Crimen de Lardero
Viento helado en el Palacio de JusticiaOtra vez el terror ·
«Es un día muy duro», dice el portavoz de la familia. Almeida sigue con frialdad absoluta un juicio que ha levantado expectación en todo el paísSecciones
Servicios
Destacamos
Crimen de Lardero
Viento helado en el Palacio de JusticiaOtra vez el terror ·
«Es un día muy duro», dice el portavoz de la familia. Almeida sigue con frialdad absoluta un juicio que ha levantado expectación en todo el paísA las nueve de la mañana, una hora antes de que comience el juicio, los periodistas de Madrid buscan el mejor encuadre para sacar el Palacio de Justicia. Hay micrófonos con empuñaduras de colores chillones y nombres famosos en el mango: que si Ana Rosa, ... que si La Sexta, que si TVE. Las grandes ocasiones en provincias son casi siempre ocasiones luctuosas, terribles, inauditas. De pronto una tranquilidad que se diría legendaria se rompe y sucede lo inefable. En una fiesta de Halloween, en un parque de Lardero, un chaval de nueve años, disfrazado de la Niña del Exorcista, aparece muerto en los brazos de un tipo, Francisco Javier Almeida, que estaba en libertad condicional y que arrastraba una condena por asesinato y agresión sexual.
A la entrada del Palacio de Justicia, a las nueve de la mañana, los periodistas –los de Madrid, los del País Vasco, los de La Rioja– comentan los pormenores del caso y se fijan en los coches de policía que pasan por Murrieta. Plantan sus trípodes, cargan con sus cámaras, entran en directo. Esperan la llegada de los abogados, tal vez de la familia. El juicio está fijado para las diez. No hace demasiado frío, pero hay algo gélido en el ambiente, un viento helado y triste que corre bajo la piel y congela cualquier amago de sonrisa. Nadie quisiera estar hoy aquí.
A las nueve y media llega la abogada de la acusación particular, Alicia Redondo: «Nos podemos imaginar cómo está la familia. Tienen su vida destrozada desde aquel día y hoy todo se recrudece», dice. Poco después aparece, caminando por Murrieta con gesto crispado, el tío abuelo de Álex, Gonzalo Martín. Habla como masticando palabras amargas, palabras llenas de huesos y espinas que le van dejando heridas en la garganta: «Es un día muy duro. Estamos mal. Pero tenemos ganas de que se haga justicia. Queremos que Álex sea el último. ¿Cómo podía este señor estar en libertad? ¿Cómo no lo tenían controlado? Yo necesito mirarle a la cara».
Junto a ellos está –pelo blanco, menuda, gesto cansado– Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la asociación Clara Campoamor, también personada en la causa. «Queremos ir más allá –advierte–. ¿Quién le dio el permiso? ¿Qué director de la cárcel, qué equipo de tratamiento, qué juez? Esos no se van a ir de rositas. La conducta de estos agresores en las cárceles es fantástica porque no hay mujeres ni niños a los que violar o matar. Vamos a llevarlo a la Audiencia Nacional como responsabilidad del Estado. El Estado se ha equivocado y no puede mirar para otro lado. Ha puesto a un peligroso violador y asesino en la calle. Uno es el culpable, pero hay otros responsables».
Noticia Relacionada
Poco a poco, van entrando a la sala de la Audiencia. Es un habitáculo no muy grande –mucho más pequeño que en el anterior Palacio de Justicia–. A un lado está el jurado, al otro el fiscal y los abogados. Almeida está sentado en una silla, solo, con un jersey blanco. Lleva el pelo corto y se ha dejado crecer la barba. Solo unos pocos periodistas pueden estar en la sala. El resto sigue la vista desde la sala de bodas, en la que han puesto una pantalla y un proyector. El fiscal, Enrique Stern, toma la palabra para compadecer al jurado: «Van a vivir ustedes una experiencia que no olvidarán en su vida. Deberán ver imágenes escabrosas y tendrán que revivir la angustia de los padres de Álex desde que se dieron cuenta de que su hijo había desparecido».
Almeida no se mueve. Mira al frente, impasible.
El abogado defensor, César Martínez, comienza su alocución explicando por qué está ahí. Forma parte del turno de oficio y este asunto le cayó en suerte, aunque recuerda que su papel es esencial en una democracia. Lo hace con un discurso firme y sereno, con ecos de Atticus Finch, aunque en este caso parezca bastante claro quién andaba por ahí matando ruiseñores: «Estoy aquí porque no somos bárbaros. Porque nuestros antepasados decidieron superar la época de los linchamientos públicos».
Almeida no se mueve. Mira al frente, impasible.
El acusado no sabe si quiere declarar. Habla como si estuviera chupando caramelos. Reconoce que violó a Álex, aunque cuando se ve acorralado, duda y dice que «una nube» le impide recordar. En la sala proyectan una fotografía del pequeño con heridas en el cuello.
Almeida se gira y lo mira, pero sigue impasible.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.