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Luis Fernández Laría Blanco, detective privado jubilado, en el despacho del grupo de detectives Aipasa, en Logroño. JUSTO RODRÍGUEZ
Una historia de amor y un ciento de infidelidades

Toda una vida

Una historia de amor y un ciento de infidelidades

El detective jubilado Luis Fernández Laría narra cómo destapó el intercambio de las bebés al nacer, entre otros 10.000 casos

Carmen Nevot

Logroño

Sábado, 18 de mayo 2024, 08:38

La vida de Luis Fernández Laría Blanco ha estado íntimamente ligada a la de su profesión. No sería lo que es sin esa mochila de casos, más de 10.000, que han llegado a su despacho durante los más de 40 años de detective. Lo ha visto prácticamente todo y una pizca de cada uno de los asuntos que ha tenido que investigar se le ha quedado en la piel.

Ya jubilado recuerda los primeros casos. «Eran todos de índole matrimonial, por entonces no había otra cosa», cuenta. Fueron tres o cuatro años intensos de entresijos entre esposas y maridos. El primero de todos lo recuerda muy bien. Era una mujer que sospechaba que su marido le era infiel, además, el santo varón había sido condenado en una ocasión por maltratarla y en cocinas había otro fallo judicial previsiblemente en el mismo sentido. El esposo lo negaba y comentaba que por las noches ponía un armario en la puerta para impedir que ella entrara a «provocarle». Varias pesquisas después, Luis dio la vuelta al asunto como a un guante: la mujer estaba liada con su abogado y era él el que la animaba a pellizcarse en los brazos para que le aparecieran moretones. La mujer tuvo que abandonar el domicilio y el marido se quedó con la casa y los hijos. «Ese fue mi primer caso y me dije: Luis, empezamos bien». Por aquel entonces, el adulterio era un delito y cuando se localizaba al cónyuge con las manos en la masa, «se llamaba a la Guardia Civil y se hacía cargo».

De la infinidad de temas, recuerda con mucha nitidez el del supuesto accidente de un barco en España. Querían endosárselo al seguro, pero Luis, después de numerosas pesquisas que le llevaron hasta Portugal, descubrió que de accidente nada, pero sí una avería grave. Como premio por aquello le concedieron el carné de primer oficial de navío honorario de una fragata portuguesa.

«Venía con un nombre y unos apellidos, pero con esos apellidos o bien había fallecido o los datos no eran correctos»

«Estaba totalmente de acuerdo, le di el nombre, lo recordaba perfectamente y los puse en contacto»

A su despacho, que ahora lleva su hijo, también llegaron casos de bebés robados. El primero lo protagonizó una mujer a la que el novio había dejado embarazada y después plantada. Dio a luz y el primer día estuvo con su bebé, pero al día siguiente se la llevaron, le dijeron que para examinarla, pero ya no la vio mas. Le explicaron que había fallecido. Al principio se quedó en shock, pero pasados unos meses intentó averiguar lo ocurrido. 36 años después, llamó a la puerta de Fernández Laría. «Venía con un nombre y unos apellidos, pero con esos apellidos o bien había fallecido o los datos no eran correctos». El protagonista de esta líneas tuvo que empezar de cero y al cabo de un tiempo y mucho esfuerzo averiguó los datos reales y localizó a la hija en Cataluña. «Le dije, señora, ya tenemos a su hija, está viviendo ahí, le facilité los datos y se puso en contacto con ella. Luego la hija vino al despacho con sus hijos». Nunca le habían dicho que era adoptada, hasta que con 16 o 17 años, su padre, en el lecho de muerte, se lo confesó.

Entre otros casos, cuenta el de un empresario al que la competencia le había copiado una serie de máquinas que tenía patentadas. «Eran iguales pero con otra marca». También lo destapó y localizó hasta el día en el que tenían intención de cargar un trailer para llevarlo al extranjero. Luis se puso en contacto con la Guardia Civil y allí cerró el asunto.

En el caso de las bebés intercambiadas, uno de los padres se dirigió a su despacho después de que las pruebas de ADN confirmaran que quien creía que era su hija no lo era. «Vino para saber qué había ocurrido» y con el tiempo supo que el mismo día había nacido otra niña en el hospital San Millán y «lo normal era que la confusión se hubiera producido entre las dos pequeñas». Así fue y el resto de la historia dio la vuelta al mundo hasta tal punto que, según cuenta, una productora de EE UU ofreció mucho dinero a una de las familias para que contaran su historia. Los protagonistas lo rechazaron para continuar en el más estricto de los anonimatos. A raíz de aquel caso, les llegaron otros casos similares, pero de personas ya mayores y ninguno de La Rioja.

El amor también se coló en su despacho. Un hombre quería localizar a su primera novia, al amor de su vida, decía. Pero era demasiado joven y se confesaba a Luis como un «viva la virgen al que le gustaba la vida alegre e ir de un sitio a otro». Al final se casó, pero el matrimonio duró escasos cuatro años, se separaron y no tuvieron familia. Pasados unos cuantos lustros, cuando frisaba los 80 años, el hombre pidió ayuda a este detective para localizar a su amada. «Nos dijo cómo se llamaba y después de unas indagaciones, la localizamos». Ella, viuda, debía autorizar que le facilitaran la información a su primer amor y no tardó ni un segundo en dar su aprobación. «Estaba totalmente de acuerdo, le di el nombre, lo recordaba perfectamente y los puse en contacto». Unos meses después, los dos aparecieron en su despacho, eran pareja y vivían en Logroño. ¿Qué ocurrió después? «Una vez cierras el caso pasas página».

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