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Hace unas semanas, el restaurante Tahití recibió una reserva especial. Sus comedores fueron revisados y evaluados por personal de seguridad, pero los responsables del céntrico establecimiento logroñés no sabían quién iba a ser su ilustre comensal. Hasta el lunes. Un día antes y a la ... hora de confirmar la reserva, se desveló el nombre: la reina doña Sofía. Los responsables del popular restaurante no cabían en sí de alegría. «Es un orgullo para un negocio familiar que fundaron mis padres, Carlos e Irene, hace casi medio siglo y que ahora llevamos cuatro hermanos», explica muy satisfecho Ricardo.
Y todo fue mucho mejor (y más cotidiano) de lo que podían imaginar. «La reina se mostró muy abierta, muy sencilla, elegante, simpática... Le dije que era un honor recibirla en nuestra casa y me respondió que el honor era para ella por venir a La Rioja», añade.
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La primera gran sorpresa fue para los comensales de ese día. Porque Doña Sofía no comió en un reservado, sino en el comedor «como una persona más». Desde pasadas las 14.00 horas hasta las 16.15 disfrutó en el Tahití, se hizo fotos con los trabajadores y también con los clientes. Pero, ¿qué comió?
La monarca emérita es vegetariana y eso, en principio, podría no cuadrar demasiado con un restaurante que lleva años haciendo gala de la calidad y del trato a sus carnes y pescados. Pero en el Tahití se come muy bien, sobre todo si se sigue la consigna que esgrimió Doña Sofía: «Dame lo que tengas de la tierra».
Y Ricardo y su equipo presentaron «en el centro de la mesa, nada de servicio especial», explica, unos hongos recogidos en Lumbreras, unos pimientos del piquillo asados esa misma mañana y unas croquetas de puerro confitados. Y, tras estos suculentos entrantes, la reina pidió unos huevos rotos con patatas y trufas, pero sin jamón. «Todo producto riojano», remarca Ricardo. Para acabar, un sorbete de mandarina y una pequeña sorpresa que el Tahití tenía reservada. «Leí que a Doña Sofía le gustaba el chocolate y le saqué un postre. Se sorprendió mucho y me preguntó que cómo sabía que le gustaba tanto», se ríe Ricardo al recordar la anécdota.
Para el Tahití, sus trabajadores y sus amigos, la visita real ha sido un bombazo. «Mis padres, que llevan más de diez años jubilados, estaban felices. Esta mañana todo el mundo les preguntaba cosas. Y nuestros teléfonos no han dejado de sonar», reconoce Ricardo. «Es un orgullo que venga a Logroño y que elija un sitio normal, en una zona emblemática como la calle Laurel. Nos demostró que es muy cercana. Y miembros de su equipo también nos explicaron que, cuando visita algún Banco de Alimentos o realiza otro tipo de actos, escoge estos sitios familiares para ayudar a la hostelería porque hemos sufrido mucho con la pandemia», incide.
Con el recuerdo muy presente y los móviles aún vibrando, a los responsables del Tahití solo les queda elegir una última cosa para cerrar una jornada muy especial: un lugar en sus muros para colgar la imagen de la visita de doña Sofía.
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