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El jueves, unas horas antes de que se sometiera Pedro Sánchez al luego fallido intento de investidura, PabloEchenique concedió una entrevista a la Cadena Ser. Para entonces, era ya bastante palmario que el proceso de nombramiento de nuevo presidente presentaba profundas analogías con otro ... proceso reciente, también fracasado: la tentativa de Concha Andreu de presidir el Gobierno de La Rioja. En uno y otro caso, la negativa de Podemos a pactar con el PSOE (o la incapacidad del PSOE para convencer a Podemos) había desembocado en la prolongación de la interinidad del respectivo Gobierno en funciones, así en Moncloa como en el Palacete. El caso riojano presentaba no obstante su propia singularidad: que cuando la diputada Raquel Romero se negó a apoyar a Andreu incumplía (en teoría) las órdenes recibidas por sus jefes. Porque (en teoría) hubo instrucciones, lanzadas desde Irene Montero al propio Echenique, dirigidas en sentido opuesto a como luego se sustanció la votación en el Parlamento riojano. Romero (de nuevo en teoría) desobedeció el mandato llegado de Madrid. Para desolación de la dirección nacional, no hubo acuerdo de izquierdas en La Rioja. Siempre, en teoría.
Pero en esa mencionada entrevista a Echenique, cuando el periodista le interroga sobre lo ocurrido en La Rioja, el dirigente de Podemos titubea. Superados esos segundos de indecisión, retoma no obstante el hilo argumental de la formación morada. Esa tesis según la cual queda tiempo hasta septiembre para perseverar en la negociación. En términos parecidos se pronuncia esa misma tarde Romero, a través de un vídeo publicado en las redes sociales. Una explicación que empieza a adoptar el aire de una milonga. Consultada una dirigente nacional de la formación por este periódico, entre sus confidencias comparte esa misma sensación de estupor. «En una organización como la nuestra, aunque haya autonomía para los territorios, una decisión de este calibre no se deja a su libre albedrío». ¿Entonces? «En La Rioja están en realidad siguiendo instrucciones de no apoyar al PSOE. Otra cosa es que no lo quieran reconocer». Más preguntas:por qué Podemos permite que una gestora como la que ahora dirige al partido en La Rioja siga al mando mientras acomete negociaciones tan delicadas, que exigirían un grado superior de legitimidad. «Buena pregunta. Eso nos preguntamos también por Madrid».
También en el PSOE se ha acabado dando por buena esta nueva versión de sus negociaciones, según las cuales Podemos habría organizado a escala un tablero en La Rioja donde experimentar cómo conducirse respecto al intento de investidura de Sánchez. El laboratorio riojano dispone del resto de elementos que luego se emplearon en el debate del Congreso de los Diputados. Negociaciones al amor de los vaivenes, ofertas más nominales que programáticas y, como otro factor coincidente, el papel reservado a Izquierda Unida. En La Rioja, su diputada Henar Moreno se apresuró a adelantar su apoyo a Andreu como futura presidenta. En la Carrera de San Jerónimo, donde aún comparte grupo con Podemos (a diferencia del cisma registrado en el Legislativo riojano), ocurrió algo parecido: Alberto Garzón sólo aceptó arrastrando los pies la estrategia de Pablo Iglesias pero en los prolegómenos al segundo intento de investidura se apartó tímidamente de su compañero de viaje. IU reclama un perfil propio en este proceso: el que sí ha conseguido Moreno en La Rioja, el mismo al que aspira Garzón. Para ambos, Podemos empieza a representar el abrazo del oso.
La misma amenaza que supone para el PSOE. Entre las filas socialistas prende una idea dominante: que la investidura de Andreu fracasó porque Romero (aparentando lo contrario) acató las órdenes de Madrid. «Nos han utilizado», esgrimen por Martínez Zaporta, en alusión a la maniobra de camuflaje y despiste seguida por los dirigentes riojanos de Podemos. Que aplican, siempre según la versión socialista, el principio que dejó escrito Alfredo Pérez Rubalcaba extraído de la química: semejante disuelve semejante. Es decir, que el acuerdo entre iguales resulta más complicado que el negociado por partidos que se sitúen en sus respectivas antípodas. Para Podemos, el PSOE es su principal rival: compiten por el mismo caladero de votos. Y así, de acuerdo con las tesis socialistas, se explicaría la conducta de Iglesias: «Tiene una obsesión con el PSOE. La obsesión de hundirlo».
Si así fuera, debe reconocerse que su obsesión obtiene resultados contradictorios. En principio, ha conseguido humillar a Sánchez como Romero hizo con Andreu, incluyendo un tono despectivo en sus respectivos discursos que por gratuito no anima a pensar en un acuerdo allá en septiembre. Pero si se amplía el foco de la imagen que ofrecen ambas negociaciones, deberá aceptarse que Iglesias de momento va fracasando. No superó a los socialistas (no, no hubo 'sorpaso') ni en las elecciones generales de abril ni en las regionales de mayo, donde pasó en La Rioja de cuatro escaños a la mitad a pesar de que concurría aliado con IU. De manera que si Iglesias atiende al desenlace de sus experimentos en el laboratorio riojano, debería concluir que su intención de destruir al PSOE de momento no tiene éxito. Las viejas siglas fundadas por su homónimo resisten. Tal vez porque entre los numerosos errores en el debe socialista a lo largo de 140 años no figura tan exagerada propensión a la mascarada.
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