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Alguna vez la Comunidad Autónoma reconocerá el desempeño, ejemplar en tantos casos, de los miembros de su alto funcionariado. Sonará hiperbólico, pero sobre una buena parte de ellos recae el mérito de haberse inventado (o contribuido a inventarse) la Administración riojana, lejanos los días en ... que el mapa autonómico resultante de la Transición obligó a transformar las viejas diputaciones en un sistema que acogiera el ímpetu regionalista, vertebrara las aspiraciones ciudadanas de cada rincón de España y fuera digiriendo, sin empacharse, las competencias que el Estado iba delegando en las nacientes autonomías. Aquella generación peina ya unas cuantas canas; varios de sus integrantes cobran paga como pensionistas, otros aspiran a convertirse en eso mismo, jubilosos jubilados, y alguno prolonga el paso a la situación de reserva rindiendo servicios al Gobierno de turno. En el caso de Francisco Rojas, sin distinguir entre colores políticos: se ha desempeñado con semejante eficacia así con el PP pretérito como con el actual PSOE.
Rojas pudo muy bien dar por clausurada su carrera cuando Concha Andreu ingresó en el Palacete. Significado miembro del PP, lo lógico en esta España nuestra hubiera sido que acompañara al equipo de José Ignacio Ceniceros en su despedida y se parapetase tras la mesa de alto funcionario, lejos de las trincheras. Pero se obró un milagro, que para muchos de sus antiguos compañeros de siglas tenía algo de traición: Rojas se quedó como jefe de la Oficina de Control Presupuestario, hizo incluso buenas migas con el consejero entrante y prometió fidelidad al nuevo Gobierno, al que se entregó con su conocida y elogiada capacidad. Mezclando actitud modélica y aptitud ejemplar, se transformó en una rareza: un alto cargo que aceptaba entregarse al bien común con independencia de las siglas que coronasen el Palacete.
Andreu ya anunció en Diario LA RIOJA allá en diciembre que los días de Rojas estaban contados. Que se habían reclamado sus servicios para procurar una transición sin sobresaltos en las cuentas públicas, habida cuenta el carácter prorrogado del anterior Presupuesto, dando a entender que cuando el actual Gobierno dispusiera de su propia ley sería llegada la hora de despedir a tan leal colaborador. El viernes, Rojas acudió con su jefe, Celso González, al Consejo de Política Fiscal, entre cuyos miembros era toda una autoridad aunque sólo fuera por su veteranía. Aprovechó para despedirse de quienes habían coincidido con él en otras ocasiones en ese mismo foro y se marchó como lo que ha sido: un discreto pero eficaz funcionario, transformado en alto cargo, al frente de una delicada encomienda donde no se le recuerda desliz alguno ni mancha alguna en su expediente. Uno de tantos buenos empleados públicos repartidos por el Palacete y alrededores. Que honran su puesto y recuerdan que el periodismo también sirve a veces para destacar como algo extraordinario lo que no debería ser noticia: la honorable conducta de tantos españoles que entre tanto ruido y tanta furia todavía son capaces de hacer bien su trabajo. Rojas ha sido uno de ellos.
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