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El pasado mes de febrero Natalia Muñoz Val recibió su despacho como juez de manos del rey Felipe VI y justo hoy hace una semana cruzó por primera vez las puertas de los juzgados de Calahorra para tomar posesión como titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de la ciudad bimilenaria, con competencia en violencia sobre la mujer. Diario LA RIOJA repasa con ella cómo ha sido su camino hasta llegar aquí y siente enfrente a la experiencia de Ignacio Espinosa, un veterano de la justicia próximo a la jubilación.
A sus 27 años, esta oscense es la cara del relevo generacional de un gremio en el punto de mira. Se ha derribado la barrera de los togados de negro, los hombres que siempre imaginas serios e incluso aburridos, para cuestionar muchas de sus decisiones desde el escaño. El muro se desmoronó con la sentencia de la Manada de Pamplona y se ha hecho añicos con la Ley de amnistía.
A Natalia esto no le ocupa muchos minutos de su pensamiento. «No lo he vivido, quizá a mi nivel no afecta tanto, he estado muy tranquila», dice. Bastante tiene. Desde que debutó el pasado lunes, apenas ha tenido tiempo. El martes entró de guardia y ha sido un no parar de detenidos y de violencia de género.
No nació jueza, ni siquiera es un eslabón de una dilatada estirpe de magistrados. Lo suyo no viene de familia. Tenía claro que quería estudiar Derecho y a lo largo de la carrera le empezó a llamar «algo más» la atención la oposición a juez, pero también la de inspector de Hacienda. Luego tampoco tenía claro si juez o fiscal, pero tras varias conversaciones y cierto influjo de su preparador, como ella misma reconoce, optó por lo primero.
Tres años de intenso estudio, el primero ocho horas diarias y un día de asueto a la semana, y los dos siguientes sin descanso y estudiando desde que se levantaba hasta que se acostaba, se enfrentó, con cronómetro en mano, a uno de los exámenes más duros de su vida. A finales de 2021 aprobó y en 2022 pasó todo el año en la escuela judicial. Un año después hizo prácticas en Madrid y luego sustituciones en Huesca, en el mixto 2, es decir, con violencia sobre la mujer, hasta que el pasado mes le entregaron el despacho. De todos los destinos a los que podía acceder, el más próximo a Huesca era Calahorra, así que lo eligió.
Lleva una semana y no se arrepiente de aquella decisión que le ha llevado horas y horas de estudio. Le gusta ser juez y lo que es la instrucción, también la violencia sobre la mujer, pero el tiempo dirá en qué se especializa. «De momento quiero aprender cómo se hace en estos juzgados». Confiesa que esta semana se ha sentido algo «sola» profesionalmente. En Huesca, «la Fiscalía y el médico forense estaban ahí y es mucho más rápido y ágil. En Calahorra, no. Estás más solo, tú estás en el pueblo y los demás, no, tienes que ir un poco buscándolos».
Enfrente, Ignacio Espinosa mira a Natalia con algo de melancolía cuando cuenta sus inicios. De su vida profesional, dice, «me quedo con todo», incluso «con lo de la soledad del juez de pueblo, te dan ganas de llamar a tu preparador con el primer asunto que tienes». «Te hace una ilusión tremenda el primer caso que entra. Si volviera a nacer volvería a ser juez». «Comparto la ilusión de Natalia».
Entre ambos median unas cuantas primaveras, la de Espinosa es la generación de los Aranzadi, aquellos volúmenes mastodónticos con sentencias en los que cotejar jurisprudencia, y la de Muñoz es la del Cendoj, donde encontrar cualquier fallo a golpe de click. ¿Qué le aconsejaría? «Que no olvides a los compañeros de promoción y que aprendas, aprendas y aprendas. Hasta de las sentencias que te revoque la Audiencia se aprende».
Desde que ingresó en la carrera judicial en 1978, ha desempeñado su trabajo en Zarauz, Sanjenjo, Santo Domingo de la Calzada, Málaga, Santoña, Reus y Logroño, y en comisión de servicios en otras seis localidades, en total en siete regiones y hasta en 18 juzgados.
