste alguna cosa. Los sentí más allá de mi piel porque me educó mi abuelo Pablo en los valores de la tauromaquia: su belleza, la emoción, el amor al animal y el respeto ... a la maestría de los toreros. Me he criado muy cerca del toreo y estoy orgulloso de esa escuela a la que el filósofo Víctor Gómez Pin definió como «la más sobria de la vida». Gracias a esta afición he vivido emociones alucinantes, desilusiones salvajes y tengo amigos en mil sitios, desde España hasta América pasando por Francia y Portugal o Japón. Mi afición es parte de mi libertad como ciudadano, tan lícita y tan sagrada como la de cualquier persona que no le gusten los toros y decida no ir. La libertad se basa exactamente en el respeto del diferente y en la salvaguarda de las minorías. Como dice mi amigo Chapu Apaolaza, el toro protege nuestra sociedad libre y, como caiga el toro, caerá nuestra sociedad.
El antitaurino clásico basaba su argumento en el humanismo, pero el nuevo antitaurino es animalista y coloca el valor de la vida de un animal en el mismo estrato que el de las personas. Francis Wolff lo explica con meridiana claridad: «Es justamente porque el hombre no es un animal como los demás por lo que tiene deberes hacia ellos y no al contrario. El respeto absoluto de la vida humana es uno de los fundamentos de la civilización. No sucede lo mismo con la idea de respeto absoluto hacia la vida en general. De hecho, sería contradictorio con la idea misma de vida: la vida se alimenta sin cesar de la vida. Proclamar por tanto que todos los seres vivos tienen derecho a la vida es un absurdo ya que, por definición, un animal solo puede vivir en detrimento de lo viviente».
Otro de los mantras repetidos hasta la saciedad es que la tauromaquia recibe multimillonarias subvenciones, pero la realidad es que es el toreo el que financia a las administraciones públicas con sus impuestos. El impacto económico de todas las manifestaciones taurinas en españa superó en el 2016 los 1.600 millones de euros y la industria taurina garantiza sobradamente el retorno íntegro de las escasas ayudas públicas que recibe. Solo con el IVA de las entradas y las cotizaciones de los profesionales taurinos el Estado obtiene 56 millones de euros. La tauromaquia presenta un saldo fiscal favorable al Estado de 30,5 millones de euros, algo inaudito en el panorama cultural español. El IVA de los festejos taurinos triplica la recaudación del cine español y supera con creces la suma aportada por el conjunto de las artes escénicas, tal y como recoge Juan Medina, doctor en Economía y militante de Greenpeace en su libro 'Tauronomics'.
El nuevo antitaurino, además, se sitúa en un plano de superioridad moral y nos llama torturadores. Y regreso de nuevo al filósofo de la Sorbona: la tortura es una de las prácticas más abominables que existen. Sea cual sea su finalidad no puede ser nunca justificada. Llamar a cualquier cosa tortura, y especialmente hacerlo con las corridas de toros es banalizar su significado y atenuar la condena sin remisión de esta práctica intolerable; es decir, un auténtico insulto a todos los torturados del mundo.
En Francia varios grupos veganos andan destrozando carnicerías e intimidando carniceros. Jamás se me ocurriría prohibir a nadie hacerse vegano y abrazar ese modo de vida y las creencias que lo sustentan. Pero lo que buscan, una vez destruidas las corridas, será prohibir el consumo de carne y de pescado, incluso de leche, de lana, de cuero, de miel y de «todo lo que provenga de la explotación animal», como rezan sus eslóganes. Y en ésas estamos en España. 'El Vergel', un restaurante de cocina vegana de Tarragona, prohibió hace unos días a una madre dar el biberón a su hijo por ser de leche animal. La madre afectada lo denunció en 'TripAdvisor' y el camarero del local le contestó que «las madres verdaderamente humilladas son aquellas violadas durante toda su vida para tener bebés que son robados: estas madres son las vacas, ovejas y cabras, víctimas del biberón de su hijo». Literal. Puede parecer una locura y lo es. Y ése es el camino sin retorno que ha emprendido el 'animalismo' para que evolucionemos y seamos mejores personas.
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