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Allá por marzo de 2020, la abadía de Santa María de San Salvador de Cañas, en la que residen las monjas de la orden cisterciense de San Bernardo, se vio obligada, como el resto de monasterios, a cerrar sus puertas a riojanos y turistas con motivo de la pandemia. Desde entonces, sus instalaciones, datadas del siglo XII, tan solo pudieron ser disfrutadas por la propia congregación que la habita, con la incertidumbre de no saber cuándo recobrarían su pulso habitual.
El tiempo fue pasando, las olas del SARS-CoV-2 fueron sucediéndose y, poco a poco, los monasterios fueron volviendo a la normalidad. Todos, salvo el de Cañas, que vio resentida su situación económica por el coronavirus. Ante esta situación, conscientes de la enorme riqueza patrimonial del convento, las monjas cistercienses se adentraron en numerosos encuentros con la Dirección General de Turismo para tratar de recuperar las visitas al público.
Fueron tiempos difíciles, de negociaciones, en los que costó más de cuatro meses dar con la fórmula económica para su futura apertura, que desde la propia dirección general confían en que se produzca «antes de que llegue el otoño». Porque a pesar de que entre ambas partes «siempre ha habido muy buen tono», no alcanzaron ningún punto en común hasta el pasado 17 de junio.
Un largo proceso que Ramiro Gil, director general de Turismo de La Rioja, justificaba en la complejidad de tomar decisiones sobre un monasterio que no es propiedad de la comunidad riojana. «La congregación, al igual que el Gobierno de La Rioja, tiene sus propios intereses, de ahí que costase confluir en un espacio de interés, sobre todo en materia económica». En la misma línea se pronunciaba la propia abadesa del cenobio, Sor Esther, que reconocía que se había llegado a un entendimiento, aunque no definitivo. «Se ha llegado a un acuerdo, pero aún nos tiene que presentar el borrador del convenio para comprobar que incluye todas las sugerencias que le hemos pedido a la comunidad», puntualizaba.
Pero lejos de terminar este proceso, falta que se materialicen todos los trámites administrativos para la puesta a punto del monasterio. Porque, tras más de dos años con sus puertas clausuradas, hace falta inventariar, limpiar y catalogar los distintos espacios, como los museos, almacenes o depósitos, para detectar cuáles son los más susceptibles de necesitar una adecuación. «Son procesos pesados, que nos inquietan, porque tenemos muchas ganas de ver la abadía en funcionamiento, pero son obligados y necesarios», asevera Gil, que insiste en la necesidad de saber qué valor cultural tienen las obras, así como en la importancia de inventariarlas y asegurarlas, para proceder a la apertura del monasterio «con las mejores garantías».
Una vuelta a la normalidad tras más de dos años de pandemia que desde la propia dirección general confían en que tenga lugar «antes de que llegue el otoño». «No tengo mayor interés en ver las puertas cerradas ni un minuto más del que no proceda», confiesa Gil, que asegura que «en el momento en que se pueda y tengamos todo en perfecto estado, se abrirán las puertas». Para entonces, se habilitarán accesos gratuitos durante al menos un mes «para que todas las personas que durante este tiempo nos han manifestado su deseo de visitar el monasterio puedan disfrutarlo».
Porque los riojanos, al igual que los turistas y las partes implicadas, no pueden aguantar más tiempo su clausura. «Nos corre prisa la apertura, porque es una joya que no puede estar cerrada», concluye el director general de Turismo.
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