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Aquella fue una noche más en el lúgubre barrio de Whitechapel. Hacía horas que el Big Bang había marcado la medianoche pero el callejero ... del East End londinense era de los que no dormía: pubs y prostíbulos varios se arracimaban en esa zona al norte del Támesis. La secundarias también tenían cierta actividad, pero era más lúbrica, más viciosa, más de intercambios rápidos de fluidos por un par de chelines con los que sufragar la siguiente copa de ginebra. El alcohol, las enfermedades venéreas y la insalubridad de la zona maceraban a la perfección con la miseria para trazar un escenario desolador: un barrio demasiado violento en el que el precio de la vida siempre estaba de oferta. Un barrio del que todos querían huir pero en el que pocos eran los que podían progresar para trazarse un futuro medianamente digno.
Buck's Row es ahora Durward street. Era una de esas vías de segundo orden en las que era posible satisfacer necesidades íntimas de manera más o menos discreta. Mary Ann 'Polly' Nichols lo sabía y allí se fue con su último cliente. Había despachado a los dos anteriores con la rapidez necesaria como para acercarse hasta The Frying Pan, una taberna de la zona y cambiar los chelines obtenidos por ginebra. La cogorza que llevaba era descomunal. Emily Holland se cruzó con ella en una esquina y después recordaría que necesitaba de las paredes para no perder la vertical, pero necesitaba tres chelines para poder dormir bajo techo. No lo sabía, pero no le iban a hacer falta. Su cuenta atrás había comenzado: a las 3.40 horas del viernes 31 de agosto de 1888 dos carreteros que se dirigían a trabajar vieron una bulto en la acera de Buck's Row. Primero pensaron que era una lona; después que se trataba de una persona ebria. Cuando llegaron hasta el cuerpo de 'Polly' Nichols vieron que estaba fría como la madrugada. Apenas un puñado de tendones mantenían la cabeza conectada con el tronco: su garganta había sido seccionada, su abdomen estaba parcialmente desgarrado y presentaba innumerables cortes. Jack el Destripador había llegado al corazón de Londres y preparaba ya el acero para sus próximas víctimas.El asesino en serie más famoso del mundo, el que más literatura ha protagonizado, el que más quebraderos de cabeza dio a la policía, el que nunca fue detenido ni identificado acababa de firmar el que se cree que fue el primero de sus crímenes...
Entre el 3 de abril de 1888 y el 13 de febrero de 1891, once mujeres fueron asesinadas en el barrio de Whitechapel. Once crímenes que, con más o menos motivos, se atribuyeron a Jack el Destripador si bien los 'ripperólogos' (sí, también hay una 'ciencia' que se dedica a estudiar sus crímenes) los limitan a cinco, los 'canónicos'. El primero, el de 'Polly' Nichols, la prostituta borracha que necesitaba cuatro chelines para irse a dormir. Como ella, todas las víctimas eran meretrices; a todas, al menos, les rebanó el cuello; a casi todas les aplicó el acero en buena parte del cuerpo; a muchas les extirpó órganos que, en algún caso, se llevó a modo de trofeo; todas trabajaban en Whitechapel; todas tenían una vida digna de una novela negra... antes incluso de que se cruzaran con Jack.
Tras 'Polly' Nichols llegó Annie Chapman, prostituta asesinada el sábado 8 de septiembre en el patio trasero del 29 de Hanbury Street. Como la primera víctima, había salida de su habitación para recaudar un puñado de chelines que le permitieran sufragar el alquiler de aquella noche, pero se cruzó con Jack el Destripador que le cortó la garganta y le arrancó los intestinos antes de llevarse, a modo de trofeo, su útero. Tras casi un mes sin asesinatos, el 30 de septiembre fue la madrugada del 'doble evento'. Elizabeth Stride era localizada en el patio Dutfield, dentro de la puerta de entrada del 40 Berner Street aún caliente. Al Destripador le había dado tiempo a cortarle el cuello pero alguien interrumpió su labor quirúrgica y tuvo que guardar su bisturí y huir del lugar a la carrera. Lo volvería a sacar, poco después, en Mitre Square, apenas a 12 minutos a pie del lugar donde yacía Stride: allí se cebó con Catherine Eddowes, contra la que aplicó una violencia extrema solo comparable a la que dispensaría a su última víctima: su rostro fue destrozado, rasgó su abdomen, extrajo sus entrañas, con las que cubrió parte del cadáver, y le extirpó un riñón y el útero.
Aquellos cuatro crímenes sumieron al barrio de Whitechapel en un estado de histeria. Las meretrices dejaron de hacer la calle y se crearon patrullas ciudadanas para buscar al asesino al que, antes de recibir el sobrenombre con el que pasó a la historia (y que el mismo se atribuyó en una de las cartas que envió a la Agencia Nacional de Londres un día antes del doble crimen), se le llamó por la prensa local 'Mandil de cuero'. ¿Por qué? Tras la segunda víctima 'canónica' apareció en la zona una delantal de cuero recién lavado (se supone que de manchas de sangre) que inmediatamente se atribuyó al asesino. «Ese chiste sobre Mandil de Cuero me hizo partir de risa» (That joke about Leather Apron gave me real fits), escribió la carta que firmó como Jack the Ripper.
