'Vascos jugando a las cartas', obra de Ramiro Arrúe. Propiedad del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Unas lecciones vascas

«Te preguntas, viajero, por qué / hemos muerto jóvenes / y por qué hemos matado tan / estúpidamente. / Nuestros padres mintieron: eso es todo» JON JUARISTI ('SPOON RIVER EUSKADI')

Jorge Alacid

Logroño

Domingo, 19 de julio 2020, 09:30

Desde este lado del Ebro, los resultados de las elecciones vascas admiten una lectura adaptada al hecho diferencial riojano.

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Esa voz. Ningún miembro de la clase política riojana tiene dudas al respecto: si mañana hubiera elecciones regionales, Vox entraría en el Parlamento. La muralla del ... 5% no supone un gran obstáculo para el partido de ultraderecha, cuya presencia en el Legislativo dinamitaría la presente correlación de fuerzas, dificultaría los actuales pactos de Gobierno y propondría una mayoría parlamentaria en las antípodas de la que hoy permite gobernar al PSOE con sus socios de izquierda. Esa es la única buena noticia que dejan las urnas vascas para el PP riojano.

La España que no suma. El votante suele responder con desconfianza ante todo experimento electoral; de ahí que la coalición de derechas saliera maltratada de la visita a las urnas, luego de un doble paseo por el laboratorio. Porque la suma teórica en política a menudo arroja en la práctica una resta y porque descabalgar al candidato natural para situar como cabeza de lista a ¡¡¡Carlos Iturgaiz!!! parece una idea mejorable. El PP ha regalado el dominio del electorado de derechas al PNV y esa es una cesión que el tiempo tiende a convertir en irreparable. Su consuelo es que, al menos, la ley electoral ha permitido que su caída en las urnas no le condujera a la pura irrelevancia. Pero está cerca.

Podemos, cada vez menos. Todo votante suele preferir lo genuino a su sucedáneo. En la región vecina, esta máxima se cumple: para entregar su papeleta a una ¿izquierda? asilvestrada, con graves problemas para entender que forma parte de un Estado a cuyas instituciones debe lealtad, y propensa al cainismo interno, el elector vasco se decanta por lo conocido. Bildu, la vieja HB de toda la vida, tuneada para dar apariencia de no ser lo que sí es, avanza en las urnas en perjuicio de Pablo Iglesias y sus filas, que en cada región de España adoptan una nomenclatura distinta. ¿Y si residiera en su tendencia al travestismo político la penalización que sufre en las urnas? O tal vez sólo ocurre que han perdido la inocencia, tanto sus siglas como sus potenciales electores. Que ya saben cómo gobiernan y resulta que no es para tanto. Y que más se perdió en Galapagar.

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Nacionalismo obligatorio. Décadas de concesiones de los dos grandes partidos constitucionalistas de España al nacionalismo vasco deparan el resultado electoral del domingo. El éxito del PNV no puede explicarse sin la obsequiosa relación que mantiene con sus aliados tradicionales en el Congreso de los Diputados, donde su grupo parlamentario, beneficiario de un exceso de escaños por gentileza de la Ley D´Hondt, se transforma en imprescindibles para formar mayorías como la que, por ejemplo, entronizó hace un par de años a Pedro Sánchez. Su moción de censura salió adelante no cuando sumó a todos los que se movían a su izquierda, sino cuando recabó el apoyo decisivo del nacionalismo vasco. El PNV observó en esta maniobra un más alto rendimiento para sus fines, como acaba de observar en un artículo muy recomendable uno de sus antiguos líderes: Joseba Arregui, quien resume en el verbo trincar la estrategia única que explica la conducta de sus excompañeros vascos en el Parlamento español. Los complejos que sufren PSOE y PP ante este carlismo de nuevo cuño, que les parece el colmo de la modernidad, completan el inquietante paisaje que divisa todo riojano cuando mira hacia el norte del Ebro: mejores infraestructuras, sueldos superiores, mayores prestaciones. Más riqueza. Lo que significa siempre más desigualdad: gran éxito de los herederos de Sabino Arana, engrasada su maquinaria por un sistema educativo (televisión propia incluida) al servicio del nacionalismo obligatorio, que sin embargo no impidió que el partido más votado fuera el de siempre: el de la abstención. Aunque igual se trataba de eso.

Lección gallega. Moraleja. En Galicia ganó el PP pero no el PP de Pablo Casado sino el de un candidato que evitó unir su destino al de esas siglas. Otra pista para sus colegas riojanos.

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