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La jota que resonaba por el mundo
Patrimonio universal ·
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Una investigadora de UNIR bucea en la huella internacional de una música que busca ser reconocida por la UNESCOHubo un tiempo, un tiempo largo y no muy lejano, en el que la jota era una cosa de cazurros. El siglo XX cultural español trajo mucho antirruralismo en vena y, aunque otras manifestaciones de lo popular corrieron mejor éxito, no fue el caso de la jota, aragonesa, riojana, navarra.
Injusto, cierto, y hasta un punto incomprensible mirado con nuestros ojos. Ahora la jota apenas necesita quien la justifique, aunque sí quien la defienda y la propague. Ahí está la candidatura que quiere que la UNESCO la declare Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, un camino nada fácil y lleno de meandros.
Pero también sería incomprensible para un español del siglo XIX. Y no solo un español: para cualquier europeo amante de la música (la popular, sí, pero también la culta) del siglo romántico. Marta Vela es investigadora del área de Música de UNIR y reciente autora de un trabajo ('La jota, aragonesa y cosmopolita') que bucea en un fenómeno «del que se sabía poco»: el despegue de la jota en la música europea desde mediados del siglo XIX.
No fue un despegue cualquiera, ni estuvo ajeno a lo que pasaba en aquellos tiempos con lo español. El romanticismo trajo a España a muchos viajeros de todo tipo (literatos, pintores y músicos) que buscaban algo que en realidad era poco más que leyenda. Una España de bandoleros, gitanos y navajazos por honor. La España de la Carmen de Bizet. «Aquellos viajeros se encontraron con eso y con otras cosas que quizá no esperaban».
Marta Vela | Investigadora de UNIR
Como la jota. Glinka y Liszt la oyeron en sus viajes de la década de 1840 y le dedicaron brillantes páginas. A nadie extrañaba entonces oír el familiar ritmo en la vibrante obertura de 1845 del ruso, o en la 'Rhapsodie espagnole' del genio húngaro. Y sin embargo, un oyente español actual no puede evitar un respingo.
«Por toda Europa se pusieron a adaptar jotas como locos», sonríe ahora Vela. «Veían en ella una música que daba pie a hacer orquestaciones y composiciones muy vistosas, y también con un componente virtuoso que la hacía muy apetecible». Y así surgieron «muchos compositores fascinados». Algunos han pasado a la historia, otros no tanto, pero el 'exótico' ritmo de la jota viajó, adaptado para todo tipo de instrumentos y enmascarado en todo tipo de composiciones, por occidente. Incluso llegó a Estados Unidos, donde sin duda entró vía La Habana.
«Es una música de raíces muy profundas y antiguas, con manifestaciones de todo tipo, y abierta a todo tipo de tratamiento», señala la investigadora, ferviente defensora de que la UNESCO reconozca su valía, «aunque no sea a la primera».
Sevilla. Carmen está, aunque no lo sabe, a punto de morir en la plaza a manos del despechado don José. Bizet pinta el preludio a la muerte con una música brillante que se desliza hacia negras premoniciones. No hay duda: eso que suena a las puertas de La Maestranza es... una jota.
La profesora de UNIR Marta Vela ha dado, en su investigación, con una figura hasta ahora prácticamente olvidada: Florencio Lahoz, hijo del organista de Alagón, que en 1840 publicó en Madrid una 'Nueva Jota Aragonesa' que tuvo «un éxito sensacional» con múltiples ediciones en la capital. Es casi seguro que Glinka o Liszt, que pasaron por Madrid entre 1844 y 1846, se toparían con ella. Y es seguro que lo hizo otro de esos personajazos del siglo XIX: Paulina García, más conocida como Pauline Viardot, gran soprano, hija de un tenor y compositor mítico, Manuel García. Una mujer que trató a gran parte de los grandes compositores de la época. Cantó a Meyerbeer, impulsó a Fauré o Massenet, Chopin compuso para ella, Brahms la visitaba para ver el manuscrito del 'Don Giovanni' de Mozart que ella había comprado. Pauline se llevó la jota de Forencio a París y luego (mujer de un republicano vetado en la capital francesa) por toda Europa.
Se produjo entonces un fenómeno nada extraño en la cultura española: el éxito en París rebotó hacia Madrid. La jota asomó entonces en la zarzuela, cuando ya había triunfado en Europa. Y de ahí pasó a la siguiente generación de músicos españoles.
Como el más grande de todos, Manuel de Falla (otro que tuvo que triunfar en París para ser reconocido en casa), autor de la que quizá es la jota 'culta' más famosa («Dicen que no nos queremos...»).
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