Humo lento

Una vez grabamos un reportaje en el bar 'El Gurugú'. Allí pasó una de esas cosas que sólo ocurren en tabernas como esa; de improviso apareció Félix Cariñanos y nos empezó a contar historias maravillosas adornadas con su magia de chamán. Luego cantó un par de jotas y el local se fue llenando de un aire antiguo y extraordinario, era como si de pronto el bar estuviera abarrotado de todas las personas que alguna vez traspasaron su viejo dintel de piedra.

Mis primeros recuerdos de los bares son de los cuatro en familia, en esos mediodías de los sábados y los domingos que sabían a Cacaolat y a mostos con aceituna, a plato de rabas brillantes como pepitas de oro, a refrescos deliciosos y a sol en una terraza. Años después, henchidos de la insolencia innata de la adolescencia, los amigos íbamos al Parlamento y allí, en el piso de arriba tomábamos cafés y cañas envueltos en aquel humo que se movía despacio, en hebras gruesas y oscuras como cables de la luz. Yo no conozco en el mundo bares como los de España. Quizás en Irlanda se da un poco ese fenómeno nuestro que describe Jorge Alacid en el libro 'Logroño en sus bares': que nuestra sociedad frecuenta y ocupa las tascas como si fueran una extensión natural del propio hogar. En los bares irlandeses la gente canta, bebe, come, baila y ve los partidos de su equipo igual que hacemos aquí.

La penúltima patraña perpetrada por Tezanos fue insultar al mundo de las tabernas, como si en tono a esa causa orbitase toda la cosa política; no se enteran de nada. Llamar 'tabernaria' a la gente es faltar al respeto a todos los que los visitamos y a los que cada mañana levantan la verja para hacernos más felices. Despreciar con ese desdén sólo es propio del que lleva muchos años subido al coche oficial. Además tabernario es un concepto de ida y vuelta; visto el nivel del Congreso uno puede imaginarse que los baños estén pintarrajeados con grafitis de mal gusto, porque no se han visto por España espectáculos más tabernarios que los que ahora nos dan unos cuantos diputados.