En su currículum lo tiene todo, o casi todo, juez de menores, quince años ejerciendo como presidente del Tribunal Superior de Justicia de La Rioja... y ahora, adscrito a la Sala de lo Social del mismo tribunal. Pero tiene una espinita clavada. Espinosa ha sido el eterno candidato. Lo fue al Tribunal Constitucional, cargo para el que fue designado sin éxito hasta en tres ocasiones por el Parlamento de La Rioja, y también al Consejo General del Poder Judicial. En la actualidad está propuesto para entrar como vocal en el órgano de gobierno de los jueces, pero la parálisis política ha impedido la renovación de un órgano cuyo mandato caducó hace cinco años. «Para una cosa en la que se ponen de acuerdo el PSOE y el PP», lamenta. Confiesa que llegó a alquilar un piso en Madrid, «pero no hay forma», ríe.
Espinosa es de esos jueces que pocas veces guarda para sí lo que pasa por su cabeza, una cualidad que es una bendición para los periodistas. Tampoco ahora calla cuando se le pregunta por la figura del 'mediador' que desde Bruselas trata de desencallar las negociaciones entre populares y socialistas españoles para renovar el CGPJ. «Me parece infantil. ¡En la vida la Comisión Europea había mediado! Salvo en un asunto que era entre dos países, pero no entre dos partidos».
El expresidente del TSJR es consciente de que los jueces llevan tiempo en el foco, pero «porque se ha judicializado la política. Asuntos que son políticos y que deberían resolverse entre los políticos, para eso estamos en un estado democrático y de derecho, se judicializan». ¿La credibilidad de los jueces está en horas bajas? «Creo que no». La diferencia de criterio, por ejemplo, entre los jueces del Supremo y la teniente fiscal de la Fiscalía General del Estado a la hora de abrir causa por terrorismo contra Puigdemont, «no es más que una parte del procedimiento, pero entre dos posturas contrapuestas el que decide al final es el juez».
La separación entre jueces conservadores y progresistas «no es más una etiqueta que nos ponen pero no nos beneficia en nada», apunta. En EE UU, al fiscal general del Estado lo nombra directamente el presidente, en este caso Biden, y «¿alguien sospecha de la justicia de EE UU?». En contraposición, explica, en España, a un juez lo nombra el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que a su vez ha sido elegido por los tres quintos del Parlamento y al Parlamento lo han elegido los ciudadanos. «Es verdad que al fiscal general del Estado lo propone el Gobierno, pero eso lo pone en la Constitución, pues que la cambien».
De todos los casos recuerda especialmente uno que afectó al Logroñés. Jugaba en segunda división y el entonces presidente del club, Marcos Eguizábal, en el descanso de un partido que jugaban en Toledo prometió a los jugadores una prima si subían a primera. El equipo lo logró, pero él se olvidó de la prima. Hubo mucha prueba testifical y al final fue condenado a pagar lo prometido. Unos 78 millones de pesetas de entonces. Espinosa y Marcos Eguizábal se conocían de la pelota en el frontón Adarraga, «¡pero qué le vamos a hacer! Es que el juez tiene que ser imparcial y parecerlo también». Lo que había hecho era una promesa «que vincula igual que si lo has hecho ante cinco notarios. Es un contrato verbal, me da igual que sea por escrito, público o privado. Lo dijo en un momento de euforia, pero el que la hace la paga».
En una comunidad tan pequeña como La Rioja es fácil cruzarse con el hombre al que has condenado. Cuando Espinosa deja la toga de juez y sale a la calle oye de todo: «Desde ¡muy bien, con dos bemoles, Espinosa! hasta ¡cabrón, hijo puta!». ¿Qué se hace en esos casos? Muy sencillo «cambias de acera y se acabó, no vas a ponerte a discutir. Hay una frase de Mark Twain que dice: nunca discutas con un idiota, te rebajará a su nivel y ahí te machacará». Un dicho que el magistrado lanza al aire para que Natalia, también en esto, recoja el guante.
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