Enrique Sáez y Rafael Hernández, dos de los tres jóvenes que en 1964 descubrieron las cuevas de la localidad camerana.Sonia Tercero
Cuando Ortigosa cambió su historia
Fue noticia ·
Tres adolescentes descubrieron la Gruta de La Paz y juraron que no se lo contarían a nadie. Días más tarde, uno de los jóvenes le relató a su padre lo que habían encontrado. La noticia corrió como la pólvora por toda la comarca y el Ayuntamiento decidió sellar la entrada para que las visitas fueran controladas.
MARÍA MALO
Domingo, 11 de agosto 2019
El descubrimiento del tesoro geológico de Ortigosa no fue baladí. De la existencia de las cuevas se hablaba hace ya más de siglo y ... medio. De hecho, en 1866, el espeleólogo francés Louis Lartet, animado por su amigo y compañero el riojano Dr. Zubía, visitó personalmente la zona de El Encinedo, donde se encuentran dichas cavidades, movido por una curiosidad no solo geológica sino también antropológica. El esfuerzo de Louis Lartet para llegar a Ortigosa fue espectacular, como bien puede imaginar el lector. Su peregrinaje duró días, ya que tuvo que atravesar parte de Francia y España en carruaje, por caminos nada fáciles de intuir.
Las cuevas de Ortigosa, al menos la de La Viña y la del Tejón (esta última no está acondicionada para la visita al público) fueron refugio de un asentamiento prehistórico. Años después de la visita del espeleólogo francés, en 1912, el patrimonio subterráneo de Ortigosa seguía suscitando interés entre entendidos en la materia, como por ejemplo en J. Garín y Modet, ingeniero de minas, que buscaba también vestigios de vida humana.
Los años venideros no fueron positivos para el hallazgo geológico. La construcción del pantano de Ortigosa hizo que parte de El Encinedo se usara como cantera para la construcción de la presa. Las voladuras con dinamita destruyeron gran parte de las cavidades que allí se encontraban.
Las cuevas de La Viña y El Tejón fueron refugio de un asentamiento prehistórico
Un reconocido maestro de Ortigosa, Melchor Vicente, intentó evitar por todos los medios que dicho patrimonio desapareciera para siempre. Así, en 1946 optó por realizar una última expedición espeleológica a la Cueva de La Viña, en la que consiguió rescatar de la destrucción útiles y huesos. El resto de la cueva, y de lo que había dentro de ella, saltó por los aires.
Casi dos décadas después, tres chavales de 17 años, cambiaron el rumbo de los acontecimientos y la historia de Ortigosa para siempre...
«Monumental»
«En Ortigosa de Cameros se ha descubierto una gruta monumental, que describen como maravillosa quienes comenzaron a explorarla. Sus estalagmitas y sus estalactitas coloreadas le proporcionan singular belleza. Por ahora ya llevan explorados 170 metros pero parece que sus dimensiones sean muchísimo mayores y que puede convertirse en una atracción de primer orden para el turismo de nuestra provincia», publicaba el 28 de agosto de 1964 NUEVA RIOJA sobre el descubrimiento de la hoy conocida como Gruta de la Paz.
Quienes comenzaron a explorarla, unas semanas antes en ese mismo mes de agosto, fueron tres amigos inseparables de 17 años: Enrique Sáez, Ignacio Martínez y Rafael Fernández. «Yo llegué al parque de Santa Lucía y me tumbé en el poyete de espaldas al pantano, mirando hacia lo que hoy es la gruta, vi algo extraño. Cuando llegaron mi primo Ignacio y Enrique se lo comenté, y decidimos ir a casa a por linternas y entrar a explorar», relata Rafael.
Y así, con más entusiasmo que juicio, se encaramaron a la abertura que les permitía entrar en la gruta. Por delante, Enrique, con una linterna de petaca; por detrás, Ignacio y Rafael, con otra linterna de petaca que lucía de forma intermitente. Enrique recuerda cómo fue esa primera vez que sus ojos vislumbraron el tesoro geológico allí escondido: «Solo recuerdo que decía ¡ahí va, ahí va, ahí va!, mientras recorría la cueva. Me quedé sin palabras».
