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El milenario monasterio de Suso es un paciente crónico afectado por muchas patologías. La primera, la edad. La segunda, su construcción y su propia historia, plagada de aditamentos, reconstrucciones y supresiones al ritmo de las modas y las necesidades monásticas. Y, la tercera (aunque hay ... muchas más), su ubicación en una ladera inestable y exposición a un clima húmedo.
La historia del cenobio es un compendio de intervenciones, con algunos momentos clave, como en el siglo XVIII, cuando primero se eliminó uno de los coros y se remodeló la fachada oriental y también se añadieron construcciones para tratar de fijar el monasterio a la ladera.
Aunque el siglo XX fue el que acabó dotando al corazón emilianense de su aspecto actual. En la primera gran restauración, obra de Íñiguez Almech, en la que se le quitaron esos aditamentos medievales que le habían dado vigor a costa de la belleza, tuvo lugar en plena República. En 1941 se llevaron a cabo más obras y en 1961 se restauraron las cubiertas. La situación ya era complicada, tanto que entre 1973 y 1978 se realizaron intervenciones de urgencia y las primeras excavaciones arqueológicas.
Pero fue a final de siglo cuando quedó patente que el agua estaba haciendo mella en el edificio y en 1993 se 'cosió' el muro a la roca y se impermeabilizó. En el 96 se apuntaló y en el 99 se realizó un micropilotaje que volvía a sujetarlo a la ladera, con el fin de asentarlo. Más de un millón de euros entre 1997 y 2010, con cierres al turismo por obras, cambios significativos (por ejemplo, el adiós a los coches) y parches. En 2011, el Ministerio invirtió 166.000 euros «para salvaguardar la integridad del edificio». Trece años después, estas inversiones se han visto insuficientes.
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