Pero, al igual que el mago se reserva el gran truco para cerrar el espectáculo, el asesino dejó su plato fuerte para su último ataque. Mary Jane Kelly, irlandesa pelirroja de ojos azules, 25 años y viuda, era una de esas prostitutas que había dejado las calles por miedo al destripador. El 9 de noviembre de 1888 había pasado ya más de un mes de mes desde el último crimen y el pánico inicial se había ido diluyendo hacia un ligero resquemor. Eso, junto a la deuda que tenía con su casero, le llevó a regresar a las calles tras más de un mes en dique seco. Su marido había muerto poco después de casarse en un accidente laboral y tras debutar en el mercado del sexo de Cardiff, aterrizó en Whitechapel con la idea de ejercer como meretriz de lujo. Pero Whitechapel y lujo eran conceptos antagónicos. El East End siempre giraba factura y acabó como acababa todo el mundo: sumida en un círculo infranqueable de adicciones y miseria. Tras un mes en el paro, aquella noche tuvo trabajo extra y varios fueron los clientes a los que despachó en su pequeña habitación aquella noche.
La mañana siguiente era festivo en Londres, pero el mal humor enrojeció al casero de la joven irlandesa cuando vio que le debía una libra y nueve chelines. Llamó a Thomas Bowyer, su empleado, y le envió al edificio de Miller's Court a cobrar la deuda. Bowyer llamó a la puerta. Nadie contestó. La ventana estaba rota desde la última discusión de Mary Jane Kelly y su pareja (que la tenía). Cuando miró dentro, la arcada fue incontrolable: aquello era una sala de despiece.
La chimenea de la habitación aún tenía fuego y la ropa de Mary Jane Kelly estaba cuidadosamente doblada en una silla. La última vez que se quitó las botas las dejó junto a la chimenea. El resto de la escena era escalofriante: su cadáver, tendido de costado en la cama, estaba apenas cubierto por una camisa. El Destripador, durante horas, vació sus cavidades, extrajo sus órganos y los esparció por la habitación: los órganos sexuales bajo la cama, el hígado a sus pies, los riñones junto a la cabeza, el estómago en el suelo, diseccionó los músculos de las piernas... Solo el pulmón izquierdo quedó en su lugar original. La 'obra' culmen de Jack el Destripador había sido completada.
Pero, ¿quién fue Jack el Destripador? La lista de sospechosos es casi tan extensa como crueles fueron sus crímenes y ha albergado a todo tipo de personajes: médicos, carniceros, marinos, hombres de negocios, escritores de postín, socios de logias secretas e, incluso, miembros de la casa real británica. Una extensa nómina de candidatos al título del primer asesino en serie de la historia que, lejos de aclararse con el paso del tiempo y con la aplicación de nuevas técnicas de investigación ha ido sumando sospechosos a partir de diferentes teorías de la conspiración. Incluso Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, fue señalado asegurando que en alguna de sus obras publicadas diecinueve años antes de los crímenes anticipó los crímenes que planeaba cometer. Lo mismo le pasó al príncipe Alberto Víctor, hijo del rey Eduardo VII y nieto de la reina Victoria: visitante ilustre (y asiduo) de los burdeles de Whitechapel, mentalmente destrozado tras contraer la sífilis y hábil con el cuchillo gracias a su pasión por la caza. Sobre esos tres méritos se construyó su presunta responsabilidad en los crímenes: había pasado de descuartizar venados en Escocia a aplicar el filo de la navaja a las prostitutas.
Pero más allá de teorías imposibles, siete han sido, prácticamente desde la muerte de Polly Nichols, los sospechosos con más papeletas de ser el Destripador. Montague John Druitt, un abogado que se arrojó al Támesis en la Nochevieja de 1888; Seweryn Klosowski, también conocido como George Chapman, al que se vinculó con los crímenes después de que se descubriera que había envenenado a sus tres mujeres; Michael Ostrog, un médico ruso que fue ingresado en un manicomio como un maníaco homicida; John Pizer, un judío polaco que trabajaba como fabricante de botas en Whitechapel; James Thomas Sadler, un marino adicto a la bebida y a las prostitutas; y Francis Tumblety, un irlandés estadounidense misógino que odiaba con especial ahínco a las prostitutas y que, incluso, fue arrestado en 1865 por su presunta implicación en el asesinato de Abraham Lincoln.
Pero, sobre todo, Aaron Kosminski, un judío polaco con una tara mental considerable que acabó encerrado en un asilo en 1891. Durante los asesinatos de Jack el Destripador trabajaba como barbero en Whitechapel y en Scotland Yard concluyeron que «odiaba a las mujeres» y que tenía «fuertes tendencias homicidas». Aunque en el momento de los hechos su presunta culpabilidad no fue más fuerte o intensa que la de otros sospechosos... todo cambió en el 2007 tras la subasta de un chal que se encontró junto al cuerpo de Catherine Eddowes (la cuarta víctima) la noche de su asesinato.
Russell Edwards (autor de varios libros sobre el Destripador) adquirió el pañuelo y, tras someterlo a diferentes pruebas localizó restos de semen cuyo ADN coincidiría con el del barbero. Sus métodos, no obstante, han sido puestos en duda por científicos y 'ripperólogos' que sólo coinciden en un punto: después de 131 años los cinco crímenes siguen sin resolverse y Jack el Destripador sigue sin tener una identidad concreta. La buena noticia es que su inmortalidad no es física, solo espiritual.
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