Imágenes de vecinos de Ortigosa visitando las cuevas días después de su descubrimiento
Fotos cedidas por Piedad García y Elías Cabrera
Alcanzaron hasta donde creyeron que terminaba la gruta, un lugar que es atravesado por una raíz de encina aún hoy de arriba abajo. «Y allí nos sacamos un cigarrillo 'Bisonte' y nos lo fumamos a la luz de la linterna», relata Rafael. Antes de emprender la vuelta, los tres amigos juraron que no lo contarían a nadie, sería su gran secreto.
La salida fue más complicada que la entrada, tras tomar conciencia del riesgo que habían asumido: «Volvimos sobre nuestros pasos y poco a poco nos fuimos llenando de miedo. Aquel camino no se parecía al que habíamos recorrido anteriormente, todo era distinto, no reconocíamos nada. Pensamos en que si nos perdíamos difícilmente nos encontrarían en aquel agujero desconocido por todos», recuerda Rafael.
Dos vecinos, en las cuevas tras el hallazgo
Cedida por Piedad García
Varias veces entraron a contemplar su hallazgo en los días posteriores. El miedo inicial a perderse dio paso al entusiasmo por tener un lugar tan especial del que solo los tres disfrutaban. «Sabemos que fuimos los primeros en entrar porque con el reptar de nuestros cuerpos, a medida que nos arrastrábamos por la cueva, se iban rompiendo los macarrones (estalactitas finas). Era imposible pasar sin romper nada. Y todo estaba intacto antes de entrar nosotros», explica Enrique.
Vídeo.
TVR
Días más tarde Rafael sucumbió y se lo contó a su padre, que no le creyó. Ante la insistencia no solo de su hijo sino también de su sobrino Ignacio y de Enrique, el padre acabó visitando la gruta.
«Esto se tiene que denunciar al Ayuntamiento», fueron sus palabras nada más abandonar la cueva. Y así lo hizo. Aunque en un primer momento el alcalde tampoco les creyó, finalmente decidió montar una expedición con gente del pueblo. Los elegidos dieron testimonio del hallazgo y pronto la noticia corrió como la pólvora por toda la comarca. Su primera decisión fue sellar la entrada para que las visitas fueran controladas. Después la bautizó como la gruta de «la Paz», ya que era el vigesimoquinto aniversario del fin de la Guerra Civil española.
Galería.
Sonia Tercero
El 30 de agosto de 1964, NUEVA RIOJA seguía el discurrir de los acontecimientos con entusiasmo: «La gruta de La Paz tiene salas que alcanzan alturas de siete metros. Se espera con optimismo el veredicto de los técnicos».
Esta no fue la única cueva descubierta, poco tiempo después del primer hallazgo algunos lugareños pensaron que la zona tenía que estar plagada de estas formaciones tan extrañas y maravillosas... Se redescubrió parte de la cueva de La Viña, aquella que se creía destruida por la dinamita con las obras del pantano. En total, se hallaron hasta 11 cavidades distintas. Tan solo un año más tarde comenzó la visita guiada y la explotación turística de las grutas de La Viña y de La Paz.
Valor ecológico de las cuevas
Las cuevas de La Paz y de La Viña son, «un patrimonio único», explica Esther Garcés, geóloga hija de ortigosana, debido a «la longitud, disposición, accesibilidad y cantidad de formaciones y espeleotemas». Y añade que «además de las estalagmitas y las estalactitas conocidas por todos, el visitante puede observar otras formaciones no tan conocidas como coladas, banderas, formaciones excéntricas, que son pequeños tubos de calcita que crecen en distintas direcciones y que no se sabe muy bien cómo se pudieron formar, las famosas palomitas de maíz que son acumulaciones de calcita que crecen como pequeñas bolitas y se cree que tiene que ver con periodos de cambios rápidos de evaporación-disolución y otras muchas maravillas», concluye Garcés.
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