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La vieja sentencia de Carlos Marx resonaba esta semana entre los muros del Parlamento de La Rioja: «La historia ocurre dos veces: la primera como drama, la segunda como farsa». Una cita que poco o nada le diría a la protagonista de la ... fallida investidura de Concha Andreu, la diputada Raquel Romero: en 1987, cuando otra socialista (Alicia Izaguirre) ganó las elecciones autonómicas, la parlamentaria de Podemos tenía cinco añitos. El jueves, mientras firmaba el suspenso de la aspirante socialista a la investidura y enviaba su candidatura a septiembre, Romero ignoraba seguramente que hace 32 años otra mujer, socialista como Andreu, vio penalizada su pretensión de convertirse en la primera mujer que gobernase La Rioja. Una carambola lo evitó: en lugar de Izaguirre, que había encargado incluso el traje elegido para su toma de posesión, llegó al Palacete Joaquín Espert, cabeza de lista en nombre de Alianza Popular, antecedente del actual PP. Le apoyaron los dos diputados del Partido Riojano y, sobre todo, le favoreció que el CDS (que contaba con cuatro escaños) decidiera abstenerse. El grupo encabezado por Manuel Fernández Ilarraza, quien viró con el tiempo hacia el PP, acató las instrucciones de Madrid y condenó al PSOE.
Izaguirre, totémica dirigente del socialismo riojano, falleció en el año 2004 luego de una fecunda y larga carrera en política. Nunca a escala regional. Desairada por su fallido ascenso al poder, su trayectoria tomó otro rumbo, como delegada del Gobierno (que entonces presidía Felipe González) en Extremadura y gobernadora civil en Álava. Finalizado aquel periplo, regresó a Logroño ya jubilada. Era una presencia habitual por la ciudad incluso a su avanzada edad: recordaba aún, meses antes de fallecer, a la enérgica mujer que recorría sus calles de joven, cuando se postulaba como presidenta del Gobierno y se erigía de paso como una suerte de faro para sus compañeros de siglas, condición que siguió ejerciendo hasta el final de sus días. Su domicilio en el centro de Logroño fue un lugar de peregrinación para quienes querían conocer a la veterana dirigente, a quien su fracaso en la investidura rodeó de un aura legendaria.
Pero era otra Izaguirre. La misma y sin embargo distinta respecto a la que perdió el poder cuando ya lo acariciaba. En 1987, había recibido el mejor regalo de cumpleaños: el 10 de junio, un día antes de soplar sus 55 velas, se impuso en las elecciones autonómicas, luego de la abrupta salida del Palacete de José María de Miguel, a quien el PSOE relegó en favor de Izaguirre. Con éxito. Aunque relativo. Alcanzó la victoria pero sus 14 diputados (uno menos que ahora Andreu) exigían el apoyo de otras fuerzas. La salida natural era disponer del respaldo del cuarteto de dirigentes del CDS. «Todo el mundo lo daba entonces por sentado», recordaba ayer Luis Javier Rodríguez Moroy, quien encabezó la lista del PR y fue elegido diputado, junto con Leopoldo Virosta. Pero hubo sorpresa. «De repente», rememora, «desde Madrid les advirtieron a los del CDS de que nada de apoyar a ningún partido en ningún parlamento autonómico». La consigna fue abstenerse. Es decir, que con Adolfo Suárez, el líder cuya figura se solapaba con el partido hasta confundir el uno y el otro en una misma cosa, ya más o menos de retirada, hubo desbandada general. Incluyendo La Rioja. Y Espert, quien enfilaba ya la carretera hacia Salou, destino de su verano, fue conminado a quedarse en Logroño. Iba a ser presidente por accidente.
Luis J. Rodríguez Moroy | Exdiputado del Partido Riojano
De repente, todas las especulaciones en torno al futuro Gobierno que presidiría Izaguirre, esas quinielas que poblaban las páginas de este periódico, se desvanecieron: un tal José Ignacio Pérez (hoy, delegado del Gobierno, que sonaba como hombre fuerte de su equipo) y un tal Juan Calvo (diputado por Podemos en la última legislatura autonómica, que se perfilaba como titular de Salud) tuvieron que deshacer sus planes igual que su fallida jefa. Durante unos días, contuvieron el aliento. «Es que a pesar de que la consigna desde Madrid era clara», advierte Rodríguez Moroy, «hasta el último minuto se pensaba que aquí tendrían autonomía los diputados del CDS y darían su apoyo al PSOE». De hecho, la estrategia regionalista pasaba precisamente por forzar a los centristas a significarse en favor de la candidata socialista: de ahí su apoyo a la derecha, como una táctica para ocupar un espacio político que el CDS se disponía a dejar vacante.
No hubo tal. Con Ilarraza se abstuvieron también sus compañeros de filas Luis Fernández (quien con el paso del tiempo acabaría igualmente en el PP), Pedro Marín, quien ha seguido en política, oscilando entre el Partido Riojano y Ciudadanos, y Tomás Valdivielso (retirado de la actividad pública). También se encuentra apartado el otro protagonista de la historia, Joaquín Espert. Ayer atendió amablemente a este periódico, pero declinó ofrecer su visión de esos turbulentos días, que aún lo fueron más mediado su mandato, moción de censura incluida: «Son cosas borradas de mi memoria, que me disgustan. Prefiero no acordarme».
Más locuaz, Rodríguez Moroy repasa con alguna sonrisa el convulso verano del 87. Y lanza una oportuna advertencia para borrar la tentación de establecer paralelismos con la actual coyuntura. «Ahora es distinto; es más un bloqueo que una carambola, porque no hay alternativa al PSOE». Se refiere a la imposibilidad de que el PP, a diferencia de entonces, postule a su propio candidato. Entre otras razones, porque su jefe de filas prefirió pasarse a la Mesa del Parlamento.
Pero esa es otra historia. También entre el drama y la farsa.
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