Los incendios solo han quemado este verano 24 hectáreas en cinco siniestros

Todavía queda mucho por delante, y es que la temporada de alto riesgo no concluye hasta el 15 de octubre, sin embargo, las buenas perspectivas con las que se arrancó el verano se mantienen ya a mediados de agosto, no tanto por haber contado con una primavera húmeda –en contraste con la anterior, muy seca y que elevó pronto las alertas– sino porque las precipitaciones están prolongándose estos meses estivales. «Todo depende de la continuidad. Si llegamos a junio con mucha agua pero luego no hubiese llovido nada, habríamos contado con mucha hierba y matorral disponible para secarse y ser combustible para arder», explica Luis Berrueco, jefe de Protección Forestal de la Dirección General de Medio Natural. Por fortuna, no ha sido ese el caso, como se ha podido constatar esta misma semana.

Estas condiciones han contribuido a mantener un número contenido de incendios:20, y 17 de ellos menores a una hectárea. Además, han afectado desde enero a una superficie de 29,92 hectáreas, la mayor parte de ellas de superficie desarbolada. En 2023, por ejemplo, que terminó resultando un año tranquilo, hubo 55 siniestros para 53,21 hectáreas.

Hasta el momento, la incidencia más grave se produjo el 4 de agosto en Arnedo, en un zona de monte bajo próxima al polígono industrial de El Raposal, que afectó a 17,9 hectáreas. Sin embargo, otras han sido más delicadas. La más reciente, el incendio del pasado domingo cercano a la presa de Enciso. «Fue clave que se produjese debajo de la carretera y no encima, porque hubiese tenido más continuidad en terreno forestal y aumentado la dificultad de contenerlo», comenta Berrueco, que alude también al de Canales del 31 de julio: «Se produjo en una zona de pinares muy peligrosa pero resultó clave la prevención. Se habían realizado claras de madera y reducido el sotobosque, restado combustible e impidiendo que el fuego se propagase a las cotas. Progresó de forma más lenta y permitió que una rápida movilización lo atajase».

Luis Berrueco destaca como factores determinantes en la idiosincrasia de protección forestal riojana que «gran parte del monte es de utilidad pública, lo que ayuda muchísimo a la hora de realizar proyectos o tareas de prevención», así como que «la mayoría del personal, técnicos y agentes, es de la administración, y el dispositivo trabaja todo el año sobre el terreno y se lo conoce. No es lo mismo que un retén entre de noche en una zona ajena a otra en la que ya ha estado trabajado, donde va con más seguridad y confianza». También incide en el reparto de efectivos por toda la región, tanto de vigilancia como de extinción, «haciendo especial hincapié en las zonas de mayor peligro, por ejemplo, las autobombas están en Santurde, Villavelayo, Villoslada, San Román y Cornago».

Por otra parte, Luis Berrueco defiende el Índice de Potencial de Gran Incendio Forestal (IPOGIF), «con el que llevamos trabajando desde hace dos años», como «una herramienta fiel y real al riesgo que existe en el monte, que está funcionando bien y que tiene potencial de seguir desarrollándose».

Ahora, la mayor atención se centra en las tormentas eléctricas y en los descuidos, confiando en que las noches más largas y frescas y las lluvias sigan conteniendo el peligro y manteniendo bajas las cifras de incendios.