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Tenemos a Perseverance dando vueltas por la tierra desolada de Marte, atentos a sus correrías en busca de agua, de hielo, de pedruscos, del fósil ... de alguna ameba, sin darnos cuenta que la gran lección de esa formidable expedición marciana probablemente se encuentra a estas horas tomando café en un despacho de Houston (Texas).
Lady Diana Trujillo, directora de vuelo del Perseverance, nació en Cali (Colombia) en 1981. A los diecisiete años, emigró a Estados Unidos, harta de la violencia y de un futuro macilento. Llegó a Miami con trescientos dólares en el bolsillo y con ese inglés esquemático que apenas da para pedirse una cerveza en un bar. Durante varios meses se ganó la vida limpiando pisos. Mejoró su inglés y luego decidió estudiar ingeniería aerospacial. Su inteligencia y su habilidad con las matemáticas le permitió acceder a la academia de la NASA.
A miles de kilómetros de Houston y a decenas de miles de kilómetros de Marte, en Mainz (Alemania), Ugur Sahin y su mujer, Öezlem Türeci, dirigen BioNTech, una pequeña empresa de biotecnología. Ambos desarrollaron la primera vacuna contra el coronavirus y, cuando ya la tenían casi lista, llegaron a un acuerdo con el gigante farmacéutico Pfizer para abordar los ensayos finales y para su posterior distribución en todo el mundo.
Ugur Sahin nació en Alejandreta (Turquía) en 1965. Como tantos otros turcos, su padre emigró a Alemania para buscarse la vida y ofrecer un futuro decente a sus hijos. Encontró trabajo en la fábrica de Ford en Colonia. Cuando tenía cuatro años, Ugur se trasladó a orillas de Rhin. Su mujer, Öezlem, hija de un médico de Estambul asentado ya en Alemania, nació en una ciudad de la Baja Sajonia. Ambos se conocieron en la Facultad de Medicina de la Universidad de Sarre. Gracias a su labor y a su perseverancia, los dos mil viejillos de las residencias riojanas están ya inmunizados y pueden saludar otra vez a sus nietos.
Son historias singulares, aunque quizá no tanto como se piensa. Al violinista libanés Ara Malikian (Beirut, 1968), que hace no mucho actuó en Logroño, sus padres lo mandaron a Alemania cuando tenía trece o catorce años. Su país se había convertido en un lugar peligroso, sacudido por una devastadora guerra civil, continuamente azotado por las bombas. Ara llegó solo a Hannover, sin conocer el idioma, con su violín como único patrimonio, refugio y familia. Tenía una beca para estudiar en una escuela de música, pero el dinero no le llegaba ni para comer. Salió adelante gracias a que le confundieron con un judío y le contrataron para tocar canciones semitas en bodas ashkenazis.
Diana, Ugur, Öezlem y Ara al menos saben dónde nacieron. Sin embargo, durante muchos años, en el pasaporte del exfutbolista Rio Antonio Mavuba aparecía una frase enigmática: «Nacido en el mar». Su madre dio a luz en un barco, en medio del océano, cuando huían de la guerra civil en Angola. Acabó jugando en el Girondins de Burdeos y en el Villarreal.
Cuando hace unas semanas vi a todos esos emigrantes tirados en las playas de Canarias, pensé en cuántos de esos chavales, con una formación adecuada, podrían rendir un servicio impagable a la sociedad. También pensé –todo hay que decirlo– en que este Gobierno se había olvidado de repente de todas sus promesas sobre la emigración. Ahora sabemos que lo del Aquarius no fue un aviso, sino un ejemplo más de esa política-Instagram que tanto fascina a nuestro presidente: me saco unas fotos recibiendo a estos negritos y luego que les den. La imagen de todos los emigrantes tirados en las playas canarias, olvidados del mundo, trasladados luego oscuramente a la península o devueltos en caliente a la miseria y a la guerra supone la constatación de que nada ha cambiado. Debemos reconocer que, cuando vio que la marea le alcanzaba, el vicepresidente de Asuntos Sociales, Pablo Iglesias, sí hizo algo: se quejó y puso un tuit. Luego pasó a ocuparse de las plurinacionalidades soberanizadas, que es lo verdaderamente importante.
Nos espantamos del muro de Trump mientras olvidamos nuestros muros en Ceuta y en Melilla. Necesitamos con urgencia un debate sobre la emigración y sobre cómo resolver los evidentes, ásperos y acuciantes problemas que genera. No hay soluciones sencillas –quizá ni siquiera haya soluciones–, pero al menos deberíamos cambiar nuestra mirada y pensar que entre los niños de las pateras tal vez se esconda alguna Diana, algún Ugur.
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